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Del Aberri Eguna unitario de Bilbo al de Irun pasando por Itsasu y Gernika

ajo la clarificante denominación de «zazpiak bat", un grupo de abertzales muy significados ha impulsado una nueva fórmula para recuperar la celebracion de un aberri eguna conjunto, una aspiración que comparte buena parte de la ciudadanía de Euskal Herria. La convocatoria para el próximo domingo en Irun-Hendaia llega cuando se cumple un aniversario redondo: 75 años de una celebración que en contadas ocasiones ha logrado tener un carácter unitario. B

Y es que en estos tres cuartos de siglo no llegan a la decena las conmemoraciones de la fiesta nacional que han reunido a las diversas sensibilidades e ideologías del nacionalismo vasco. Estos son los Aberri Eguna conjuntos más significados, tejidos siempre en momentos históricos claves para Euskal Herria:

1932

En el marco de la II República estrenada un año antes y con la celebración de la Pascua irlandesa como referencia, los abertzales decidieron festejar a su nación un día al año. El primero fue el 27 de marzo de 1932; el escenario, Bilbo. Por sus calles se manifestaron, según se afirma, nada menos que 60.000 personas de distintas ideologías abertzales con muchas ikurriñas. Las fotografías existentes reflejan un tropel abigarrado, que partió del Sagrado Corazón y concluyó ante la casa de Sabino Arana, en lo que hoy es la sede del PNV. Como anécdota, se cuenta que los balcones de la Gran Vía se cerraron a cal y canto en señal del rechazo de la oligarquía españolista. No hubo acto político final, pero sí quedó clara la voluntad de dar continuidad a la celebración. El momento político estaba marcado por el impulso a un estatuto para los cuatro herrialdes, a pocos meses de la decisiva asamblea del Teatro Gayarre de Iruñea.

En los tres años siguientes habría también celebraciones conjuntas masivas, abortadas luego por los prolegómenos y el inicio de la guerra. En 1933 fue en Donostia, con presencia de invitados internacionales (catalanes, gallegos y el secretario general del Congreso de Nacionalidades Europeas) y bajo el lema «Euzkadi-Europa».

El acto político principal se celebró en el estadio de Atotxa, con intervenciones de José Antonio Aguirre y Telesforo de Monzón. Este último dejaría para la historia la frase: «La libertad no es algo que se pide rogando; se consigue por la fuerza».

En 1934, el Aberri Eguna se conmemoró con una manifestación en Gasteiz, en la que barajaron cifras de más de 40.000 participantes. La elección de Araba se debía a la campaña abierta por la derecha española para forzar su desvinculación del proyecto común vasco. Y a Agirre y Monzon se les sumó esta vez en la tribuna otro histórico abertzale: Manuel de Irujo.

En 1935 se cerró el círculo de los cuatro herrialdes del sur situando la celebración en Iruñea. Las dificultades se multiplicaron, tanto por el rechazo de la derecha local como por las trabas del Gobierno español, que empezaba a ver con inquietud la pujanza de la fiesta abertzale. El PNV «negoció» el permiso legal, cambiando el nombre de Aberri Eguna por el de Euzko Eguna y reduciendo las celebraciones a festivales folklóricos en el frontón Euskal Jai y en la Plaza de Toros de Iruñea. Sin saberlo, aquél sería el último gran Aberri Eguna en varias décadas. En 1936, con la guerra tocando a la puerta, se optó por festejos modestos y descentralizados.

1963

La celebración del 14 de abril de 1963 en Itsasu resultaría tan humilde en las formas como histórica en los contenidos. Por vez primera tras casi tres décadas de represión franquistas, el movimiento Enbata -gestado por estudiantes del norte del país y que venía editando una revista muy referencial desde 1960- logró que los abertzales protagonizaran un acto con un fondo político que iba mucho más allá de las comidas y misas con que el PNV recordaba la fecha.

La imagen del día sería la del jeltzale Ximun Haran y el entonces militante de ETA Julen Madariaga homenajeando juntos a la ikurriña. La anécdota, el descubrimiento en el lugar de un miembro del espionaje español, el famoso coronel Dapena. Pero lo importante era el documento, la llamada Carta de Itsasu que marcaba con claridad las coordinadas de un conflicto que acababa de desembocar en el surgimiento de la organización armada ETA: «La nación vasca está actualmente separada en dos, bajo la dependencia de los estados español y francés. La lengua vasca está en vías de extinción...», comenzaba el texto.

La iniciativa de Enbata obligó a moverse al PNV, que un año después convocaría en el «interior», en Gernika, por primera vez desde 1936. Pero pronto las convocatorias de derechas e izquierdas volvieron a bifurcarse.

1975

Los últimos Aberri Eguna del franquismo estuvieron caracterizados por una persecución intensísima. Como dato, basta reseñar que en el de 1967, en Iru- ñea, se contabilizaron 347 detenciones, o que en 1974 todos los intentos debieron trasladarse de nuevo al norte del Pirineo debido a la oleada represiva destada tras la muerte de Carrero Blanco a manos de ETA tres meses antes.

El paso adelante dado por la oposición antifranquista tuvo como plasmación más clara el Aberri Eguna de 1975. El escenario, de nuevo Gernika. El PNV hizo un llamamiento al que se sumarían PCE, PSOE, ORT, MCE, LCR, Partido Carlista y ETA p-m. A la villa bombardeada 38 años antes acudió incluso el cónsul de Estados Unidos en Bilbo. El franquismo reprimió la jornada sin que le frenara siquiera la presencia de testigos internacionales: de hecho, los diputados flamencos Willy Kuijpers y Walter Luiten serían detenidos y expulsados fulminantemente del Estado español por mostrar una ikurriña, lo que ocasionó una protesta oficial del Gobierno belga. El enviado especial de «The Guardian» también acabó en comisaría, junto a otras 50 personas. Tampoco sabían entonces que ése sería el último Aberri Eguna con Franco vivo.

La unidad de acción no tardó en quebrarse. Tras la ruptura de Xiberta, durante más de dos décadas cada partido volvería a celebrar el día por su cuenta.

1999

La recuperación de la fiesta conjunta llegaría de la mano de la primera institución nacional vasca de la era moderna, o mejor dicho de su embrión, la llamada Asamblea de Electos Municipales. Medio año después de la firma del Acuerdo de Lizarra-Garazi entre fuerzas como PNV, EH, EA, AB o IU-EB, el lema «Herri bat gara» hizo que salieran a la calle juntos para conmemorar el Aberri Eguna.

Se optó por celebraciones descentralizadas, sin un acto masivo y aunque cada formación política mantuviera por la tarde sus propias convocatorias de partido. Al mediodía, abertzales de muy diferente signo se concentraron juntos ante sus ayuntamientos. Especialmente significativa resultó, por ejemplo, la imagen de Bilbo, donde comparecerían juntos los jeltzales Iñaki Azkuna, José Antonio Rubalkaba y Josu Ortuondo, los electos de la izquierda abertzale Dabi Alonso e Iñaki Antigüedad, o la parlamentaria de EA Jasone Iraragorri. También la de Garazi, donde se había ratificado el acuerdo de Lizarra y adonde acudieron otros abertzales como el secretario general de ELA, José Elorrieta. Allí Richard Irazusta, de AB, comentó: «Hoy estamos aquí muchos amigos, pero el año que viene seremos todavía muchos más». Su diagnóstico no sería acertado: en 2000, tras la quiebra de aquel proceso, volvió a abrirse un abismo, pese a que Udalbiltza mantuvo su llamamiento ese año y los posteriores.

Ramón SOLA

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