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sangrienta operación policial en egipto | dabid lazkanoiturburu

Entre los mártires con causa y los suicidas políticos

Han sido necesarias tres masacres (cuatro si se confirmaban los peores augurios tras la convocatoria ayer del Viernes de la Ira) para que el velo impuesto por los intereses estratégicos del Ejército egipcio y la ceguera política de los que le vitorearon, ceguera suicida en parte de la izquierda tanto egipcia como internacional, haya caído, evidenciando que estamos ante un intento en toda regla de reinstaurar el statu quo anterior a la caída del rais Hosni Mubarak a principios de 2011.

A día de hoy, solo un dique separa a los militares de su objetivo, y es la movilización popular de los Hermanos Musulmanes y de los que, sin alinearse con su islamismo político, denuncian el golpe de Estado. Conviene, por tanto, detenerse en la estrategia que mantienen ambos bloques.

Solamente así se entiende que sigan manteniendo al presidente Morsi en una situación de prisión preventiva que es en realidad un secuestro (un «no secuestro», siguiendo con la lógica discursiva imperante estas semanas en Egipto).

Así las cosas, el choque de trenes estaba anunciado. Los militares ya tuvieron suficiente al atisbar, en el año de mandato de Morsi, que su futuro y sus prebendas no están aseguradas para siempre bajo un Gobierno democrático. De ahí su negativa a negociar con los Hermanos Musulmanes y su intento, a sangre y fuego, de que estos abandonen su tradicional pragmatismo político y respondan a la violencia con el ojo por ojo.

Porque son mártires, pero tienen una causa. Otros, esa parte de la izquierda egipcia e internacional que no ha dudado en alinearse con los golpistas, son simplemente unos kamikazes políticos. Unos rebeldes sin causa cuya inopia explica décadas de errores tácticos y estratégicos de la izquierda mundial y la imposibilidad de esta de articular alternativas realmente transformadoras de la sociedad.

Son rebeldes con una sola causa. La de su propio ego suicida. De derrota en derrota hasta la victoria final. En un paraíso que, como el de las huríes, no es de este mundo.

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