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César Manzanos Bilbao | Doctor en Sociología

Arte para reinventar la sociabilidad

Poner el arte al servicio del pueblo es la única forma de dignificarlo en estos tiempos en los que se ha prostituido

Un museo se puede encontrar en el interior de un cubo de basura», dice el increíble Jacobo y lo demuestran los artistas populares. Uno comparte esa opinión con un solo matiz: en realidad el arte se encuentra disperso y difuminado fuera de los cubos de basura. Y no porque vivamos en una sociedad que aprecie y defienda el arte como acción, creación y sentido para transformar la inercia y deriva mercantil del mundo. Más bien, porque nadie se molesta en echar las cosas al cubo de la basura sino que las arroja al suelo.

Lo unido no es más que una expresión efímera de lo separado, la materia una contingencia casual del vacío y por ello, también la belleza, no es más que una manifestación vulgar de lo que la convención define como feo, horrible, de mal gusto. La belleza ficticia cargada de un poder sin voluntad es el vómito de una suculenta cena que se cocinó con productos naturales y que a base de cirugías gastronómicas mal entendidas hizo que al final la sociedad no pueda digerir lo pétreo, repetitivo, estereotipado e inanimado de eso que se considera bello, caprichoso, perfecto.

Y eso es todo lo contrario a lo que es el arte como praxis que se fundamenta en la reinvención de los seres a partir del dato, de la génesis, la idiosincrasia vital, la ubicación física y la fragilidad ilimitada y la interpretación múltiple que tienen todas las cosas, todos los cuerpos.

La sabiduría está reñida con las materias cotizadas, pulidas, improductivas e innecesarias para engendrar vida. Si algo es el arte como sabiduría es la metamorfosis de lo desviado, de lo rechazado, del desperdicio, como sujeto desde donde identificar en la esencia de todo objeto la belleza que nos reconcilia con el devenir de nuestro tiempo.

La propuesta de reinventar el arte como artesanía del reciclaje, como arma para combatir el secuestro de la realidad por el capital, como instrumento para la «insurrección de los saberes sometidos», resulta no solo una inyección para el entusiasmo, sino mucho más allá, una propuesta y regeneradora de lo manoseado y repetitivo. Poner el arte al servicio del pueblo es la única forma de dignificarlo en estos tiempos en los que se ha prostituido. En cualquier caso, sería la única forma de conseguir que quienes identificamos a los actuales intelectuales y artistas como la encarnación del insulto a la inteligencia y al arte, podamos conver- tirnos en un público aficionado a la creación artística literaria o plástica, aficionado a la capacidad revolucionaria que el arte tienen como praxis, como escucha a las sugerencias del otro, como infinitas posibilidades que parten del vacío.

El arte, así entendido, sin duda puede hacer que la sociedad renazca de sus propias objetos sentenciados a la caducidad y conforme desde sus desperdicios y deformidades una nueva cultura que por fin rompa los patrones de belleza que oprimen, angustian y destruyen incluso a quienes los representan, un arte que salga de los museos, que ocupe las calles, que sea consustancial y copertenezca a los cuerpos que hoy luchamos desesperadamente por reinventar la sociabilidad.

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