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Bailarines vascos en el extranjero: un éxito que esconde un camino de sudor y lágrimas

Un país pequeño, escasa oferta académica y, sin embargo, exportamos bailarines. GARA ha hablado con algunas figuras de la danza vasca que desarrollan su labor en el extranjero para saber por qué se fueron, cómo viven, a qué aspiran y qué futuro le ven al sector.

Todavía, cuando ve la escena de la película «Billy Elliot» en la que el protagonista se aleja de los suyos en autobús, a Iker Murillo (Donostia, 1978) se le escapan las lágrimas. «Me veo a mí mismo yendo a Madrid los fines de semana, recuerdo que las despedidas eran horribles. A veces me pregunto cómo pude dejarlo todo. Tenía 15 años», recuerda. De eso hace trece años y hoy es un orgulloso Solista del Ballet de Zurich que domina el francés, inglés, alemán y algo de ruso, además del euskara y castellano. Eso se le dio la danza, como le dio también un montón de amigos y la oportunidad de «madurar y aprender a respetar la disciplina». Pero no se le acaba de quitar la morriña. «Echo mucho de menos a la familia. A veces, cuando lo pienso, me dan ganas de hacer las maletas e irme a casa». Iker es uno de los cerca de sesenta bailarines vascos que desarrollan su trabajo en el extranjero, según la investigación desarrollada por la periodista y crítica de danza Iratxe de Arantzibia. Todos ellos salieron de su casa muy jovencitos y hoy, tras años de trabajo, ven cumplido un sueño: vivir de la danza.

A Lucía Lacarra también le fue «muy difícil» dejar Zumaia con catorce años para afrontar sola un mundo desconocido. Primero se fue a Madrid, al centro de Víctor Ullate, y después a Marsella, donde tuvo que empezar de cero «en una nueva compañía, en un nuevo país y con un nuevo idioma». Pero entonces tenía ya 18 años «y estaba muy motivada». Hoy Lucía (Zumaia, 1975) está considerada una de las mejores del mundo. Bailarina Principal del Ballet de la Ópera de Munich, posee multitud de premios internacionales y ha sido la primera bailarina del Estado invitada expresamente a participar en el Concierto de Año Nuevo de Viena. «Somos el producto de nuestras experiencias y de las lecciones que hemos aprendido en la vida», dice ella.

Urtzi Aranburu (Donostia, 1972) lleva 16 años en Holanda, con el Nederlands Dans Theater (NDT). Sólo tenía 15 años cuando, gracias a una beca, se marchó a Madrid a estudiar con Luis Fuente. «Me fuí con mucha ilusión, pero con pena, porque no sabía cuál sería mi futuro ni si un día volvería a casa». Ahora sabe que fue una decisión muy acertada. Y enumera todas las cosas buenas que le trajo: «Tener la suerte de haber trabajado con los mejores coreógrafos, conocer gente increíble, hacer amigos para toda la vida, viajar por todo el mundo, vivir de y haciendo lo que a mí me gusta...». Aunque, advierte, «nada de esto viene gratis. Hay que tener suerte y trabajar muchísimo». La única pena que tiene es «no haber podido estar presente en muchos momentos buenos y malos con mi familia. Pero, a pesar de la distancia, hemos conseguido mantener un contacto increíble. Mejor que otras familias que se ven todos los días».

Catorce años lleva fuera de casa Asier Uriagereka (Mungia, 1975), en la actualidad Bailarín Principal de los Ballets de Monte-Carlo (Mónaco), estatus al que ha llegado tras ganar en el 93 el Prix de Lausane, ingresar en la escuela del Royal Ballet de Londres y ser fichado después por el Grand Théâtre de Genève. «El momento en el que decidí seguir donde mi carrera me llevara lo recuerdo como el de un sueño que empezaba a convertirse en realidad». Al marcharse ganó algunas cosas y perdió otras, afirma. «Me ha costado perder la primera lengua que hablé, el euskara. Pero he aprendido otras que me hubiera sido muy difícil perfeccionar quedándome en casa».

Jone San Martín (Donostia, 1966), que actualmente es bailarina solista en The Forsythe Company (Frankfurt) tras pasar por el Ballet Nacional de España, y varias compañías de Bélgica y Alemania, se fue de casa con 16 años, gracias a unas becas de la Diputación de Gipuzkoa y del Gobierno de Lakua. «Fue un decisión clara que contó con todo el apoyo de mi familia. Tengo un recuerdo muy bueno, como de plantarme ante un camino por descubrir», rememora. Nunca se arrepintió. «Me ha dado la oportunidad de viajar, conocer, practicar, estudiar y, finalmente, poder vivir de la danza. Esto no quiere decir que sea fácil vivir en el extranjero y lejos de la familia», añade esta coreógrafa, alumna de William Forsythe.

Van para veinte años que Igor Yebra (Bilbo, 1974), el más popular de nuestros bailarines junto a Lucía Lacarra, dejó Bilbo. Para él no fue una decisión, sino «una obligación». «Nosotros no nos hemos ido porque hemos querido sino porque no teníamos otra opción», asegura. Haber dejado su casa y su familia es algo que nunca ha digerido del todo, pero a cambio tiene a sus espaldas una carrera brillante que actualmente le sitúa en colaboraciones con el Ballet de la Ópera de Burdeos y con la Ópera de Roma, mientras prepara una gira con el Ballet Nacional de Lituania.

¿Cómo es posible que haya tantos bailarines punteros vascos pese a las escasas condiciones que existen en el país para desarrollar esta carrera? Para Asier Uriagereka, tiene que ver con algunas cualidades específicas, que él resume en «la entrega al trabajo, la sensibilidad y, sobre todo, las ganas de bailar. Creo que cuando ves a un vasco trabajando se reconoce». Jone San Martín añade otras razones. «En la tradición vasca, la danza tiene un lugar muy importante. A pesar del estereotipo del txiquiteo y la juerga, nuestra cultura es sensible y frágil; no hay que olvidar que muchos de los pasos de la danza clásica están inspirados y copiados, de las danzas tradicionales vascas». Es lo mismo que señala Lucía Lacarra, quien además destaca el «carácter serio» de los profesionales vascos. «No sólo con la calidad se puede triunfar, hay que tener mucho tesón y ser muy cabezota».

Iker Murillo insiste en el «talante» vasco. «Somos muy trabajadores. Quizás por ello nuestras ganas de bailar y luchar nos han llevado lejos». Para Igor Yebra, sin embargo, no son tantos los bailarines que están fuera. «Y si estamos fuera es porque no nos queda otro remedio». No piensa lo mismo Lucía Lacarra, para quien «un bailarín no está hecho para quedarse en un mismo sitio. Nuestra meta es bailar para el público de todo el mundo y nuestro mayor interés es viajar, trabajar con compañías y estilos diferentes. Yo necesito motivarme, prepararme con coreógrafos que me enseñen cosas nuevas».

Pero todos coinciden en pedir mayores oportunidades de formación en el campo de la danza. Yebra se muestra sardónico. «No es que en Euskadi haya lagunas en el tema de la formación, eso es ser muy generoso: es que es un gran océano con pequeñas islitas». Por eso, Jone San Martín es partidaria de que se establezca una enseñanza «sólida e innovadora», para lo que pide «buenas infraestructuras y una visión amplia de futuro, para que la danza se aprenda desde la base y se pueda desarrollar hacia nuevas metas». Como ejemplo pone el centro Oriol Martorell de Barcelona, una escuela de enseñanza primaria en la que la danza está integrada, de donde se pasa luego al Institut del Teatre para realizar la secundaria.

Si la enseñanza es el primer escollo, la ausencia de una compañía estable donde puedan desarrollar su carrera los bailarines vascos puede ser otra. Aunque para Yebra, «Euskal Herria no tiene necesidad de una compañía potente; tiene necesidad, en primer lugar, de unas infraestructuras y unas bases potentes de enseñanza. Cuando tengamos eso, será el momento de hablar de una compañía». Si existiera esa posibilidad, él confiesa que seguramente regresaría a su tierra. Para los demás, es demasiado tarde. «Personalmente, creo haber encontrado mi sitio como bailarín y como artista, pero dependería mucho de la proposición artística», dice Uriagereka, quien se muestra realista sobre la posibilidad de que se cree dicha compañía. «Es todo ponerse. Sólo las acciones harán que los bailarines tengan la opción de quedarse, hacer su carrera en Euskadi y bailar para un público vasco». Murillo ve más su futuro encaminado a la enseñanza. «Para empezar, para cuando se forme una compañía, yo habré dejado de bailar -ríe-. Sería un placer formar a niños y niñas y poder enseñar lo que he aprendido en todos estos años». Y a Aranburu le gustaría asumir otras funciones, porque lo de volver como bailarín «a una soñada y deseada compañía en Euskadi» le llega tarde. «Pronto probaré como asistente de coreógrafo», anuncia. También Jone San Martín tiene «otras aspiraciones que, tal vez, podrían desarrollarse en Euskal Herria, pero, desde luego, no como bailarina en una compañía». De todos modos, apoya toda iniciativa «en pro de crear trabajo para bailarines vascos o extranjeros. Yo nunca he sido discriminada por ser vasca en ningún lugar del mundo. Creo que las compañías de danza son los micro-cosmos con más mezcla de cultura y de países que existe y eso me parece maravilloso, pues permite riqueza e intercambio». A esta bailarina-coreógrafa hay otros proyectos en Euskal Herria que le interesan mucho. «Me refiero a Arteleku y Tabacalera, en los que veo una apuesta de futuro, de libertad y de creación. Me gusta la idea de dar a la danza otro marco, presentarla en otro contexto y así abrir fronteras. En la compañía de Forsythe llevamos haciéndolo desde hace tiempo, actuando en museos como el Tate Modern de Londres, proponiendo espectáculos-instalaciones en galerías, bibliotecas y otros espacios». Y Lucía Lacarra recuerda que todos los que están trabajando en el extranjero han tenido que luchar «enormemente y sin ayuda alguna. Me parece que nadie estará dispuesto a echar todo por la borda para empezar en algo que igual sería irrealizable».

Que marcharse sea una opción y no una obligación. Ése es básicamente el mensaje que nos mandan estos bailarines que desearían ver normalizado el ejercicio de la danza en su país. «En Euskal Herria al ciudadano no le queda más remedio que percibir los espectáculos de danza como algo esporádico e inusual. ¿Qué opinan todos los condenados a no disfrutar del arte como una opción diaria?», se pregunta Jone San Martín.

Karolina ALMAGIA

 
60 bailarines

vascos aproximadamente desarrollan su trabajo en compañías del extranjero, según la investigación realizada por la periodista Iratxe de Arantzibia.

Poder bailar en casa, el sueño de todos los profesionales

¿Qué pedirían a las autoridades competentes? Cuando hacemos esta pregunta a los bailarines vascos, la respuesta es unánime: «Que programen danza».

«Teniendo en cuenta las cualidades de los bailarines vascos, la calidad de los teatros y lo hambriento que está el público por ver danza... no sé a qué están esperando», se pregunta Uriagereka. Iker Murillo bailó por primera vez en su ciudad el año pasado. «Fue en el Kursaal, en una gala benéfica. Pero lo que me gustaría sería bailar en el Victoria Eugenia, que tiene un encanto especial». Y Urtzi Aranburu añade que es «un gusto oír las cosas bonitas que nos dicen cuando venimos con nuestras compañías a recoger premios», pero siente pena al pensar «que la gente de fuera tiene más oportunidad de disfrutar de nuestras carreras que la gente de casa». Por eso expresa su deseo de que «la gente importante confíe más en la danza y se gaste suficiente dinero para poder tener una compañía en Euskadi de nivel. Tenemos profesores fantásticos, tenemos bailarines increíbles. ¡Y tenemos ganas de bailar en casa!». Y un ruego a quienes mandan, formulado por Jone San Martín. «Que sean generosos, humildes y curiosos». K.A.

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