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Raimundo Fitero

Música

 En una entrega de ese programa legendario que tanto nos hizo gozar con reportajes realmente importantes, «Documentos TV», que está conservado en la oscuridad programática esquinado en La 2, ofrecieron una entrega sobre la utilización de la música como elemento de tortura en Guantánamo, por ejemplo, pero dejando constancia de que era un uso extendido en diferentes manuales operativos de diferentes escuelas policiales y ejércitos regulares. Salía el creador de la música de «Barrio Sésamo» absolutamente alucinado porque no entendía cómo sus cancioncillas ligeras, sin mayor contenido ideológico aparentemente pudieran ser utilizadas como una herramienta de tortura sicológica de alta efectividad. Pero salieron sicólogos, especialistas varios y nos hicieron comprender lo que muchas veces no estamos dispuestos a admitir, que la música, como toda creación humana, tiene su forma, pero también su fondo, su ética, su estética y su política, y que simboliza unas cosas en unas culturas y su contraria en otras. Pero los grados de uso como aparato de tortura de la música se mueve en diferentes planos. Lo que es ideológico, insultante para una religión por lo que representa en las otras, los himnos nacionales o internacionales que son maquinarias de transmisión ideológica excluyente, pero también entran en algún momento los gustos, lo machaconamente pesados que son algunas cancioncillas que trituran el cerebro de manera invisible pero que causan averías grandes, o los ritmos, cualquier ritmo sincopado y mantenido en el tiempo a un volumen equis puede volverte loco. Un interviniente nos comunicó que algunos prisioneros, sometidos a una música sonando a un cierto volumen graduado y mantenido durante un tiempo ilimitado para el objetivo de derrumbar voluntades, son capaces de confesar lo que sea con el único objetivo de quitarse esa música de la cabeza. Muy serio el asunto. Muy serio. Lo que se demuestra es que existen unos seres humanos dedicados en exclusividad a buscar la mejor manera de joder a los demás. Funcionarios considerados ejemplares merecedores de condecoraciones. La máxima expresión de la degradación humana. La náusea.

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