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Tres puntos y 45 minutos para reanimar a un equipo que lo va a tener que hacer todo solo

Ramón SOLA

Hay equipo y hay juego, aunque de momento -el misterio físico sigue- solo dé para 45 minutos. Partidazo rojillo en la primera parte, con tres menciones especiales. La de bronce para Marc Bertrán, que el domingo pasado no había aprovechado la autopista que tuvo ante el Levante durante los 90 minutos y ayer sí se desató en la primera mitad, si bien acabar las jugadas se le atraganta. La de plata para Oriol Riera, que se echó al equipo a la espalda en muchos momentos al más puro estilo Milosevic y se batió el cobre hasta el final como un jabato. Y la de oro para Silva, que esta vez no fue gato sino perro de presa que no dejó de morder su zona. No parece casualidad que sean los tres que, junto a Damiá y Sisi, muestran mejor forma física. Al resto se les espera todavía: De las Cuevas y Armenteros amagan pero no dan, y eso que la primera parte invitaba a hartarse de combinar por la buena salida de balón que llegaba de atrás.

Se pasó el directivo del Málaga que en el descanso comparó a los rojillos con el Bayern de Munich, pero el valor del 0-1 lo multiplicaron las sensaciones del buen juego y de las constantes ocasiones. Noticia importante, porque en esta ocasión va a tener que ser el equipo, los jugadores, quienes encuentren su revulsivo.

Puestos a ver la botella medio llena, Osasuna ya suma un punto más que el año pasado cuando tenía dos partidos más. Y todavía lo tendrá que hacer bastante mal en esta segunda recta de la primera vuelta para no llegar a los 13 del ecuador de la temporada en que llegó Camacho, los 18 de la que supuso su despido o los 15 de la pasada liga.

Tres de las cinco últimas temporadas han obligado, por tanto, a remontadas casi épicas. Pero hay dos factores que han resultado decisivos para todas ellas: la primera es la estabilidad general que transmitía el club y la segunda, el impulso de la afición. Esta temporada ambos han entrado en barrena. El aspecto institucional anda muy tocado por los trapos sucios que salen de los despachos, y todo apunta a que empeorará si nadie asume la responsabilidad por los once millones de deuda extra ocultados en la anterior contabilidad (ese es un bulto demasiado gordo para escurrir). En cuanto a la grada, no es solo la crisis, no son únicamente los horarios, ni los precios... La acumulación de salvaciones agónicas deja exhausto a cualquiera.

Así pues, por una vez todo está en manos de la plantilla, de los que saltan al verde. No hay duda de que con buenos resultados las crisis institucionales pasan rápidamente a segundo plano. Y tampoco la hay de que el buen juego es la única vía para que la afición, hastiada de sufrir tanto para disfrutar tan poco, se reenganche con fuerza. Por eso la primera parte fue algo más que una buena primera parte, fue oxígeno puro en la noche caribeña de Málaga.

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