Yera campos Busca un sitio en el exigente circuito mundial de tenis
Yera Campos es la última promesa del tenis vasco, un deporte en el que las figuras o proyectos de ellas procedentes de Euskal Herria constituyen una rareza. La getxotarra, de 16 años, tiene talento y ganas de trabajar, pero va a necesitar medios y suerte para demostrar todo lo que vale.
Miren SAENZ
Alberto Berasategi y Nathalie Tauziat fueron los últimos vascos que se pasearon por la cima del tenis mundial. El vizcaino llegó a disputar la final de Roland Garros en 1994 y la labortana la de Wimbledon en el 98. Ambos perdieron, pero se mantuvieron unos años en la elite. Berasategi consiguió sus principales victorias en tierra batida y en su temporada mágica concluyó séptimo en la clasificación ATP, lo que le llevó a disputar el Masters, el torneo que agrupa a los ocho mejores del mundo.
Tauziat se defendía estupendamente en la hierba, la superficie con menos especialistas. En 2000, la de Baiona llegó a figurar en el número 3 de la Woman Tennis Association (WTA) tras una carrera longeva en la que terminó siendo la más veterana del circuito. La última perla del tenis vasco es Yera Campos, una getxotarra que ha coincidido con el de Arrigorriaga cuando éste ejerce de capitán de la selección en los amistosos navideños. Campos empezó a jugar a los 6 años y a los 16 mantiene intacta la ilusión de hacerse un hueco en el complicado panorama tenístico. Como cadete e infantil ganó el Campeonato de España y además fue subcampeona mundial de 14 años. Su sueño tiene un precio, lo que le cuesta entrenar cinco horas diarias de lunes a sábado o pasarse la mitad del mes fuera de casa.
Viaja con su entrenador Oscar Viana y una compañera buscando la experiencia y la suma de puntos que debe conseguir en los torneos para mejorar su ranking. Ahora figura como la número 640 del mundo, su mejor clasificación WTA ha sido el puesto 637, y en el Estado español ocupa el 37.
Motivacion y entrenamiento
Este mes se desplazará a Portugal y a Melilla, en marzo le espera Canarias. Pistas y hoteles para alguien que cree a pies juntillas en lo que hace y además está dispuesta a intentarlo. «Creo que lo importante son las ganas que tengas, la motivación, el querer superarte cada día y el entrenamiento. Te tienes que organizar muy bien, hasta con los estudios -cursa 1º de bachillerato-, y hay que tener buena cabeza para estar en esto», afirma.
La vizcaina supo desde muy pequeña a qué quería dedicarse. Lo suyo tuvo poco de imposición familiar porque en su casa nadie le daba a la raqueta: «Empecé jugando a pala en la playa durante las vacaciones de verano. Le dije a mi madre que me gustaba el tenis. Al principio no me creía, lo atribuía a un capricho, pero con el tiempo seguí insistiendo y me apuntaron en un club».
No hace mucho el tenis estaba plagado de niñas prodigio, adolescentes que se embolsaban su primer millón de dólares antes de alcanzar la mayoría de edad. Martina Hingis a los 16, la edad de Yera, ya había ganado un torneo del Grand Slam. Jennifer Capriati debutó a los 13 y Anna Kournikova también a los 16. Después de ellas se establecieron nuevas reglas: «Ahora tienes limitados los torneos en función de la edad. A los 18 puedes jugar todos los que quieras, pero de ahí para abajo estás limitada. Hasta que cumpla los 17 creo que puedo jugar once al año, aunque depende de lo que puntúe».
La vizcaina, a diferencia de Berasategi y de tantos que buscaron en otros lugares los medios para mejorar resultados, se resiste a abandonar su ambiente. Se ha empeñado en seguir avanzando en su entorno: «Dicen que hay que ir a jugar a Barcelona, que aquí en casa no vas a salir. No estoy de acuerdo y creo que, de momento, puedo tener posibilidades. Mientras esté haciendo lo que me gusta, y me encuentre bien, prefiero estar aquí junto a mi gente, no me siento nada presionada», insiste.
Ve además unas ventajas de las que carecería en la lejanía: «En los momentos malos me ayudan mis padres, mi entrenador y mis amigos. Te dan ánimos para seguir. Todo eso te motiva». Y eso que no es oro todo lo que reluce. Hasta ahora, de eso precisamente ha visto poco. El esfuerzo es grande, también el económico, pese a las ayudas de las Federaciones. «Nosotras no ingresamos nada, perdemos dinero. Los viajes me los tengo que pagar yo, porque hasta ahora poca cosa». Y recuerda que la única final de un torneo WTA que ha disputado se saldó con 900 euros. «Quedé subcampeona, a la ganadora le cayeron 1.400». A Yera Campos le dicen que es buena, que tiene talento y puede buscar su lugar en el universo del tenis. «Al menos voy a intentarlo», que no es poco.