Los diálogos son un fraude, lo mismo que el resto de un guión en el que todo queda demasiado explicado anulando cualquier efecto de intriga. No basta con meter una escena en las cloacas como referencia a «El tercer hombre» u otra en un aeropuerto a propósito de «Casablanca», si la historia que se cuenta no aporta su propia emoción y se queda en un simple pastiche. Pero el mayor fiasco es el de la dirección interpretativa, ya que Clooney se limita a estar frente a la cámara, sabedor de que posee planta de galán de los 40. Peor es lo de la actriz Cate Blanchett, que es reincidente después de haber tratado de imitar en vano a Katharine Hepburn en «El aviador». Ahora se hace un lío mayor, sin decidirse entre los parecidos inalcanzables a Marlene Dietrich, Lauren Bacall o Ingrid Bergman. No va más allá de la pose de estilo publicitario, ante la nula química que se desprende de su emparejamiento con Clooney, quien simplemente pasaba por allí. Lo mejor son las imágenes de archivo con figurantes reales, correspondientes al material rodado por Billy Wilder para «Berlín Occidente».