Chatarreros espaciales sobre la estepa Kazaja
Cada día cae un pedazo de basura espacial en la Tierra. Pero hay lugares como los alrededores del cosmódromo de Baikonur, en Kazajistán, donde sus habitantes hacen negocio con la chatarra que se desprende con cada lanzamiento desde hace ya medio siglo.
En febrero, la república siberiana de Altai exigió de manera pública a la Agencia Espacial Rusa que limpira su territorio de «chatarra espacial». No, no sólo la basura que desprenden medio siglo de lanzamientos de cohetes y satélites ha ensuciado el espacio que se extiende por encima de nuestra cabezas. También en tierra la carrera espacial deja un lastre del que nadie se responsabiliza. En el caso de esta región considerada como el «Tíbet ruso», desde que el 4 de octubre de 1957 fuera lanzando el primer Sputnik soviético, han caído restos de más de 400 etapas de cohetes procedentes de despegues del conocido cosmódromo kazajo de Baikonur.
Grupos ecologistas calculan que puede haber hasta 2.000 toneladas de chatarra espacial repartida por la cuarta parte de esta pequeña república que limita con Mongolia, China y Kazajistán.
Para los habitantes y gobernantes de Altai estos lanzamientos no serían problema si la base de cohetes estuviera próxima al mar, como en Kourou (Guyana) o en Cabo Cañaveral (EEUU), donde los restos de las naves van a parar al fondo de las aguas. Pero en Ruisa y China no sucede así, ya que sus bases están localizadas en regiones interiores. En el caso de Baiokonur, las autoridades kazajas reciben una compensación económica por albergar esta mítica estación, pero también indemnizaciones por cada accidente que se cause. Eso sí, hace un año sucedió uno grave por el que reclamaron 40 millones de dólares, pero sólo recibieron uno.
Quienes se benefician de esa chatarra espacial son muchos de los habitantes de las poblaciones más cercanas a Baikonur. «Cuando un cohete es lanzado, los motores de combustible sólido son los primeros en separarse y caen unos cientos de kilómetros al norte de Baikonour. Al llegar al suelo impactan, se abren y expulsan al exterior los pequeños aunque peligrosos restos de combustible, contaminando el terreno circundante», cuenta Pedro León, autor en internet de la bitácora Murmullos del Espacio. «Antes, el Ejército ruso se encargaba de recoger los restos y descontaminar la zona, pero hoy día no hay dinero para esa tarea. Poco más tarde, las etapas principales del cohete también agotan su combustible y se precipitan en los campos y desiertos del país. En este caso las masas caídas del cielo son más grandes y aún son importantes los restos de oxígeno e hidrógeno que permanecen en los depósitos y que explotan en el suelo quemando las pocas hierbas de la estepa».
Este festín chatarrero se ha convertido en un medio de sustento para mucha gente. «Los días en que son lanzados los cohetes son casi festivos para los habitantes de la región. Tras disfrutar del espectáculo del lanzamiento, niños y mayores montan en sus herrumbrosas camionetas dispuestos a echar una carrera a sus vecinos para ser los primeros en llegar al sitio donde ha caido este `maná'», detalla León. «Oxígeno e hidrógeno gaseosos, hidracinas, baterías, gases, componentes eléctricos... cualquier cosa puede causarles la muerte, pero dado el valor del material que tienen delante no dudan un instante en `devorarlo'», añade.
La mayoría del cohete está formado por piezas de aluminio, acero y cables, pero también hay fragmentos del codiciado titanio. Unas cuantas piezas de este caro material pueden dar de comer a la familia unos meses, y eso no se puede desaprovechar. «Mientras se cargan las furgonetas, los niños juegan en los alrededores del cohete, se meten dentro de ellos e incluso participan en el `destripamiento'», apunta León.
Según reveló la revista ``Nature'' en enero de 2005, el lanzamiento de decenas de cohetes desde Baikonur está provocando un reguero de graves enfermedades entre la población local. La Agencia Espacial Rusa rechazó el estudio epidemiológico. Y ni la NASA ni la ESA aceptan ningún tipo de responsabilidad en estos problemas. ``Nature'' se preguntaba en su editorial si no habrá llegado el momento de realizar una investigación independiente.