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Carlos GIL Analista cultural

Campanas

Nacemos, crecemos, nos desarrollamos y morimos al son de unas campanadas que nos marcan el paso vital y mental. La historia de una parte de la humanidad se escribe con la ingeniería y la artesanía aplicadas para manejar los metales y hacer campanas. Hay un artista catalán que se dedica a dar conciertos utilizando los campanarios de pueblos o ciudades que acogen su inspiración. Es una experiencia mística, concretada en un pragmatismo mecánico y el uso de la fuerza y habilidad de unos individuos o unos resortes eléctricos que hace que suenen los cuartos, las horas, las llamadas a los actos religiosos o las alertas comunales.

Es esta función, el tamaño sí importa. La afinación de las campanas mayores y sus subordinadas es una tarea improbable de tener cabida en una escuela profesional. Debe ser por transmisión de uso, por aprendizaje, por observación. En nuestro entorno, nadie escapa al sonido de los campanarios y sin embargo no apreciamos sus mensajes. Los teléfonos inteligentes nos sobresaltan con lo circunstancial, pero cuando unas campanas tocan a rebato, los niños siguen en el columpio porque han perdido esta conexión cultural, este lenguaje ancestral, aunque el aire huela a chamusquina y el fuego amenace la ermita.

Campanas y campanadas, son simbología de una dominación, un sistema de comunicación que se mantiene en muchos lugares de manera intacta. Los domingos suenan casi todas, entre semana las principales. Hay jerarquías y sonidos diferentes, aunque nuestros oídos castigados por tantos ruidos las escuchen iguales. En los barcos legendarios entre puente de mando y máquinas se daban las órdenes con campanas interiores y códigos precisos.

 
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