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Gara > Idatzia > Ekonomia 2006-07-02
Unión Cerrajera, un siglo resistiendo a los planes de la dirección
Unión Cerrajera de Arrasate abrió sus puertas hace un siglo, tiempo en el que ha sido testigo de un sinfín de enfrentamientos entre los trabajadores y la dirección. Recorte de derechos, despidos, discriminación y especulación han sido una constante hasta que los trabajadores se hicieron cargo de la empresa en 1993.

Durante estos cien años, cuatro generaciones de trabajadores organizados en torno a asociaciones y sindicatos obreros han resistido a los planes de la patronal».

Son palabras de Juan Ramón Garai, que lleva 43 años trabajando en Unión Cerrajera. Lo hace desde que tenía 14 años, cuando entró en la empresa a través de la Escuela de Aprendices. Ha llovido mucho desde entonces, pero todavía ha llovido más desde 1906, año en el que la fábrica abrió sus puertas con 978 trabajadores. Por aquel entonces, Unión Cerrajera contaba con dos plantas: una situada en Arrasate y otra, en Bergara. Eso fue hasta 1988, año en el que se produjo la escisión. La fábrica de Bergara pasó a manos de Arcelor, mientras que la de Arrasate se convirtió en la única sede de Unión Cerrajera en Debagaraia.

Cuatro meses de huelga

Esta empresa cuenta con una intensa trayectoria sindical. En este sentido, Asociación Obrera y el Sindicato Profesional fueron las primeras organizaciones que se aventuraron a representar a los trabajadores, contando desde el principio con la oposición de la dirección, que en 1912 salía al paso de la constitución de sindicatos afirmando lo siguiente: «Esta sociedad, que constantemente se ha preocupado por el bienestar de los suyos, no alcanza a ver la necesidad de esa formación de sindicatos».

Fueron precisamente esas dos centrales las que mediaron en la famosa huelga desarrollada entre 1915 y 1916, conocida porque duró cuatro meses. Más tarde, desde comienzos de 1920 hasta la Guerra del 36, Solidaridad de Obreros Vascos, el Sindicato Metalúrgico Obrero ­integrado en UGT­ y el Sindicato Libre cogieron el testigo de esos dos sindicatos. Fue una época muy convulsa, igual que los años posteriores. «Tras la derrota de los partidarios de la República, la dirección de la fábrica, a pesar de tener una urgente necesidad de obreros con capacitación profesional ­ajustadores, torneros, troquelistas, fundidores­, no admitió en su plantilla a centenares de personas. La casi totalidad de las gentes de izquierda y muchos nacionalistas quedaron sin trabajo. La represión también afectó a sus hijos, ya que la Escuela de Aprendices sólo aceptaba a los hijos de trabajadores», explica Garai.

Según palabras textuales recogidas en los documentos de la época, el Consejo de Administración quería formar, además de «estupendos» obreros, «excelentes» personas. Con ese objetivo, se pusieron como meta que los alumnos de la Escuela de Aprendices «fuesen de familias buenas, ya que el ejemplo de la casa se agrava de tal modo que, en la mayoría de los casos deja huella difícil de borrar». Con estos argumentos, la dirección no dudó en marginar a todos los hijos de los centenares de despedidos.

Represalias contra huelguistas, despidos, recorte de derechos laboralesŠ todo esto fue una constante antes y después de la década de 1960, año en el que entró en escena «una nueva generación de obreros», tal y como señala Garai. «Eramos jóvenes, poco temerosos ante las prohibiciones y represiones de los patrones, de su Estado y de su Policía. Es a finales de esta década cuando componentes de esta nueva generación, jóvenes en torno a los 20 años, comenzamos a agruparnos», destaca.

En su opinión, a diferencia de UGT y ELA-STV, la razón que une a estos jóvenes obreros no es ideológica sino la necesidad de emprender una pelea conjunta frente a la patronal y la dictadura. A mediados de 1973, tomaron el nombre de Comisión Obrera de Cerrajera. Iniciaron un boicot a las elecciones del sindicato vertical y eligieron representantes en votaciones paralelas de carácter «ilegal», con una participación del 40% de la plantilla.

La solidaridad fue uno de los puntos fuertes de este sindicato, ya que hicieron varias huelgas para protestar por problemas de otras empresas.

En 1978, en las primeras elecciones sindicales al comité de empresa, se presentaron con LAB en una misma candidatura unitaria. «En aquellos momentos asumimos las características del movimiento obrero vasco de la época: combatividad, autonomía y espontaneidad y solidaridad», remarcó Garai.

Luego, a partir de la década de 1980, llegó la época de las reconversiones, que afectó de forma importante a Unión Cerrajera: de una plantilla en 1981 de 860 personas en Arrasate y 536 en Bergara, se pasa en 1992 a 195 trabajadores en Arrasate y a 370 en Bergara.

La razón de esta reducción de plantilla fue fruto de la combinación de varios factores, según Garai. «El primero de ellos está en la gestión de la dirección. Es tal el grado de endeudamiento que aparecen en 1979 por primera vez las pérdidas contables», indica. La llegada de varios empresarios a la dirección en 1985 no hizo sino empeorar las cosas. «Su objetivo es cerrar la fábrica y especular con los 130.000 metros cuadrados de terreno», añade. A comienzos de 1993, la empresa pasó a manos de los trabajadores, «forma por la cual continuamos existiendo. En estos momentos, hay 120 trabajadores en Unión Cerrajera, la misma plantilla que cuando entraron los nuevos gestores», subraya.

73 horas semanales

Un siglo de historia también ha traído cambios en aspectos como el tiempo de trabajo. A comienzos del siglo pasado, la jornada laboral en la empresa era de algo más de 12 horas, de lunes a sábado, es decir, 73 horas semanales. Teniendo en cuenta que los únicos días en los que se libraba eran los domingos y algunos pocos festivos, el cómputo anual de la jornada superaba las 3.600 horas de trabajo. Un siglo después, la jornada anual es de 1.697 horas.

La plantilla estaba formada hasta por niños de diez años, pese a que las leyes fijaban la edad para el ingreso en las fábricas en los 14 años. También había un buen número de mujeres, aunque en situación de clara discriminación, tal y como recuerda Juan Ramón Garai. «Agustín Mendizabal, uno de los principales accionistas de la Unión Cerrajera, tenía una curiosa postura: ‘La mujer que trabaja junto a los hombres provoca su distracción’», destaca el trabajador. «Desde el año 1909 hasta 1915, mientras los salarios de los hombres variaban entre 3 y 4 pesetas al día, las mujeres ganaban 1,5 pesetas y los jóvenes, 1,25», añade.

Fuera de la empresa, existen más ejemplos de discriminación. La piscina de Zaldibar, construida con los fondos para obra social de Unión Cerrajera, funcionó sólo para hombres hasta 1975. «Ese año se permitió la entrada a mujeres, pero un poco tarde, puesto que tan sólo un año después cerraría. La Escuela de Aprendices, inaugurada en 1939, sólo para chicos, es otra muestra de la discriminación de las mujeres durante un siglo», apostilla Garai. La lucha sindical también ha hecho que esa discriminación haya desaparecido. -


 
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