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Siamak Khatami | Politólogo y profesor universitario

Los islamistas que no lo son

La falta de un proceso de industrialización significa que no hay un proletariado grande para ejercer presión sobre la política y los poderes fácticos. Quienes tienen los números, la financiación y las redes institucionales que les permiten ejercer esa presión son los islamistas

Echando un vistazo a las noticias puede resultar comprensible que muchos lectores piensen que en el mundo islámico la única cuestión que incita a la gente a acciones políticas directas es la de un supuesto conflicto entre el Islam y los valores occidentales, o temas que tocan directamente a las minorías musulmanas que viven en muchas sociedades occidentales. Y no es que piensen así solo los lectores occidentales, también muchos islamistas lo dicen explícitamente: por ejemplo, al mismo Jomeiní le gustaba decir que todo lo bueno que tenía Irán, era lo que le había dado el Islam, lo que borraba, de un plumazo, todo el periodo del Imperio persa, que existía antes de la invasión de Irán por los ejércitos islamistas.

Pero, en realidad, de lo que se trata es de la justicia, de igualitarismo, y de la redistribución de riquezas entre distintas clases socioeconómicas; vamos, que se trata de arreglar todo el mal que se ha hecho bajo un sistema de dominación del gran capitalismo, un sistema injusto y salvaje que significa la dominación de una pequeña clase burguesa que explota y reprime a todos los demás en la sociedad, por asegurarse su continua supremacía y su continua apropiación injusta e injustificada de toda la riqueza que otras clases socioeconómicas producen pero en cuyo disfrute no se les permite tener ningún papel. Se trata, digamos, de repartir el pastel de un modo más igualitario entre todos.

Incluso en el caso de Irán, no obstante la idea propiciada por el mencionado Jomeini, un vistazo a los carteles que se hicieron durante la Revolución nos proporcionan un testimonio de la poderosa corriente de izquierdas que siempre ha existido dentro del movimiento islámico del país. Claro que ha habido varios grupos que han intentado mezclar, en distintas proporciones, las ideas de Marx y Mahoma, y es indudable que incluso hoy, no solo dentro del régimen iraní existe una tendencia poderosa de la izquierda ideológica, sino que incluso dentro de la oposición al régimen el único grupo lo suficientemente organizado y capacitado para que cause preocupación entre los actuales dirigentes iraníes, el llamado Moyahedin-e Jalq («Guerrilleros del Pueblo»), son uno de los grupos que mezcla el socialismo con el islamismo; los miembros mismos del grupo prefieren llamarse «marxistas musulmanes».

Y esta tendencia hacia la izquierda existe no solo en Irán, sino en muchos, si no en todos los países islámicos del mundo. Claro, hay gente que estaría satisfecha con el simple hecho de ver a los clérigos musulmanes en el poder y dirigiendo todos los asuntos del país. Pero para una proporción grande de los musulmanes, lo que importa es la justicia, el igualitarismo, la lucha contra la corrupción, y la reducción de las diferencias económicas.

Hemos visto en el caso de Irak, entre otros, que en 1961, cuando el líder y clérigo islámico Mohamad Baqir al-Sadr (padre del actual líder y clérigo Moqtada al-Sadr) escribió lo que fue seguramente su libro más famoso, titulado «Iqtisaduna» («Nuestra Economía». Al-Sadr mencionaba que era contrario al capitalismo porque el sistema de enriquecimiento sin restricciones que proponía resultaría en la opresión de la mayoría de la sociedad por una pequeña élite minoritaria, mientras que también estaba insatisfecho con el marxismo porque esa teoría, enfocándose en la lucha entre los capitalistas y los trabajadores, se olvidaba de los más débiles de la sociedad, los que estaban demasiado débiles para poder trabajar. Al-Sadr intentaba llegar a un sistema económico con la justicia social y la protección de los grupos y sectores más débiles de la sociedad, como pilares centrales.

Y en el caso de los Hermanos Musulmanes en Egipto y Túnez, vemos que sus propósitos en cuanto a la política económica, específicamente incluyen la provisión de caridad para los pobres y los necesitados, además de asegurarse de la política económica conforme a los mandamientos del Islam, que tolera desigualdades en la riqueza y en el ingreso -hay versos del Qorán, el libro sagrado del Islam, que animan el enriquecimiento personal-, pero también llama a los ricos para que den a los pobres.

En el mudo islámico, al menos desde el siglo diecinueve, las élites dirigentes, las clases más pudientes y una gran proporción del público, han mirado hacia Europa como el centro del desarrollo social, político y económico del mundo, y cuando han comparado su propia situación con la de Europa, se han dado cuenta de lo subdesarrollados que han estado, y siguen estando, en términos comparativos. Pero tradicionalmente, la reacción que eso causaba entre ellos, era la de desear usar Europa como un espejo para sus propias sociedades, querían cambiarlas a la imagen de Europa. Cuando, en 1905, Japón por primera vez derrotó a Rusia, una potencia europea, en guerra, fue la primera vez que muchos en el mundo islámico se dieron cuenta de que un país no-europeo no necesitaba cambiar todo su modo de ser para mejorar su situación, era posible ser un país «oriental» y, a la vez, ser tan poderoso como una potencia europea.

Pero incluso ese hecho no cambió el pensamiento de la mayoría de los dirigentes y las clases pudientes. Incluso después de esa guerra, siguieron con sus intentos ciegos de imitar a Europa. Pensaban que solo de ese modo sus países podían llegar a unirse al mundo desarrollado. Llegados los años 1920, tanto en Irán como en Turquía vemos intentos explícitos de los respectivos dirigentes por incluso reprimir el Islam de modo explícito, y formular leyes requiriendo que todo el mundo siguiera prácticas laicas europeas, bajo amenaza de penas explicitadas por dichas leyes. Los resultados han dejado bastante que desear y, además, hemos visto que en Irán, la gente se levantó en revolución (la de 1978-79) contra sus dirigentes occidentalizados mientras que, en Turquía, los islamitas, al menos hasta recientes meses, han gozado de más popularidad que cualquier antiguo dirigente laico turco.

En realidad, el intento de emular a los europeos, no solo no dio ningún resultado para reducir las desigualdades socioeconómicas, sino que además, ayudó a que el Oriente Medio, el Norte de África y el resto del mundo musulmán cayera bajo dominación imperialista/colonialista europea. Incluso después de la Segunda Guerra Mundial, con la desaparición de la era del colonialis- mo, lo que pasó fue su sustitución por un neocolonialismo. Incluso hoy en día, muchos dirigentes insisten en seguir el mismo camino equivocado, en el nombre de la «democracia» (definida según los intereses de las grandes potencias capitalistas europeas y EEUU), «modernización» y «avances hacia el desarrollo económico». Intentar emular a Occidente más bien perpetúa el subdesarrollo de los países islámicos; pero, aún más, profundiza las desigualdades socioeconómicas entre clases.

Pero, en los países de mayoría musulmana, ¿por qué hay que seguir un camino islamista para formular políticas económicas igualitarias y redistribuir riqueza e ingreso entre clases? ¿Por qué no políticas de izquierda?

Hay varios factores que tener en cuenta. Por ejemplo, que en los países islámicos todos los partidos que no fueran de tendencia islamista han sido duramente reprimidos, y sus seguidores represaliados por gobier- nos autoritarios que luego argumentaban que si no seguían políticas autoritarias llegarían los islamistas Pero esos mismos gobiernos autoritarios que han sido tan duros contra otros grupos de oposición, no se han atrevido a reprimir la religión y, en consecuencia, los islamistas han podido aprovecharse de ese temor de los dirigentes, y usar las mezquitas, las escuelas islámicas, y alguna que otra institución (como, por ejemplo, la Universidad Al Azhar en Egipto) para propagar sus creencias.

También se puede mencionar que en los países islámicos todavía no hemos visto ningún proceso de industrialización autóctona, diferente que un proceso en el que empresas extranjeras construyen sucursales locales, y hay solo algún que otro capitalista local que se atreve a invertir en levantar una empresa no dependiente de empresas europeas o norteamericanas. Esa falta de un proceso de industrialización significa también que no hay un proletariado suficientemente grande para ejercer presión sobre la política y sobre los poderes fácticos. Los que tienen los números, la financiación y las redes institucionales que les permiten ejercer esa presión, son los islamistas. Y hacen buen uso de sus números, su financiación y sus redes institucionales.

Pero tenemos una ironía en los países islámicos de hoy. De un lado, hay versos del Qorán que abogan por la caridad, y por la reducción de las desigualdades socioeconómicas. De otro lado, los clérigos islámicos y los dirigentes islamistas, en muchos, si no en todos los casos, son bastante retrógrados, y no están obrando a favor de la redistribución de riquezas e ingresos. Y no hay nada en los sistemas islámicos de gobierno que permita que esos líderes retrógrados no sean los que asumen el control del país.

De allí la necesidad de un sistema político plural, donde pueda crecer una alternativa moderna de izquierdas, para que la gente en los países islámicos no tenga que escoger entre islamistas y dictadores. Ese sistema plural puede tardar tiempo en arraigarse en los países en cuestión, pero mientras no se arraigue, tampoco podemos hablar ni de democracia, ni de igualitarismo en esos países.

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