Diego Peretti es el nuevo rostro de la comedia argentina, que triunfa dentro y fuera de sus fronteras y al que la crítica foránea ve como un Woody Allen con acento porteño. Tal vez tenga alguna relación con el hecho de que antes de ser actor estudiara siquiatría, precedente que parece marcar el carácter neurótico de sus personajes.

En el primer largometraje de Juan Taratuto, «No sos vos, soy yo», su obsesión era la de sentirse desconsoladamente abandonado, tras romper con su prometida. Aquí, aunque el guión es ahora del autor de «Historias mínimas», Pablo Solarz, el exagerado y divertido comportamiento obsesivo se repite en función del mismo principio de malos hábitos sociales generados por la soledad. Esta segunda reunión entre director y actor ha cosechado idéntico éxito en Argentina, por lo que es de prever que a este lado del charco vuelva a ocurrir otro tanto.

El humor de Taratuto y Peretti es básicamente discursivo, con diálogos constantes y discusiones encendidas. Al carecer de «gags» propiamente dichos, la comicidad se encuentra en situaciones aparentemente dramáticas, pero que terminan dando pie a equívocos y malentendidos de lo más embarazosos. «¿Quién dice que es fácil?» se ha hecho muy famosa por una escena concreta, que no se debe desvelar a quienes piensen ir a ver la película, aunque no estropeará el efecto sorpresa una simple pista sobre que afecta a la sexualidad del protagonista, a un problema de autocontrol consultado a la asistenta doméstica, a falta de otra mujer con la que poder contrastarlo. Es un síntoma de la inmadurez de este individuo, al que le llega la oportunidad de mantener una relación de pareja para la cual no se encuentra preparado.

Nuestro hombre es un solterón que sigue reuniéndose con sus amigotes para jugar al Scalextric. De puertas adentro se ha convertido en auténtico maniático, que lleva una vida metódica y calculada.

A este animal de costumbres le resultará muy difícil relacionarse con una mujer que es justo lo contrario y a la que conoce cuando decide alquilar una parte de su vivienda. Ella es mucho más desinhibida y carece de complejos, por lo que no le da mayor importancia a tener un roce ocasional con su casero. Un primer contacto que, en cambio, a él le trastocará todos sus esquemas, sin poder evitar enamorarse. De ahí que la convivencia entre seres tan dispares no resulte nada fácil, dando lugar a un sinfín de complicaciones que los hacen todavía si cabe más entrañables a los ojos del espectador. El grado de identificación con Peretti es siempre alto porque da el tipo del ciudadano corriente, de ese conocido o ese vecino lleno de rarezas identificables que cualquiera de nosotros puede tener.