Más allá de la nominación al Oscar a la Mejor Película de Habla no Inglesa -lo cual le ha valido para entrar en Hollywood-, «Después de la boda» supone un punto de inflexión en la carrera de Susanne Bier, la cual ha dejado a un lado la dictadura «dogmática» para concentrar su interés en la estructura narrativa de un discurso que presta mayor interés en el poso dramático de los personajes. Algo que se echaba de menos en sus anteriores «Te quiero para siempre» y «Hermanos».

Respaldado por un guión co-escrito junto a su habitual colaborador Anders Thomas Jensen, la cineasta danesa perfila con exquisito gusto el determinante reencuentro que compartirán dos antiguos amantes distanciados por el tiempo y que, en la actualidad, representan dos tipologías sociales diametralmente opuestas.

Él es un cooperante sacudido emocionalmente por la miseria de la India, que regresará a su Dinamarca natal con la intención de lograr el ansiado cheque que servirá para paliar las carencias del orfanato en el cual presta sus servicios. En cambio, ella simboliza la opulencia gris y despersonalizada que siempre se intuye en países cuyo estatus «envidiable» oculta los más terribles demonios existenciales. Una rutilante boda servirá como escenografía apropiada para que Bier incida en las deudas de tiempos pasados, los miedos y los recuerdos que nunca terminan por quedarse en el olvido.

Para tal fin, para atrapar esas emociones silenciadas, la cámara se convierte en la herramienta perfecta que posibilita explorar la fisonomía de unos personajes siempre atrapados en primeros planos, lo cual les obliga a dar la cara en todo momento. Este duelo incisivo entre cámara y actor alcanza su mayor cota de acierto en cuanto se intuyen las primeras lágrimas en una fisonomía tan particular como la de Mads Mikkelsen, un paisaje humano cuya pétrea fisonomía queda hecha añicos ante la evidencia de unos sentimientos que, en manos mucho menos expertas, hubieran inspirado un rutinario producto folletinesco.