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«El mover la conciencia de la gente es el mejor premio que hayamos podido tener"

Coke Riobóo, director, guionista, músico y autor de «el viaje de said», goya 2007 al mejor corto de animación

«El viaje de Said» cuenta la historia de un niño marroquí que ve cómo sus ideas sobre el mundo occidental se tambalean. Es el homenaje de Coke Riobóo a esas personas que «se quedaron en el camino». A partir de mañana estará en Basauri, para hablar de la animación con plastilina.

Amalur ARTOLA | DONOSTIA

Empleando la técnica de animación con plastilina, Coke Riobóo ha dirigido el cortometraje «La Telespectadora» (2001), la serie de 26 capítulos «Se abre el telón» (2002), el videoclip «Que las noches sean son» (en 2002, para El Combo Linga) y «El viaje de Said» (2006, Goya al Mejor Cortometraje de Animación). Además de ser profesor en la materia, ha sido maquinista y regidor de teatro, y ha ejercido como profesor de música. Varias bandas sonoras de cortometrajes llevan su nombre.

Regidor de teatro, profesor de animación en plastilina, músico y compositor... ¿De dónde le viene toda esa creatividad?

Sería algún estimulo de mis padres: mi padre es coleccionista de comics y mi madre artesana, me dejaban pintar las paredes de casa y desde pequeñito sentí interés por las artes plásticas y la música. Ha sido una cosa innata que me ha ido saliendo.

Creo que también se pasaba horas frente a un pedazo de plastilina. ¿Cuándo comprendió que ese material podía servir para contar historias?

Pues esto fue en el año 2000. Yo soy músico, llevo toda la vida en esto, tocaba en una orquesta y decidí que no me apetecía irme a tocar el «Paquito chocolatero», que era lo que me esperaba durante todo el verano. Me puse a hacer pruebas con una cámara que tenía, una High 8 antigua, y un pegote de plastilina. Fue surgiendo la cosa e hicimos un primer corto, «La telespectadora»; es bastante cañero, guarro, medio porno y con una crítica social bastante bestia. Funcionó muy bien. A raíz del corto nos encargaron un videoclip para El Combo Linga, hice una serie de capítulos para Canal+ y «Teatruras», una obra infantil que iba junto a unas proyecciones de animación. Me sentí medio preparado para abordar este tema, que tenía en la cabeza desde hace mucho tiempo.

Y le dieron un Goya por él, por «El viaje de Said». ¿Qué ha supuesto el galardón?

Más encargos, de momento, no, porque en publicidad, cada vez que dices lo que cuesta y lo que vas a tardar en hacer algo con esta técnica, salen corriendo. Pero, bueno, sí que no para de sonar el teléfono y, sobre todo, estoy yendo a muchos festivales y dando cursos de animación y conferencias. Creo que ha supuesto un aluvión de trabajo y todo el mundo quiere hablar y trabajar conmigo. Es que te salen muchos amigos, pero imagino que, cuando pase el huracán del Goya, no se acordarán tanto.

En el corto denunciaba las expectativas distorsionadas que tienen los inmigrantes.

Sí. En uno de los muchos viajes que he realizado a Marruecos conocí a una familia de la que nació una gran amistad; es casi como mi familia. Los niños estaban con el tema de España; el paraíso donde todos los niños tienen dinero y Play Station. Es un poco un homenaje a todos ellos y a las personas que se han quedado en el camino. Esta gente me ha aportado muchísimo para ser mejor persona y entender que los lujos que tenemos en nuestro mundo moderno, como lo de abrir el grifo y que te salga agua caliente, para ellos no es normal. El saber apreciar lo poco que tenemos y lo mucho que vale, porque ellos no tienen de nada y saben vivir más dignamente que nosotros. Para mí era como una manera de devolverles el favor, con una historia contada desde el otro lado, desde Marruecos, y no desde aquí, desde la comodidad.

En una imagen del corto se observa que la camisa del protagonista se mueve según sopla el viento. No sería fácil lograr tal efecto...

Lo hicimos con el stop-motion: la camisa tenía un alambre por dentro y se iba moviendo. Pero no ha sido lo más difícil; lo del viento tiene sus trucos. Lo de animar el mar sí que ha sido una auténtica tortura china: Para un plano de tres segundos estábamos ocho horas, ola por ola, moviéndola, con la espumita cuando llegaba a la orilla... Al final han sido dos años para conseguir doce minutos. Ha sido un proceso muy largo y agotador, hemos tenido también muchos problemas con uno de coproducción. Luego, de cara al Goya, las instituciones que te subvencionan intentan barrer para su casa, pero bueno, eso es lo normal en el mundo de la política.

Creo que la media ha sido de un minuto al mes. ¿Cree que, desde fuera, se valora el esfuerzo?

Creo que la animación es muy desconocida. Todo el mundo se cree que todo está hecho por ordenador y nosotros reivindicamos la técnica artesana. No todo el mundo entiende cómo está hecho, ni lo que ha costado. En este caso, el corto la verdad es que está funcionando muy bien. Aparte de lo que significa a nivel personal -el tema del Goya, el prestigio y todo eso, que con el tiempo se pierde-, lo importante es que el corto tenga difusión, porque hace falta que la gente piense en por qué está pasando esto y por qué viene esta gente. El mover la conciencia de la gente es el mejor premio que hayamos podido tener.

No es habitual que se utilice la fantasía para tratar un tema como la inmigración.

Es un poco «el arma secreta»: Ganarte a la gente con una estética y con un toque de historia infantil porque, si de entrada le dices que le vas a hablar de pateras y niños muertos, te dicen que no; que para eso ya ponen la tele. Y, como en la tele, la gente cambia rápido de canal. Tenía que buscar una manera de contarlo sin que fuese muy irónica o ácida. Es un tema peliagudo y triste, pero había que quitarle carga dramática. Que no sirva para que la gente salga llorando; que sea para hacer pensar, porque, a veces, tienes darles una de cal y otra de arena: meter caña pero sacarles una sonrisa.

Ante el avance de la tecnología y la imagen digital, usted sigue apostando por la animación artesanal. ¿Se ha planteado utilizar otras técnicas?

Estoy dando clases en la escuela de cine de Madrid, tengo allí mi taller y sí que experimento con técnicas de arena y recortables, pero lo que manejo mínimamente bien es la animación con plastilina. Es la estética que tengo en la cabeza y es lo que me permite expresarme con más soltura, a pesar de que sea una técnica muy costosa.

Como dice, ejerce de profesor. ¿El mercado no está como para vivir sólo de lo que crea?

Pues no. Con hacer animación no todo el mundo consigue vivir. Para que los cortos den dinero tienes que ganar muchos premios; tenemos cinco y no hemos visto un duro, porque teníamos un boquete bueno. Bastante ha sido lo de conseguir acabar el corto. Lo que pueda salir que sea más «alimenticio», algún trabajo para publicidad o lo que sea, tira para atrás. Nos han tanteado muchísimas veces para hacer videoclips, para Shakira y así, pero nada: en cuanto les dices que vas a tardar cinco meses y que les vas a cobrar tanto, salen corriendo.

 
«Por cada uno que tiene éxito cien cortos se quedan en la cuneta; no hay canales de difusión"

En Animabasauri dirigirá un taller infantil sobre la animación. ¿Qué les mostrará?

El sábado tengo un taller para chavales. Trataré el tema por encima; explicaré el proceso de elaboración de «El viaje de Said» y cómo están hechos los muñecos por dentro; contaré anécdotas y llevaré un estructura y trabajos de unos amigos que trabajan con arena y recortables, para que vean un poco las distintas técnicas que se pueden utilizar.

En los últimos meses ha estado en varios festivales. Se dice que está creciendo el interés por la animación. ¿Lo cree así?

Te cuento: El otro día estaba en una entrevista en la radio y me estaban diciendo: «Bueno, estamos viviendo la época dorada del cortometraje...». Para nada, ¡pero si los cortos no se ponen en las salas! Cuando era pequeño iba al cine y ponían siempre un corto antes de la película. Ahora, lo único que ponen son trailers americanos y basura. Se está dando un poco más de coba, pero no es para tirar cohetes.

¿Plantea que es difícil mover los cortometrajes?

Muy difícil. No hablo por mí, porque es mi primer corto serio y ha funcionado bien, no me puedo quejar. Pero que tiene uno éxito por otros cien que se quedan en la cuneta, que nadie sabe de ellos y que no han tenido difusión porque el canal de difusión de los cortometrajes es un circuito muy reducido, no lo quita nadie. Hay dos canales en televisión que compran cortos y luego te quedas colgado. Es muy triste. Lo único: machacarte a festivales. Pero también es caro, los envíos, en algunos te piden entrada para poder participar... Está muy complicado. Creo que esto es puro amor al arte, de dejarte los ahorros, el tiempo y, si tienes suerte, a lo mejor recuperas algo de tu pasta. Pero, bueno, creo que todo esto no quita para que haya que seguir haciéndolo, porque siempre ha estado así y se han seguido haciendo cosas.

En la actualidad, ¿tiene algún proyecto entre manos?

Tengo un par de proyectos para agosto, pero estoy viendo cuál de ellos me llama más. Uno es sobre Palestina. Pasa que, para esto, quiero ir allí para ver si la historia que he escrito funciona y si tiene sentido, porque me gusta hacer siempre las cosas desde el lado de la gente, desde allí, y no desde mi visión occidental y del mundo rico. Me gusta empaparme de las historias para ver si lo que hago tiene sentido. La otra es sobre Mali, un poco para sacudir también las conciencias de cara a estas ONGs que ganan dinero con lo que hacen.

A. A.

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