Gracias por hacer imposible la tortura
Edorta Jimenez | Escritor
Gracias a todos, a nosotros, a vosotros, ya nadie podrá decir aquello de: no sabía, no lo he sabido, que en los rincones del Reino de España se tortura, o se torturaba, ojalá podamos decir lo segundo. Y es que allá en el horizonte había seis muertes. Seis cadáveres. De la tortura. Y parecían seis granos en la arena de la democracia, en la que cada uno somos eso, granos. Seis nombres, casi olvidados ya. ¿Recordáis esos seis nombres? ¿Los recuerda alguien?
Seis muertos. Y los llevados hasta el límite de la vida, ¿cuántos? ¿Cuántos, cuántas, han denunciado torturas en los últimos años? ¿Desde cuándo empezar a contar? ¿Podemos empezar en 1940, por redondear? Aun no siendo vasco, Companys, ¿lo recordaremos? ¿O nos vamos hasta 1936 y hablamos, por ejemplo, de Aitzol?
Contemos. Detenidos, detenidas. Pongamos una fecha. 1978, año de la entrada en vigor de la Constitución del Reino de España. 35.000 detenidos desde entonces. 35.000 granos de arena. Si lo apilamos por años, una pirámide bien visible. Quizás muchos no la vieron. Ahora, gracias a todos, se va a ver. Seguro.
Un sombra recorre la pirámide. Los que estuvimos en esa zona de sombra sabemos lo que es. La incomunicación. 10.000 detenciones incomunicadas. 25.000 comunicadas. ¿No se ve la piramide? El sol de la democracia deslumbra. Se trata de un espejismo. No es una pirámide. Es un iceberg. Seis cadáveres yacen en su cumbre helada. ¿Qué pasa más abajo?
De los 35.000 detenidos, unos 7.000 torturados. Al parecer. El sol de la democracia brilla tanto sobre el hielo que no hay manera de llevar una contabilidad. Pero he ahí que 5.500 de esas personas -¿o eran granos de arena, ahora gotas heladas?- pusieron denuncia. Nada. O casi nada. Algunas condenas. Suspendidos de empleo y sueldo. Luego repuestos y ascendidos. Resbalaban sobre el hielo, se iban a ahogar, o a morir de frío. El Estado los ha amparado. Siempre.
Bendito iceberg. El de la tortura. Nadie lo ve. Ahora sí, lo va a ver todo el mundo. Gracias a vosotros y a nosotros. A nosotros que nos vamos a poner en fila, o sobre los hombros unos de las otras, unas de los otros. Porque hace falta tener hombros para salir a la luz y decir: a mí me torturaron. Se hayan denunciado o no las torturas. Vamos a hacer que el iceberg salga de las heladas aguas del silencio. Lo vamos a traer a tierra firme. Se va a ver la pirámide. La de la tortura. En el Reino de España. Un horizonte de esperanza nos llama. A él acudimos. Venid, acudid, torturados, todos, los que ya os fuisteis de la política, los que ya estáis acomodados, los que sentís vergüenza como yo la siento porque un día no denunciamos. Venid. Sabemos que es duro. Sabemos que cuesta. Sabemos que puede tener un precio. Hasta una vuelta.
Torturado, torturada, ¿has podido olvidarlo? Ven, nosotros tampoco. Y ahora que lo sepan todos. Gracias a vosotros, gracias a nosotros. Tenemos la responsabilidad histórica de que nadie pueda decir: No lo sabía, qué terrible. 35.000. 25.000. 7.000. 5.500. Seis muertos.
Algunos sí lo sabían. Lo sabían en Amnesty International. Y por lo tanto los gobiernos de turno. Lo sabían los grupos parlamentarios. Lo sabían los analistas políticos que siguen estas cosas de AI y de la ONU. Porque también la ONU lo ha escrito. En el Reino de España se tortura. ¡Qué horror! ¿Cómo es que las personas de a pie, los anónimos y heróicos granos de arena que hacen entre todos la sociedad, no sabían nada? ¿Es que no leyeron? ¿No escucharon? Tantos años diciéndolo y al final parecía un cartel más: aquí se tortura. Ahora por suerte nadie podrá decir: no lo sabía, no estaba enterado. Gracias a vosotros y a nosotros. Ya descansamos. Ya no tendremos que ver un cadáver con quemaduras de cigarrillo en las plantas de los pies. Ya no tendremos que acudir al pie de la ventana a mirar el cadáver caído de comisaria. Ya no tendremos que explicar a los niños historias de muertos ahogados con esposas en ríos. Ya no tendrán miedo porque no tendremos que contarle, mira niña, la llevaron al cuartel, y al de 24 horas estaba muerta, que nos pregunte de qué, y tengamos que contestar de nada. Temblando, claro.
AI se podrá dedicar de pleno a casos como el de Guantánamo, un día España. El relator de la ONU podrá venir al festival de cine, a presentar alguna película sobre extraños casos en algún lugar del mundo que todos dirán que no está civilizado. Los periódicos no tendrán reparo en publicar sin recortes sus informes sobre el Reino de España. Una hoja en blanco, o casi.
Ya el poder legislativo se pondrá a la tarea de hacer verdad en nunca mais de este chapapote rojizo y pegajoso llamado tortura. Abolirá estos artículos de excepción contenidos en la flamente Constitución de Reino de España. El 55, y el 384 bis.
Los cambiará, al menos. Una ley que reconoce en su articulado todos los derechos pero que al tiempo contiene un artículo que anula dichos derechos no es una ley justa. Hay trabajo en el Parlamento de Madrid. Las leyes especiales han constituido el primer muro que ha hecho invisible la construcción de la gran pirámide, luego hundida y convertida en icerberg. Lo saben. Dirán que no podían hacer otra cosa. Quizás ahora puedan. Ahora que la pirámide se va a ver.
El poder ejecutivo tomará nota. Hará la propuesta al parlamento. Hay que cambiar las leyes. Y propondrá que desaparezcan las que amparan la tortura. Tolerancia cero, señor Zapatero. Tomará las recomendaciones de la ONU, las de AI, y otras instituciones internacionales como catecismo democrático y obrará en consecuencia. No habrá más torturas. Porque las ha habido, vaya que si las ha habido. Que nos procesen a todos.
Los grupos parlamentarios, los partidos políticos, se avergonzarán de esta lacra. No dejarán que les contagie. Incluso habrá quien tenga que ir al oculista. Sobre los suelos de los sótanos y mazmorras el sudor se hiela, la sangre se seca. Y no se veía. No se veía.
No lo veían los jueces. Sobre todo en la Audiencia Nacional. No se veía, mala visibilidad, contra un iceberg así chocó el Titanic. Al fondo pues la Audiencia Nacional. No merece la pena. Es que no veían.
No lo veían los forenses. Sobre todo en la Audiencia Nacional, tribunal de excepción heredero de aquel otro, donde la visibilidad es escasa. No veían la montaña de detenidos torturados. Al fondo pues la Audiencia Nacional, señor Zapatero, que es que no ven.
No veían ellos, porque no debían ver. Y si ellos no veían, por qué habrían de verlo mis vecinos. O leerlo. Ni ustedes iban a ser tan valientes. Ya ven. Tampoco todos los torturados lo éramos. La tortuta da miedo, ¿saben? Para eso se inventó. Da miedo al torturado. Al que está al lado. Al que la escucha. Al que la sospecha. Al que la intuye. Imaginemos que el gran iceberg choca contra nuestro barco. No. No puede haber icerbegs de ese tamaño. Los niños juegan en los parques. Los de los torturadores también.
Ah, ¿es que hay torturadores? Sí. De qué sino. De ellos es la responsabilidad moral y ética. La política no. Ellos podrían ser juzgados por crímenes comunes. Sus responsables por crímenes políticos. Todos ellos por trato inhumano y cruel. Hasta la muerte. El trato. A veces. De la pirámide sólo se ve, afinando mucho, la cumbre. Como del iceberg. Pero, ¿estamos pidiendo juicios? De momento no. Estamos pidiendo que se nos vea. Que se nos escuche. Que reconozca el Estado la tortura aplicada de manera sistemática, no sólo como instrumento para obtener información sino como método de castigo, venganza y terror.
Pedimos que se nos reconozca. Pedimos que se nos rehabilite. Que se asuman responsabilidades. Que nos cuenten y nos recuenten. Que nos quiten la carga. Que se pongan los medios para el nunca mais. Tolerancia cero, señor Zapatero. La vamos a conseguir. Porque gracias a todos, a nosotros, a vosotros, ya nadie podrá decir: no lo sabía, ni idea, que se torturaba. Eso, en pasado. El icerberg deja el mar de silencio. Es un mar muy frío. Los torturados siempre tenemos frío. Por eso queremos que tú también vengas. Para salir del frío. Queremos venir a tierra. Preferimos ser la pirámide que somos. Granos de arena, pero arena emocionada. Todos. Desde el que ¿sólo? sufrió golpes, amenazas, quizás alguna intimidación más fuerte, hasta los que fueron subidos despacio y con saña hasta la cima y arrojados desde allí a la muerte.
Seis muertos en la cima y la sangre seca en las paredes nos recuerdan que algo nos salvó. Vamos a salir. Ahora. Se lo debemos a nuestra sociedad. Y se lo debemos a la Humanidad. Y nos va a doler a todos (Tranquilos, a nosotros más). Pero no habrá paz sin reconocimiento, según dicen. Si es así, que nos reconozcan.