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Erero F. Njiengwé Doctor en Psicopatología y Profesor de la Universidad de Douala en Camerún. Miembro de Medicus Mundi

La salud de los pueblos depende de la política mundial

El acceso a los medicamentos no es universal. ¿Desde cuándo el derecho a la salud debe depender del termómetro de los mercados bursátiles? El acceso a la atención sanitaria es tan desigual en nuestros países que aunque la esperanza de vida baja para la mayoría, la elite gobernante es altamente longeva

Hablamos del Día Internacional de la Salud? ¿Se trata de una pausa en la que los dirigentes de este mundo recapitulan y hacen balance de sus valerosas iniciativas en favor de una mejor salud en el mundo? Si tal es el caso, podemos esperar que se acuerden en sus análisis de que la Conferencia de Alma Ata, en 1978, fue un momento en el que se nos autorizó a creer que la «Salud para todos en el año 2000» no era sólo un eslogan.

¿Qué se desarrolla en los países «en vías de desarrollo»?

Africa representa el 24% del total mundial de personas enfermas y no dispone más que del 3% del personal sanitario mundial. Cada año, 5,6 millones de niñas y niños mueren por desnutrición. En las grandes ciudades africanas, sólo del 10 al 30% de los desechos domésticos son eliminados y sólo el 10% de los váteres están conectados a una red de desagüe. Menos del 75% del alumnado termina la escuela primaria y muchos salen del sistema escolar con un nivel insuficiente. Africa es el único conti- nente que, año tras año, ve degradarse sus condiciones de vida y salud, el único en el que la esperanza media de vida baja, las tasas de mortalidad aumentan y el índice de desarrollo humano retrocede. 20.000 profesionales de medicina, enfermería y otro personal de salud, abandonan Africa cada año.

El acceso a los medicamentos no es una opción universal y, los promotores de los genéricos son conscientes de ello. Saben en qué trampa se encuentran poblaciones enteras que deben pagar de más para tener un acceso a los medicamentos. ¿Desde cuando el derecho a la salud debe depender del termómetro de los mercados bursátiles?

En su informe sobre la Salud en el Mundo en el año 2006, la OMS declara que «una enfermera que trabaja en VIH/SIDA puede ganar de 3 a 4 veces más que una enfermera que trabaja en otro servicio en el mismo establecimiento». El VIH/SIDA se convierte en una apuesta económica de supervivencia, no para las personas que viven con el virus, si no para todos los actores implicados en la lucha, de los que difícilmente se puede creer que estén «contra» el VIH/SIDA.

Pero es la malaria la que constituye la causa de mortalidad número uno en Camerún. La movilización mundial inédita contra este virus refleja la incapacidad de las entidades financieras de imponer visados al virus, en el marco de una suerte de inmigración elegida. Una confesión un poco cínica, ha consistido en proponer esta simple fórmula para referirme a la malaria: Quizá la única ventaja del recalentamiento del planeta debido a la poca preocupación por nuestro medio ambiente, será una tropicalización progresiva de los países del Norte. El mosquito vector de la malaria podrá sobrevivir y comenzar su sucio trabajo de infección masiva. Occidente, sufriendo en sus propias carnes esta endemia mortal, encontrará rápidamente una solución. Con un poco de suerte, el resto del mundo podrá beneficiarse de ello.

El acceso a la atención sanitaria es tan desigual en nuestros países africanos que, a pesar de que la esperanza de vida al nacer baja drásticamente para la mayoría la élite gobernante presenta una longevidad que no refleja la realidad de nuestros países.

Vivimos en el mismo medio ambiente contaminado por los desechos industriales y domésticos; infestados de mosquitos y otros vectores de enfermedades infecciosas; ahogados por los costes prohibitivos de las consultas, de los cuidados médicos y de los medicamentos; hipotecados por la insuficiencia y, a menudo, la ausencia de servicios de urgencias.

La mayoría de la ciudadanía del Norte sabe que es muy probable que vivan más allá de los 80 años, porque allá, la esperanza de vida es elevada. Nuestros dirigentes no construyen hospitales y no dotan a nuestros países de las punteras infraestructuras sanitarias que solicitan en Europa, para sus revisiones y periódicos controles médicos. Occidente llega a comerciar con estos dirigentes. ¿Será porque éstos les garantizan que toda la ayuda recibida será devuelta en forma de contratos de compra de armas, por ejemplo? ¿Contratos de asistencia militar contra la población que exige sólo lo que se les debe: un poco de justicia social? ¿Por qué los países occidentales, entidades financieras, no exigen a sus amistades, dirigentes africanos sobre todo, que ofrezcan a sus poblaciones los mismos recursos de salud que ellos vana solicitar a Europa?La salud es un derecho, no es un privilegio exclusivo de quienes gobiernan.

No hay que taparse la cara: luchar contra la enfermedad no quiere decir comprar misiles y colocar en el poder en Africa a generales y después a sus hijos o hijas. Esto no quiere decir que las ONG y la acción humanitaria sustituyan el deber de los estados. Luchar contra la enfermedad implica la voluntad política de poner al alcance de todas las personas la salud, como la define René Dubos: «Estado físico y mental relativamente exento de problemas y sufrimientos, que permiten al individuo funcionar tanto tiempo como sea posible en el medio donde el azar o la elección le han situado». La autonomía y el bienestar no son incompatibles con Africa y como decía John Kennedy, «necesitamos personas que sueñen con lo que jamás ha existido». Es inédito el compromiso incondicional de erradicar el hambre y la miseria en el mundo, condiciones mínimas indispensables para la salud. Y sin embargo, es posible.

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