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ANÁLISIS | GOLPE DE ESTADO EN EGIPTO

Luces de cruce y demasiadas sombras en el escenario egipcio

Los acontecimientos en Egipto están abocando al conjunto de la región a una compleja y delicada situación. El panorama está marcado por el golpe de Estado, el pulso político de los HM, la feroz represión policial y militar contra los islamistas y la explosiva situación en la península del Sinaí.

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Txente REKONDO | Analista internacional

Los Hermanos Musulmanes están nuevamente situados en el centro de la represión militar y policial, que cuanta además con el complejo y «extraño» apoyo de sectores otrora en las antípodas ideológicas (liberales, laicos, salafistas, partidarios de Mubarak, jóvenes del movimiento Tamaroud).

Tras el golpe, los dirigentes islamistas han pretendido mantener el pulso en las calles, tal vez intentando responder al argumento golpista que se basó en las «demandas de la calle». Sin embargo, una vez más han medido mal la capacidad de los militares para hacer uso de la fuerza bruta contra ellos.

En estos momentos dentro de los Hermanos Musulmanes se está manteniendo un debate entre aquellos partidarios de mantener el pulso en las calles, a pesar del alto precio a pagar, buscando cerrar filas en torno al movimiento, reorganizarse y atraer a otros movimientos islamistas hacia sus filas. La experiencia de la clandestinidad no es nueva para ellos, por eso, en caso de que finalmente los militares decidan prohibir al movimiento, éste podría rehacerse en esas difíciles circunstancias.

El dilema entre continuar defendiendo su legitimidad en las urnas, o aceptar la situación actual y buscar un nuevo giro pragmático parece decantarse hacia la primera opción. Aceptar la situación actual y volver a buscar un acuerdo con los militares a medio plazo podría resultar muy perjudicial para sus propios intereses.

Los salafistas, la otra fuerza de peso entre las organizaciones islamistas, también mantienen una delicada y compleja posición. En los últimos meses las tensiones entre los salafistas del partido Nour y los HM se han intensificado. Los deseos de castigar políticamente a éstos, y la aspiración de sustituirles como primera fuerza islamista habrían empujado a los dirigentes salafistas a apoyar el golpe. Presentarse como la alternativa islamista iba pareja al desgaste de sus rivales políticos (los HM). Sin embargo, pueden haber realizado un error de cálculo.

El devenir de los acontecimientos, y la posibilidad de un escenario argelino es algo que temen y mucho los salafistas. De momento, algunas voces dentro del movimiento se han manifestado contra la posición oficial del partido, y su imagen ha resultado dañada incluso entre sus propias filas. Algunos simpatizantes han denunciado que «han sacrificado el Islam por el beneficio político».

Los militares han vuelto a demostrar que, sea cual sea el escenario en Egipcio, ellos son el centro del poder. Lo que algunos han definido como la gran trampa del ejército egipcio ha posibilitado la actual situación. Desde hace años, los militares se han constituido como un centro económico independiente que ha ido apoderándose de los hilos del estado.

La ley 32 de 1979 posibilitó la participación de los militares en la actividad económica, y sus beneficios quedaron al margen de cualquier control estatal. Poco a poco fueron haciéndose dueños de los diferentes sectores de la economía (desde proyectos de grandes infraestructuras, hasta recursos energéticos, e incluso productos alimenticios). El volumen de la actividad económica de los militares es difícil de evaluar, pero algunos analistas lo elevan a hasta el 40% del PIB egipcio.

Su enorme poder y su capacidad de «disuasión» le ha otorgado en todo este tiempo una cómoda posición, ajeno a las protestas populares y buscando siempre un «tonto útil» (NPD, Mubarak, Morsi) al que culpar de todos los males y de esta forma que la población no dirija su ira contra el verdadero centro del régimen, ellos mismos.

Huérfanos de apoyo en las urnas, y a tenor de su participación y apoyo al golpe, los llamados partidos laicos y liberales pueden contentarse con convertirse en los nuevos «tontos útiles» de los militares, a cambio de algunas migajas. A medio y largo plazo esa defensa del golpe puede terminar con su ya de por sí mermada capacidad de aglutinar apoyos populares.

Un observador local señala que el problema con los partidos y personajes políticos laicos en el mundo árabe es que representan una elite educada en Occidente y que tiene poco apoyo en su propio país, y siempre necesita el Ejército para hacer su trabajo sucio. Así, todo el debate sobre la democracia y la justicia social se resume en esta idea: «La democracia sólo se permite cuando yo y mis amigos llegamos al poder. Y cuando no es así, ahí están los militares».

En otra situación muy distinta pueden encontrarse los defensores del antiguo régimen. Tras los acontecimientos de hace dos años, parecían acabados, pero en los últimos meses han sabido ir recuperando posiciones, y hay quien hoy en día, a la vista de la nueva situación, afirma que Mubarak todavía sigue gobernando.

Mención aparte merece lo que algunos han definido como «el espíritu de la plaza Tahrir». Lo que comenzó como el epicentro de lo que bautizaron como la «primavera árabe» ha ido decayendo con el paso de los acontecimientos. Tras la caída de Mubarak, la plaza comenzó a convertirse en el bastión de bandas juveniles y vendedores ambulantes, donde además se dieron serias denuncias de ataques sexuales. La imagen idealizada estaba comenzando a perder su anterior referencia.

Las imágenes de la plaza tras el golpe contra Morsi mostraron una situación paradójica. Los mismos que tomaron la plaza hacía dos años para derrocar a Mubarak compartían espacio con los seguidores de este, celebrando el golpe contra un presidente elegido en las urnas. Aquellos que hacía meses intentaron abortar las protestas iban de la mano de sus víctimas. Las puertas de la plaza se habían abierto a las fuerzas reaccionarias, Mubarak se había situado en el centro de la plaza.

Posteriormente el espíritu ha cambiado definitivamente. El futuro de Egipto ya no pasa por pan, libertad y justicia social.

Una plaza que se levantó contra los abusos de las autoridades (Mubarak, SCAF o HM), ha cambiado. Ahora apoya al ejército y sus acciones, se ha aliado con el golpista al-Sisi, quien no dudó en llamar a la ciudadanía a manifestarse. Junto a ello esas fuerzas han logrado, finalmente, convertir el lugar en algo simbólico, lleno de diversión y entretenimiento, y muy alejado de las demandas de democracia, libertad y reformas que en su día la inspiraban. La diversión, acompañada de la despolitización, ha terminado apoderándose de Tahir.

La criminalización de las protestas de los HM ha ido acompañada de un discurso previo que ha buscado atacar y desarticular cualquier otra manifestación popular que se oponga a los intereses de los militares y los defensores del antiguo status quo.

Las manifestaciones, huelgas y protestas de sectores obreros o civiles están siendo presentadas como «una amenaza a la seguridad del país». Y las demandas, han sido presentadas por los militares como «ilegítimas, pues ayudan a los agitadores».

Esa campaña mediática y legal (la prohibición de las huelgas y protestas) ha buscado presentar a los trabajadores como insolidarios, ya que «buscarían aprovechar la situación para beneficio propio». Defender «pan y mantequilla» se presenta como una gran amenaza a la prosperidad del país y a la seguridad nacional, e incluso se quiere inscribir estas demandas como al servicio de los intereses del antiguo régimen para debilitar la transición.

En esa estrategia han coincidido todos aquellos que han protagonizado el golpe de estado y quienes políticamente lo han apoyado, sin olvidar a importantes figuras de los HM, que antes de ser desalojados del poder hicieron lo propio.

La violencia está presente en Egipto. Algunos ven similitudes con el escenario que se vivió en Argelia, aunque las diferencias son importantes. La geografía (exceptuando la península del Sinaí) ya demostró en el pasado las dificultades para mantener una acción armada durante mucho tiempo.

Además, la experiencia de los años noventa en Egipto y la actual realidad de las llamadas organizaciones islamistas violentas son muy diferentes. Políticamente esos grupos están optando por otras vías, y organizativamente sus divisiones internas y carencias estructurales hacen difícil repetir ese tipo de experiencias.

Ello no es óbice para que algunos grupos jihadistas, tanto locales como transnacionales aprovechen la situación, utilizando el golpe para propagar sus mensajes ideológicos entre las bases salafistas, al tiempo que denuncian la imposibilidad de instaurar la ley islámica a través de las urnas. Ese uso esporádico de la violencia puede tener múltiples objetivos, desde el mermado turismo en busca de un eco internacional y propagandístico, hasta policías y militares (en venganza por la represión pasada y actual).

La radicalización de algunos sectores de los HM, que pueden optar por el uso de la violencia; la represión violenta y salvaje del ejército y policía contra ellos, en una vuelta a los tiempos de Mubarak, son factores que, además de polarizar aún más el espectro político, pueden acentuar la violencia.

Un foco importante estará en el Sinaí. Su importancia geoestratégica y las quejas históricas por el abandono al que El Cairo ha sometido a la región están acompañadas de otros factores que han convertido a la zona en un foco de actividad armada contra las autoridades egipcias y en cierta medida contra Israel.

La ausencia de políticas centrales de desarrollo e inversión económica, las consecuencias del conflicto entre Palestina e Israel, la enorme presencia de armas y la brutal represión de policía y militares egipcios contra cualquier protesta han acelerado el auge de opciones armadas en la península.

Históricamente la zona ha estado abandonada por el régimen de Mubarak, en ocasiones dificultando a la población más joven el acceso a la ciudadanía, y a pesar de ser una de las zonas más atractivas turísticamente (sobre todo el sur de la región), los beneficios no han ido a parar a la gente local Sin trabajo, sin expectativas, sin beneficios, importantes sectores de la juventud se han radicalizado y unido a movimientos islamistas y yihadistas.

Junto a ello, una frontera muy difícil de controlar, la presencia de armas (algo tradicional entre los beduinos), la alianza entre militares egipcios e Israel para actuar impunemente contra las protestas locales (en ocasiones errónea e interesadamente presentadas como herramienta de los partidarios de Morsi) han llevado a una explosiva situación, apta para ser utilizada por multitud de actores e intereses.

Egipto afronta un abanico de peligrosas consecuencias. La degeneración de la situación puede acabar en un escenario similar al de Argelia. Los llamados liberales se imponen a los islamistas, aún a costa de prostituir sus supuestas credenciales democráticas. Los islamistas son el centro de una pinza, por un lado la represión de esa extraña alianza entre militares y liberales, y por otro vulnerables a los ataques de los salafistas. Por su parte, los llamado yihadistas (locales o transnacionales) reciben un regalo para aprovecharse de la caótica situación.

Esa alianza es un descrédito para el llamado liberalismo y laicismo, haciendo que importantes sectores de la sociedad vean con recelo sus apuestas ideológicas y los principios que dicen defender.

Los militares por su parte se presentan como la «eterna salvaguarda» del país. Una institución que durante décadas ha representado el autoritarismo, la corrupción y el amiguismo, y que cada vez que habla de estabilidad y orden, en realidad están haciendo frente a cualquier cambio que afecte a sus propios intereses.

Finalmente, la legitimidad de la calle, defendida hipócritamente por esa alianza, haciendo una apropiación indebida de lo que es la «voluntad popular», puede cerrar las puertas a la legitimidad de las urnas, y abrir un escenario protagonizado por los que abogan por otros medios para lograr sus fines.

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