En los años 70, la película de Barbet Schroeder «General Idi Amin Dada» fue duramente criticada por su falta de compromiso político frente a un dictador sanguinario, algo que treinta años después no ha cambiado porque «El último rey de Escocia» incide en la misma línea, como si al cine le interesara más el lado estrafalario y exótico del cruento líder africano que los miles de crímenes cometidos en Uganda bajo su mandato.

Para su primera incursión en la ficción, Kevin MacDonald ha adaptado una novela de Giles Foden, escrita antes de la caída del dictador. En ella se cuenta la historia de un cooperante escocés que pasa a ser el médico personal de Idi Amin, que en realidad surge a modo de compen- dio de los distintos colaboradores o asistentes occidentales que llegó a tener el General. Nunca se ha dicho que estos profesionales se sintieran identificados con la personalidad sanguinaria de quien les pagaba, pero sí se sabe que el dictador ugandés era un hombre que nunca aceptaba un no por respuesta, así que todos trabajaban para él a la fuerza. El hombre blanco que vive en África tiende a pensar que allí las cosas funcionan de otra manera, por lo que suele evitar inmiscuirse en los asuntos internos, sobre todo cuando se resuelven por la vía expeditiva de la violencia.

El protagonista blanco de «El último rey de Escocia» tiene la mala suerte de tener que atender a Idi Amin a causa de un accidente, quien no duda en contratar sus servicios en una decisión incontestable. El extranjero se siente atraído por la personalidad excéntrica y el carisma del encantador de serpientes, hasta que empieza a comprobar el peligro que entraña y pasa a temerle por motivos más que fundados a raíz de su acercamiento a una de sus esposas, aunque no le será fácil huir del país. Quienes piensen que la realidad siempre supera la ficción es porque no han visto la caracterización que el actor afroamericano Forest Whitaker hace de Idi Amin Dada y en la que está impresionante. Conjuga a fondo las dos caras de un hombre aparentemente divertido, que encierra bajo ese perfil una brutalidad salvaje que no conoce límites. Es una interpretación que va más allá de los parecidos apreciables a simple vista.