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Hálito

Carlos GIL | Analista cultural

Un recorte presupuestario es una sentencia dictada bajo presión ambiental. Quitar de una partida para mantener o aumentar otra es una declaración política, no un ajuste económico. La cultura, entendida en el sentido europeo, es una de las necesidades básicas, uno de los derechos adquiridos por la ciudadanía, que el estado democrático debe defender y cubrir de manera universal como la sanidad o la educación. Si se pone por delante de la cultura, la seguridad, el mantenimiento de aceras y farolas para satisfacer a una parte de los vecinos, es una opción que responde a una idea del mundo.

Hemos aprendido a base de hostias que no se es lo que se dice, que se es lo que se hace. Y las políticas liberales en el ámbito cultural son nefastas, se hagan en el idioma que se hagan, con la intención propagandística que se quiera poner para justificar los recortes, acaban produciendo siempre el mismo resultado: el empobrecimiento general, la privación a la parte de la sociedad menos pudiente del disfrute de las expresiones de arte y cultura en todas sus formas y maneras.

La alternativa es una cultura como hálito de vida, de supervivencia ante el caos. Una cultura democrática, al alcance de todos; abierta, plural. Esta idea de cultura requiere de presupuestos suficientes y quienes los ahoguen ahogan el futuro de su ciudad, de su herrialde o de su país. No puede existir duda, ni fisura en la determinación de ampliar el campo sembrado de artes y cultura. Asumir una mínima pérdida de impulso es ceder al discurso del privatizador, del que considera, aunque sea de manera subconsciente, que es algo prescindible lo relativo a la cultura. Ni un paso atrás.

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