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alternativa a problemas de ancianos y jóvenes

Reciprocidad, base de la cohabitación generacional

Por un lado, una persona de avanzada edad que vive sola en una casa con sitio para albergar a alguien más. Por otro, una persona joven, estudiante o en formación, sin poder acceder a una vivienda. Son el prototipo de gente que la asociación Maillâges pone en contacto para ayudarse mutuamente. Una aporta un techo; la otra, la presencia humana.

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Arantxa MANTEROLA

En biología se define la simbiosis como «la asociación de individuos animales o vegetales en las que ambos asociados sacan provecho de la vida en común». La descripción se adapta perfectamente a la fórmula que la asociación Maillâges propone para dar una respuesta a situaciones vitales difíciles y cada vez más frecuentes en nuestra sociedad: las de personas mayores que viven solas y con escaso contacto con el exterior y las de personas jóvenes con problemas de alojamiento, en particular cuando deben desplazarse por cuestión de estudios, para cubrir un empleo temporal...

El intercambio no es tarea fácil para ninguna de las dos partes pero, a la vista de las experiencias ya producidas, Pierre de Nodrest -fundador de Maillages a nivel de Pau hace tres años y que desde el año pasado ha extendido su ámbito de acción también a Ipar Euskal Herria- se muestra convencido de su potencial.

Las condiciones para crear estos peculiares binomios son bastante estrictas. Todo está muy regulado en el convenio que firman las dos partes y de cuya correcta aplicación es garante la asociación. De hecho, existe un protocolo donde se establecen los principios y límites en los que se basa la convivencia y se detallan los deberes y los derechos de ambas partes.

Gratuidad y respeto al otro

El principio del intercambio está basado en la reciprocidad y solidaridad mutuas. Es decir, hay una puesta a disposición de una habitación en condiciones correctas ante una presencia que no da lugar a ningún tipo de subordinación ni de remuneración. La persona joven es acogida gratuitamente, si bien a veces pueden acordar una participación en los gastos habituales (electricidad, agua...) En contrapartida, esta se compromete a aportar una presencia amistosa a la persona anciana. En ningún caso puede sustituirse a otras personas que se ocupan de esta última, como servicios sociales o médicos que intervienen en el cuidado a domicilio.

Además de aspectos materiales como el del uso de cocina y baño, limpieza, horarios, aviso de posibles ausencias, prohibición de prestar la habitación a otra persona o recibirla sin autorización previa, etcétera, también se especifican otras cuestiones que pueden influir en la vida en común como el respeto a las opiniones y convicciones religiosas o morales de cada cual, a la intimidad, a los bienes o mantener la discreción debida sobre la vida de la otra persona.

Las candidaturas son examinadas con lupa por Maillâges, que se asegura de las motivaciones reales de cada parte para emprender esta convivencia. Asimismo, analiza el estado de salud física y psicológica de ambas personas, confirma la disponibilidad de la joven respecto a lo que espera de ella quien la acoge en su casa (presencia, conversación, paseo...) y comprueba que la habitación y las condiciones del alojamiento son apropiados. Durante el tiempo que dura el acuerdo, Maillâges hace un seguimiento del desarrollo de la convivencia, verifica si realmente es lo que ambas personas esperaban e interviene en caso de problemas.

Normalmente la cohabitación dura unos meses, ya que la persona acogida suele ser un joven (mujer en el 95% de los casos) de entre 18 y 25 años que está realizando una formación o un cursillo. Sin embargo, el tramo de edad se está extendiendo incluso hasta los 40 años y a personas que necesitan un alojamiento porque trabajan con contratos temporales o precarios.

La constitución de los binomios es compleja, ya que se da un desajuste entre la oferta y la demanda. Las personas de edad (también mujeres en gran mayoría) son las más reticentes a participar en este tipo de experiencia. De Nodrest lo imputa a las dudas que surgen tanto en estas personas como en su entorno familiar a la hora de acoger «un extraño» en casa. Por ello, la asociación se esfuerza en informar especialmente a ese sector para disipar malentendidos y explicar el funcionamiento del dispositivo.

Convencer a la familia

Y es que aunque los protagonistas directos sean quienes vayan a convivir bajo el mismo techo, la familia de la persona anciana también juega un papel importante. Según De Nodrest, muchas ancianas no quieren irse a vivir a residencias y ocurre frecuentemente que los hijos tengan un «sentimiento de culpabilidad» porque, al no residir cerca o contar con medios suficientes, no pueden ocuparse de sus padres cotidianamente. La cohabitación intergeneracional puede ser, por lo tanto, una alternativa para responder a esas situaciones, al menos por un periodo de tiempo.

Así lo entendieron los hijos de Odette Schmitt, de 91 años, que ha acogido durante seis meses en su casa de Angelu a una joven de 22 años, Edith Chipoy. «Mi madre -comenta Bettina Cordova- había sido bastante autónoma hasta hace un par de años. Pero ahora tiene problemas de salud y de vista importantes. Fue el servicio de Gerontología de Baiona quien nos habló de la asociación Maillâges. Al principio teníamos muchas dudas porque ella no quiere ir a una residencia. Nosotros vivimos lejos y tampoco tenemos los medios para mantener a alguien permanentemente en su casa».

Las explicaciones de la asociación terminaron de convencerles. «También tuvimos que buscar ese difícil equilibrio entre imponer una persona extraña a mi madre y convencerla de la conveniencia de intentarlo», añade Bettina, quien acaba de trasladar su residencia desde París a Angelu para ocuparse de su progenitora.

Como ejemplo de la idoneidad de la experiencia, Bettina remarca la recuperación de los hábitos alimentarios: «Antes mi madre ni tan siquiera hacía comidas con formalidad. Picaba algo en su habitación y se pasaba horas allí. Cuando vino Edith, volvió a comer abajo, en el comedor, y estaba mucho tiempo menos encerrada en su cuarto. En ese aspecto hubo un cambio evidente desde la llegada de Edith».

Pero lo que más aportó la presencia de la joven es, sin duda, la tranquilidad que le hacía sentir a Odette el saber que había alguien en casa, sobre todo por las noches, que le producen mucha ansiedad. Ella misma lo reconoce: «Por la noche, y más si es invierno, resuulta tranquilizador tener a alguien en casa. Te da seguridad. Edith siempre ha sido muy regular con la hora de volver a casa tras sus actividades. En cuanto comenzaba a oscurecer ya estaba aquí».

Por supuesto, existe una fase de adaptación mutua que, a decir de Odette, «no fue complicada» para ella. «Edith se preparaba sus comidas como si estuviese en su propia casa y cenábamos juntas». Admite que sí hubo alguna que otra observación o puntualización, «pero nunca llegamos a discutir». Valora como «muy positivo y recomendable» el periodo convivencial con la joven.

Por su parte, Edith confirma que los seis meses que vivieron juntas, desde septiembre de 2012 a abril de este año, discurrieron bien. Cree que la adaptación para la anciana debió ser más difícil que para ella. «Siempre es más delicado acoger a un desconocido en tu casa y tenía un poco de reparo a cómo me aceptaría. Pero, al final, fue muy natural».

Experiencia enriquecedora

Las motivaciones de la joven para lanzarse en esta aventura están unidas a su preparación profesional. Estaba haciendo una formación de asistenta social y tenía un curso de seis meses. Tuvo conocimiento de la existencia de Maillâges por la prensa: «Me pareció que, de cara a mi futuro oficio, conocer directamente las situaciones que viven las personas ancianas me aportaría una experiencia suplementaria. Además, necesitaba un ambiente sosegado para mis estudios».

Edith sabía que tendría que hacer concesiones porque, evidentemente, no es el mismo ritmo de vida, pero trataba de dar a Odette lo que esperaba de ella: «Conversábamos durante las comidas. Y le avisaba cuando no iba a estar, por ejemplo, los domingos en que iba donde mi familia. Pero creo que lo que más apreciaba era mi presencia, porque le produce pánico estar sola por la noche».

La diferencia de estilos de vida tambien se reflejó en aspectos más materiales. «Odette no tenia conexión a internet y para mi trabajo eso era algo esencial. Llegamos a un acuerdo, me hice cargo del abono mensual y lo instalamos».

En primavera, Edith abandonó la casa de Odette tras haber finalizado el curso y se trasladó a Pau para finalizar su formación. Ahora busca un empleo acorde con su aprendizaje y espera que la experiencia vivida sea un plus en su currículo. Tiene claro que si tuviese que repetir la experiencia, lo haría: «Aparte de lo que me ha aportado para mi profesion, la convivencia con Odette ha constituido una experiencia humana muy enriquecedora».

Todas agradecen el «trabajo remarcable» de la asociación Maillâges y animan a quien lo necesita a informarse y a intentarlo. Al fin y al cabo, la asistencia mutua tiene compensaciones que van mas lejos que los aspectos prácticos. La solidaridad y reciprocidad llenan más huecos que los simplemente materiales y demuestran que esa simbiosis intergeneracional amplía horizontes y contribuye a mantener e incrementar la condición humana.

MAILLÂGES anima a los seniors a abrir sus puertas

La dinámica de la asociación Maillâges en Ipar Euskal Herria está comenzando a consolidarse. Se han formado unos cuatro binomios y el dispositivo de cohabitación intergeneracional está empezando a ser conocido, especialmente por los jóvenes. «Sin embargo, no podemos hacer frente a todas las solicitudes porque los seniors no proponen suficientes alojamientos» puntualiza Pierre de Nodrest, coordinador de la asociación.

Es por ello que han lanzado una campaña de sensibilización hacia ese sector de la población, que a menudo se enfrenta a la soledad, y les invita a informarse y a abrir sus puertas a un joven que, a cambio, le puede aportar su compañía. A.M.

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