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James Joyce pudo haber elegido a su hija como modelo para perfilar la heroína de «finnegan's wake»

Durante décadas se han hecho muchas cábalas sobre la identidad de la mujer en la que se inspiró a James Joyce para crear la heroína en su novela más impenetrable. Ahora, una académica estadounidense podrá probar su teoría de que el autor irlandés se basó en su hija Lucia, perturbada mental.

Así que, ¿quién era ella? ¿la «callejera del Jacuzzi»?, la «prostituta de la coladera» (todo esto rima, si se dice en inglés y con acento irlandés). ¿O era Anna Livia Plurabelle, la dama del río, la enigmática heroína de una de las novelas más impenetrables del siglo XX?

Una académica estadounidense cree que la musa Anna Livia Plurabelle tuvo como modelo a Lucía Joyce, la perturbada hija del escritor irlandés James Joyce, la inspiración secreta para su última obra, y la menos accesible, «Finnegan's Wake». Y ahora que una larga disputa legal por los derechos se ha resuelto, la estudiosa está en mejor posición para corroborar su punto de vista.

Carol Loeb Shloss, especialista en literatura inglesa e irlandesa de la universidad de Stanford, ha obtenido el derecho de publicar fragmentos de la correspondencia entre James Joyce y su hija, de quien él dijo: «Hay fuego en su cerebro». Shloss asegura que esos extractos añaden credibilidad a su teoría de que «Finnegan's Wake», publicada por primera vez en 1939, es «un elaborado misterio en clave acerca de una familia real». En el centro de este misterio, asegura, está la figura semioculta de Lucía Joyce.

Las investigaciones de la académica se vieron obstaculizadas por las sensibilidades del nieto de James Joyce y heredero, Stephen Joyce, quien se enfrascó en numerosas batallas legales para impedir que estudiosos literarios se entrometieran en la privacidad de su familia. Se empeñó especialmente en desalentar cualquier investigación sobre la vida de su tía desequilibrada.

Shloss afirma que, si supiéramos más sobre la enfermedad mental que afectaba a la pobre Lucía, el extraño lenguaje y misteriosas alusiones de «Finnegan's Wake» tendrían otro sentido. Ella ha analizado toda la evidencia documental que no fue destruida por los parientes o antiguos amantes que trataron de proteger a Lucía de la curiosidad de los estudiosos literarios. Su libro «Lucia Joyce: To Dance in the Wake» (Lucia Joyce: bailar en el funeral), publicado en 2003, pasó por muchos cortes, sobre todo en las notas a pie de página, para evitar una demanda.

Molesta por la reacciones de los críticos, que dijeron que la obra era interesante pero escasa en cuanto a evidencia documental, Shloss demandó al albacea de la herencia de James Joyce, Sean Sweeney, y a Stephen Joyce por el derecho a publicar el material cortado. Tras una larga confrontación legal, ella logró la promesa de que la representación de Joyce no la demandará, siempre y cuando el material en disputa se publique sólo en Estados Unidos. Shloss planea crear un apéndice impreso para su libro y, además, publicar la información faltante en internet, en un sitio web restringido y sólo abierto al público estadounidense.

El conflicto hace surgir la pregunta de hasta dónde puede permitirse que la investigación académica se entrometa en la vida privada de los familiares de un escritor de renombre. Los herederos sostienen que ellos buscaban, ante todo, «proteger la privacidad y la memoria» de la hija de Joyce.

Por su parte, Shloss los acusa de querer etiquetar a Lucía en el fácil estereotipo de «la hija loca de un hombre genial», en lugar de reconocerla como una artista talentosa, obligada a vivir «al margen de la creatividad de alguien más».

Lucía Joyce nació en Trieste (Italia), en 1907, en una sala de hospital destinada a atender mendigos, tres años después de que sus padres salieran de Irlanda, en donde James Joyce temía que su genio jamás fuera reconocido. A diferencia de su hermano mayor, un niño agraciado y adorado por su madre, Lucía era una niña enfermiza que sufría de un grave estrabismo (es decir, era bizca). Cuando cumplió siete años, ya había vivido en cinco domicilios diferentes debido a los problemas que su padre tenía con la bebida y para pagar la renta. Dado que su educación era interrumpida constantemente, se llegó a decir, cuando ya era adulta, que Lucía creció «analfabeta en tres idiomas».

Como adolescente en París, tuvo algunas apariciones en el escenario como bailarina profesional cuyo estilo -según los jueces de un concurso de danza que se celebró en esa ciudad, en 1929- era «sutil y barbárico». Una reseña del «Paris Times» de 1928, vaticinó que «cuando alcance su capacidad total en la danza rítmica, James Joyce podría ser conocido sólo como el padre de su hija».

La joven estudió con Raymond Duncan, hermano de Isadora, lo que sugiere que su danza era de ese estilo salvajemente experimental, que era la vanguardia en los años 20. Sus padres no lo aprobaron, por lo que a los 22 años, cuando ya era demasiado tarde para ello, intentó incursionar en el ballet clásico, pero lo abandonó. Se dice que su madre la presionó porque consideraba que no era una actividad adecuada para una joven. Un amigo llamó a esto «la venganza de un adulto contra su hija creativa y talentosa».

Cuando se publicó la novela «Ulises» en París, en 1922, y el padre se volvió una estrella, el hogar de los Joyce se convirtió en un imán para artistas, bohemios y advenedizos de todo tipo. El hermano mayor se enredó con una heredera estadounidense mucho mayor. Lucía se involucró con tres hombres en sucesión, y todos ellos acabaron rechazándola.

El primero fue Samuel Beckett. Después empezó a encontrarse con un marinero en la torre Eiffel. Luego, se declaró lesbiana. Sus fracasos amorosos incrementaron su preocupación por su estrabismo; intentó corregirlo con una operación que no resultó. Su autoestima sufrió otro golpe cuando sus padres le informaron de que iban a casarse. Ella siempre pensó que ya lo estaban.

Fue Beckett quien observó que Lucía no podía vivir una vida propia porque ella «ya era parte de una historia mejor». Tristemente, para Lucía esa «historia mejor» -su intensa y casi incestuosa relación con su padre- la volvió loca. «Cualquier chispa o don que yo poseo ha sido transmitido a Lucia y atizó el fuego en su cerebro», escribió James Joyce en una ocasión.

En febrero de 1922, una pelea familiar se desató cuando celebraban el 50 cumpleaños de Joyce. Lucía levantó una silla y se la arrojó a su madre. Su hermano la internó en una clínica. Sólo tenía 25 años, pero ahora estaba atrapada en una vida que alternaría hospitalizaciones con infelices visitas a casa.

Sus estadías en instituciones se volvieron más largas a medida que su comportamiento se tornaba más errático. Vivía entre instituciones francesas y suizas. Sus terapeutas estaban divididos en cuanto a su diagnóstico; para unos era esquizofrénica, para otros maniaca depresiva y para los restantes, simplemente neurótica.

Carl Jung llegó a atender a la hija del famoso escritor, pero a ella le desagradó. «Pensar que un suizo grandote, gordo y materialista intente apoderarse de mi alma», exclamó Lucía.

Durante uno de sus periodos de libertad, en Irlanda, provocó un incendio, trató de seducir con avances lascivos a los novios de sus primas y dejó una llave de gas abierta toda la noche, y más tarde se escapó para vagar durante seis días por las calles de Dublín que su padre inmortalizó en «Ulises».

Desde los 28 años hasta su muerte, en 1982, a los 75 años, vivió prácticamente en hospitalización permanente. En una ocasión, su madre le preguntó si quería que su padre la visitara en el sanatorio. Lucía respondió: «Dile que soy un crucigrama, y que si no le importa ver a un crucigrama, puede venir».

Ella estaba con sus padres en 1933, cuando una corte distrital estadounidense autorizó que «Ulises» se publicara en Estados Unidos, pese a protestas de que la obra era obscena. El teléfono sonaba constantemente con llamadas de felicitación, y Lucía cortó el cable gritando «C `est moi qui est la artiste!» (¡Soy yo quien es la artista!). Cuando repararon el cable, ella lo cortó de nuevo.

Según Shloss, eventualmente su padre comprendió que él tenía alguna responsabilidad por su estado mental y quiso tenerla de nuevo en casa. Pero Joyce se estaba quedando ciego y su familia y amigos, que se habían vuelto muy protectores, temieron que nunca terminara «Finnegan's Wake», una novela que, estaban convencidos, cambiaría el curso de la literatura occidental.

Su esposa Nora, que había sido el blanco de la furia impredecible de Lucía durante sus visitas, no quería a su hija en la casa. Tampoco la quería ahí Giorgio, ese lindo niño que se había convertido en un alcohólico ocioso.

Explicando los problemas de su hija al personal de un hospital donde Lucía recibió tratamiento, Joyce escribió: «La paciente insiste en que, pese a su diligencia, su talento y todos sus esfuerzos, el resultado de su trabajo ha quedado reducido a nada. Su hermano, su contemporáneo, a la que ella antes idolatraba, nunca ha trabajado. Es conocido, se casó con una fortuna, tiene un hermoso apartamento, un auto con chófer, y encima de todo, una bella esposa».

El hijo de Giorgio, Stephen Joyce, ha luchado por mantener en secreto la historia de su tía. El destruyó las cartas que Lucía escribió a su hermano y convenció a Samuel Beckett de seguir su ejemplo. En 1989, Stephen escribió para «The New York Times Book Review» una queja en la que aseveraba: «La privacidad de la familia Joyce ha sido más invadida que la de cualquier otro escritor en este siglo».

En la demanda que Caro Shloss interpuso en la corte distrital de San Francisco (EEUU), ella alegó: «Personas han destruido documentos sobre Lucía Joyce durante más de 60 años, aparentemente debido en gran medida al estigma que las generaciones anteriores endilgaron a una joven mujer que sufrió un trauma emocional».

Agregó que había trabajado en el libro durante quince años, durante los que había obtenido material de los historiales médicos de Lucía Joyce, archivos, y documentos hallados en acervos y colecciones en universidades. Todo esto convenció a la académica de que Lucía fue una consistente fuente de inspiración del padre que la adoraba.

Un testigo recordó haber visto a Joyce trabajando en «Finnegan's Wake» mientras su hija bailaba, en silencio, al fondo de la habitación. Shloss sugiere que padre e hija podían «comunicarse con una voz inarticulada y secreta», y que la danza de su hija dio forma a los extraños ritmos verbales de «Finnegan's Wake».

Cree también que Lucía fue el modelo para crear al personaje de Anna Livia Plurabelle, de «Finnegan's Wake», y fue ella quien pronunció las palabras que resumen su larga y fallida vida: «Mis hojas han caído de mí. Todas. Pero una aún se aferra. Para recordarme. ¡Lff! Tan suave esta mañana, nuestra. Sí. ¡Llévame, papi, como lo has hecho antes, por la feria de juguetes!».

«La Jornada»

danza
«barbárica"

Siendo adolescente sus profesores calificaron su estilo de «sutil y barbárico». En 1928, el «Paris Times» vaticinó que James Joyce podría ser conocido sólo como el padre de Lucia.

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