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José María Pérez Bustero | Escritor

¿Grietas y riesgos en Sortu?

El autor desgrana en este artículo las fisuras que en su opinión han aparecido en el inicio de la andadura de Sortu, entre las que destacaría la falta de desarrollo de una de las dos líneas estratégicas de la formación: la construcción nacional. Con este texto pretende ayudar a «ajustar la montura para hacer bien ese camino largo y cuesta arriba» que tiene por delante el conjunto de la izquierda abertzale.

En Sortu estamos en una fase de transición, como expresó Otegi recientemente en Eolapaz, y como puede palparse en las numerosas asambleas de reflexión y reestructuración realizadas en pueblos y barrios. De hecho se está enhebrando un nuevo programa ético y organizativo, y hay en marcha una renovada operatividad. En ese sentido, resulta profundamente satisfactorio comprobar la capacidad de esfuerzo, la honestidad y la inteligencia que recorre la militancia de Sortu. Precisamente ese hecho múltiple anima a utilizar toda la agudeza para detectar, junto a los avances, también las grietas y riesgos más solapados que pueda haber en campos esenciales de la izquierda abertzale. A ello va la tarea de este artículo.

Y ya en ello, cabe indicar que la primera de esas fisuras es perceptible en el doble objetivo global de Sortu. Resolución del conflicto y construcción nacional. En principio, ambos propósitos deberían tener el máximo paralelismo. Sin embargo, si detenemos la vista en ambos, encontramos que no los llevamos de forma similar. Invertimos en el tema del conflicto con el Estado una gran emotividad y operatividad. Denuncias del sistema, manifestaciones, concentraciones, documentos, páginas diarias de prensa, libros, carteles, grandes resultados de mediación internacional. Por el contrario, nuestro lenguaje es corto en la tarea de construcción nacional. Ciertamente se trabaja el tema del Euskera, se dan posturas decididas en el campo de la ecología, se hace una gran labor en muchos ayuntamientos, a la que se añade la decisión de reorganizar Udalbiltza. Pero no tenemos un cuadro suficiente de actividades constructivas interrelacionadas. Lanzamos una y otra vez los dos ideales de independencia y socialismo, pero se echa a faltar el manejo de una serie de verdades menudas que infiltren, por decirlo de algún modo, un nuevo ADN en los ciudadanos y den nueva forma a la actitud y funcionamiento vital de la gente. Ni siquiera hemos hecho todavía asambleas ni redactado documentos dedicados a fijar el detalle sutil y cotidiano de esas tareas. Tenemos claro por qué debemos construir Euskal Herria, pero no hemos diseñado de manera suficiente el cómo.

Otra falla aparece en el manejo de los dos perfiles del pueblo vasco. Su unicidad y su complejidad. Tenemos a gala haber redescubierto nuestra realidad como pueblo diferenciado. La memoria histórica, el proceso recorrido, lo que heredamos como identidad, las costumbres típicas, el folclore, la lengua vasca son nuestro fuerte. Con esas ideas e imágenes en las manos sentimos el impulso a desarrollarnos como pueblo específico. Pero nos cuesta admitir la disparidad interna que nos compone. No asumimos como dato substancial que somos un pueblo cuyos ciudadanos tienen diversos recuerdos, aspiraciones dispares y autodefiniciones contrapuestas. No ponemos ese hecho como punto de partida real. Apoyamos un pie en la identidad diferencial vasca, pero rehuimos asentar el otro en la complejidad interna de esa población. El resultado es, por decirlo de manera cruda, que movemos repetidamente un pie pero el otro se nos queda atascado.

Una tercera dualidad la tenemos en la percepción cotidiana de la tierra vasca. La definimos en su totalidad. Siete territorios. No como otros partidos que llaman País Vasco a Vascongadas, excluyen de él, al menos en su praxis, a Nafarroa o no citan a Ipar Euskal Herria. O consideran Lapurdi, Nafarroa Beherea y Zuberoa como simple parte de Pirénées Atlántiques. Nosotros siempre contemplamos los siete territorios. Pero resulta que, mientras hacemos con meridiana claridad esa afirmación, en la recámara imaginamos dos tipos de tierras. Y funcionamos como si realmente fueran dos. Zona norte-costera y zona que va hacia el Ebro o está en la periferia. Una es nuestra sala de estar y la otra el patio trasero. Nos regodea afirmar que Bildu tiene 123 alcaldes y 1138 concejales. Pero hablamos poco de que existen muchos municipios que no son «nuestros» y de los que sabemos muy poco o incluso no imaginamos prácticamente nada. Ni su ubicación en el mapa, ni su geografía, ni su historia, ni su estructura urbana ni su dinámica laboral. Basta abrir un mapa y mirarlo. Tenemos la mente baldía sobre esa zona trasera. Y es que no labramos, ni sembramos ni regamos cada pieza de la tierra vasca de la misma manera.

Una cuarta condición que nos cuesta cumplir es valorar el camino y la llegada como realidades adosadas. Tenemos claramente enunciados los objetivos finales. Independencia y socialismo. La llegada. Pero tenemos menos valorado el camino. En todo caso, hemos de subrayar que esa valoración del camino está asomando cada vez con más relieve en Sortu. Si hace poco Otegi hablaba de introducir una nueva cultura política, Hasier Arraiz, coordinador del consejo general de Sortu, afirmaba en GARA el día 23 de junio que «la soberanía no es el punto de llegada, es el camino a recorrer». Desde luego, no tener clara esta valoración nos dejaría simplemente sobrados de palabras y pensamientos impotentes ante el tapón estatal. Una sensación desastrosa, como si estuviéramos condenados a no ganar. Por el contrario, hacer y valorar el camino es caminar ya como pueblo vasco.

Y por último, tenemos el riesgo de llevar dentro dos partidos. Dos Sortu. El partido de los dirigentes, de las personas con tal o cual cargo o función específica. Y el Sortu de las bases. No nos escandalicemos al decir u oír esto, pues todo movimiento que se estructura se desdobla desde ese instante en dos cuerpos. Por fortuna, tenemos definido en documentos internos que «el tomar parte y la democracia interna son los ejes del trabajo». Y que esos principios «hay que llevarlos a todos los ámbitos», la gente debe sentirse con el poder decisorio en las manos, se debe desarrollar la querencia y la necesidad de tomar parte en la gestión. Desde luego, queda pendiente la tarea de llevar a la práctica diaria esa doctrina. Y vigilar en toda circunstancia. No podemos aceptar ni soportar que del Sortu-estructura emanen documentos y consignas que se den como pasto a las bases. Nadie debe ser el Sortu que oye, hace sí con la cabeza, tiene eventuales aportaciones que apenas inciden. Claro que es difícil ejercer un rol directivo y al mismo tiempo escuchar, conversar, buscar lo que emana desde abajo. Pero sin esa actitud, Sortu se quedaría sin ira, sin dolor, sin la pasión que lo inspiró. Pasaría de ser una hoguera a convertirse en un fuego fatuo.

Estas consideraciones en modo alguno desvaloran a Sortu ni infiltran dosis de pesimismo. Simplemente indican que debemos ajustar la montura para hacer bien ese camino largo y cuesta arriba. Llevar parejas la solución del conflicto y la construcción nacional, asentar nuestras ideas y dinámica en la complejidad vasca, amueblar debidamente lo que hoy suena a patio trasero y vivir en él, no sentirnos ofuscados por la llegada, sino hacer camino, ser bocas que no tragan sino que vomitan lo que es pura consigna, y funcionar todos como manos que deciden. Eso es vivir como izquierda abertzale.

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