El último experimento de David Lynch está resultando el más desconcertante de su irregular carrera, hasta el punto de que en su presentación en la Mostra de Venecia suscitó reacciones que le llevaron a hacer un nuevo montaje de la película sin bajar de las tres horas de duración.

Al igual que ocurría con la desquiciante «Mulholland Drive», hay un cierto planteamiento inicial del Lynch que se desprende enseguida para perderse en un delirio surrealista de escenas inconexas. Lo cierto es que ha trabajado durante todo el rodaje sin una pauta de guión, jugando con las posibilidades que le ofrecía la grabación de imágenes en la última tecnología digital, e incluso renunciando a la calidad de las mismas.

Laura Dern se ve envuelta en unas situaciones de pesadilla, las cuales parten -aunque no se pueda hablar de un argumento al uso- de la maldición que pesa sobre el rodaje de una película.

La pareja estelar de dicho filme murió en el mismo lugar donde se cometieron unos crímenes, y ahora se filma un remake sobre el que pesa el ambiente siniestro y perturbador de esa leyenda urbana made in Hollywood.