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udate | CRíTICA, teatro

Entrañable

Carlos GIL

Tras cinco mil representaciones se despiden. El actor y la actriz, dos maduros intérpretes que se resisten a que se apaguen todos los focos de sus escenarios, de sus vidas. Dos personajes entrañables, compuestos por los actores con detalles de comportamientos, movimientos, prosodias y gestualidades que acumulan rasgos de viejos cómicos, de importantes hitos de la interpretación y que se ayudan de un texto, muy remozado, con muchas capas, muchas manos, muchas fuentes de las que bebe y se regurgita en otra frecuencia escénica, una suerte de memoria, de documental, de vademecum de autores o personajes imprescindibles para entender una vida teatral, como la de estos dos ancianos que se despiden, parece que definitivamente, de las candilejas.

Un texto meticuloso en sus pequeños detalles  que alcanza preciosismo en los pasajes en los que ambos actores alcanzan sus momentos de mayor brillantez, cuando se muestran más deudores de su memoria, de su nostalgia, aunque se busca después el espectáculo más abierto con la convocatoria al ceremonial de esos nombres cruciales de la historia universal del teatro a los que representan con  una silla, y con quienes se relacionan superficial, pero siempre admirativamente.

Un trabajo delicado, entrañable, con una escenografía mínima, pero eficiente para darle el empaque adecuado, un vestuario funcional y unos textos que se van dotando de verdad escénica bien metabolizados en la interpretación de Itziar Lazkano y Ramón Barea, en buen tono, muy cómplices y logrando la comunicación perfecta con la platea.

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