EL MUNDO - Eduardo García Matilla 2007/4/3. Estado español.
«Cambio radical"... para políticos
(...) Tenemos muchos ejemplos de los resultados catastróficos para las empresas y sus directivos provocados por las campañas de imagen engañosas que no estaban sustentadas por sólidas realidades. Los partidos deberían tomar nota de esta sustitución de las operaciones de lavado de imagen por la implantación de estrategias más rigurosas de comunicación corporativa y de responsabilidad social.
Pero volvamos al título de este artículo. El cambio radical de los políticos al que me refería es, justamente, el inverso al que padecen los protagonistas del polémico programa de televisión dedicado al culto de la cirugía estética y del maquillaje.
En mi opinión, muchos de los políticos deberían seguir cursos urgentes de desintoxicación en las malas artes de la propaganda, que les permitieran olvidarse de los gestos amanerados y de las triquiñuelas que han aprendido con tanto esfuerzo. Tendrían que recuperar su forma natural de hablar (...); volver a sonreír cuando de verdad les apetezca y renunciar a las poses de cartel electoral, las posiciones de manos ensayadas que se convierten en tics mecánicos y carentes de espontaneidad.
(...) Si logran volver a ser ellos mismos -y no les resultará ya fácil-, tendrían que dedicar todo su tiempo a intentar de convencer al personal, que está cada día más resabiado, de sus buenas intenciones, de que de verdad les importan los problemas de los ciudadanos, que comparten sus preocupaciones, sus miedos y sus esperanzas. No les debería preocupar si muestran en alguna ocasión sus limitaciones, reconociendo sus fracasos y la impotencia producida por no conseguir resovler con rapidez aquellas cuestiones prioritarias y de difícil solución.
La audiencia quedaría desconcertada, pero agradecida, si los políticos no se enrollan como persianas, si no abruman con datos incomrpensibles, si abandonan sus trucos de malos actores, si fueran capaces de expresar ternura, ingenio, cercanía, complicidad, si hablaran a los ciudaddanos con claridad y, sobre todo, con autenticidad. En suma, si demuestran que la política no debe estar dominada por las apariencias sino por las ideas, el rigor, la honestidad, el trabajo duro y la búsqueda de soluciones a los problemas reales, a través de una gestión eficaz de los recursos públicos.
Sin duda, éste sí que sería un auténtico «Cambio radical», muy beneficioso para nuestras democracias, que precisan urgentemente de una renovación profunda que les permita adaptarse a los nuevos tiempos y recuperar su credibilidad.