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Raimundo Fitero

El precio

No, no es lógico que se emitan misas y procesiones en directo, en euskara o castellano, en basílicas o en calles peatonales. No es cierto que cada vez haya más adictos a la secta. Es, justo, lo contrario. Pero la secta manda mucho y algún día los «increyentes» saldremos a la calle en procesión o haremos misas en los garitos que no cierran ni al amanecer. El dinero de nuestros impuestos no son para que la secta siga ocupando estos días vacacionales sindicales, no religiosas. Y no me hablen de tradiciones.

En Cuatro emitieron la noche del viernes dos reportajes consecutivos y uno hablaba de las casas más caras del mercado y en el otro se metían en un convento de clarisas. Una manifestación sectaria que debería ser intervenida por la fiscalía. Digo lo de los conventos de clausura. A mí las monjitas ya ancianas me producían sentimientos encontrados, pero desde luego, a quienes propiciaron el enclaustramiento de esas mujeres desde hace más de cincuenta años los ponía a desfilar llevando a cristo colgado de sus testículos. La realidad es muy cruda: ni una novicia y las nuevas son indias. Sigue la secta explotando a los pobres.

Pero lo bueno era el reportaje de las casas más caras. Fantásticas. Casas que valen cinco millones de euros. Siete millones de euros. Dos de estas casas estaban habitadas por personas inteligentes, simpáticas, que vivían y trabajaban en asuntos artísticos. Dos estilos. Después nos llevaron a Mallorca y allí empezó la locura. En la última, el vendedor, un apuesto alemán, llegó en helicóptero que aparcó en el lugar adecuado para ello en la finca, nos fue enseñando algunas de las instancias, nos aseguró que con cuatro de servicio podíamos salir del paso y entonces llegó la fantasmada mayor. El precio. Dijo que valía entre 30 y 50 millones de euros. Repito: de euros. ¿No les parece una fantasmada muy grande? Con la oscilación del precio nos compramos cuatro de las caras en la Moraleja. La descarté precisamente por el vendedor. A ese tipo tan fantasma no le compro ni el yate. Por favor. Se le quitan a uno las ganas de meterse en un hipotecario

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