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Alberto Pradilla | Periodista

Scattergories en Egipto

Los militares egipcios, el verdadero poder que ha dominado país árabe desde tiempos de Gamal Abdel Nasser, llevan un mes aplicando la política del Scattergories. Básicamente, consiste en esgrimir el argumento de «es mi democracia y me la llevo» en caso de que la población no vote de acuerdo a sus intereses. Un secuestro de la voluntad popular que, básicamente, lanza la idea de que el populacho es menor de edad, incapaz de tomar sus propias decisiones, por lo que necesita la supervisión paternal de fusiles y uniformes, como si estos sirviesen al bien común y no a su propia agenda y, sobre todo, su bolsillo. A mí me parece una perversión que además se apoya en una campaña que, desde el minuto cero, ha tratado de deslegitimar el Gobierno de los Hermanos Musulmanes mediante falacias y medias verdades (estrategia que ha sido reforzada por la torpeza de la Cofradía religiosa).

No podemos olvidar que en los últimos seis meses no se había dejado de escuchar el ruido de sables. Recuerdo que después de una jornada en la que el Ejército rodeó el palacio presidencial y fue recibido entre aplausos por parte de la heterogénea oposición, el activista Tarek Shalaby remarcaba que «el verdadero enemigo siempre ha sido la Junta Militar». No le faltaba razón.

No me atrevo a realizar predicciones sobre el futuro inmediato pero tengo claro que el golpe de Estado provoca que el mundo sea un lugar más inhóspito e injusto. Y no se trata de un fenómeno nuevo. Desde hace décadas, uniformados de diferentes países árabes y sus socios occidentales han tumbado cualquier Gobierno formado por el islamismo político. Como si este sector no tuviese derecho a disponer del apoyo popular. Ocurrió en Argelia, desangrada en una guerra civil tras la victoria del Frente Islámico de Salvación en las elecciones de 1990. También en Gaza, donde Al Fatah impuso su autoridad en Cisjordania después de que Hamas venciese los comicios de 2006. Ahora, lo vemos también en Egipto, donde Morsi ha sido arrestado y destituido sin apenas cumplir un año al frente del Ejecutivo.

No soy un convencido del poder curativo de las urnas. Democracia significa mucho más que votar cada cuatro años. Pero las consecuencias del golpe pueden ser terribles en esta región que hace dos años dio un ejemplo al mundo con sus levantamientos al grito de «pan, libertad y justicia social».

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