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Presidenciales francesas: perfiles

La «moralidad» y el «orden justo» para llevar al PS al Elíseo

Dabid LAZKANOITURBURU

Primera mujer en la historia política francesa que puede acceder al Palacio del Elíseo, Ségolène Royal ha impuesto un estilo personal cargado de una suerte de vuelta a la moralidad más rancia y unos métodos novedosos en una ascensión meteórica que ha zarandeado a su formación, el PS.

Madre de cuatro niños de edades comprendidas entre los 14 y los 22 años, Ségolène Royal antepone su condición de mujer y asegura que votar por ella es «escribir la historia de Francia». Igual o más osada, asegura que, tras ella, «la política ya no volverá a ser igual».

Cálculos electorales al margen, lo cierto es que, en su exitosa primera vuelta, fue Sarkozy el más votado por las mujeres, a tenor de las encuestas.

Hija de un militar destinado en Senegal y perteneciente a una familia de educación católica y ocho hermanos, Royal estudió, como buena parte de la élite francesa, en la Escuela Nacional de Administración (ENA), donde conoció al padre de sus hijos y secretario general del PS, François Hollande.

Se afilió a la formación socialdemócrata en 1978 y, tras lograr el cargo de consejera política del finado ex presidente François Mitterrand, se convirtió en diputada diez años después (1988).

Entre 1992 y 2001, ocupa tres carteras ministeriales menores (Desarrollo, Enseñanza Escolar y Familia e Infancia), cargos en los que gusta de recordar que se sintió «cercana a los ciudadanos». Entre otras medidas, logró la gratuidad de la píldora del día después en los institutos y logró que se votara una ley contra las novatadas.

Con todo, hasta hace año y medio no era conocida más que como presidenta de la región de Poitou-Charente (centro-oeste) y la candidatura presidencial del PS parecía reservada a alguno de los barones del partido.

Los agoreros no contaban con su voluntad de hierro. Así, logró desbancar en las primarias de noviembre de 2006 a Dominique Strauss-Kahn, antiguo ministro de Economía, y al ex primer ministro Laurent Fabius, dos pesos pesados del partido. No obstante, en su debe cabe reseñar que contaba con la ventaja de tener como compañero al líder del partido, Hollande, con el que forma una pareja que desentona en el panorama político tradicional francés.

Para ello, además de una impresionante campaña mediática -que le llevó al cielo en los sondeos, los mismos que le pusieron en su lugar en plena campaña electoral-, Ségolène Royal se valió de la carta de la «singularidad», un perfil que no ha abandonado hasta hoy mismo.

Así, y pese a mantener un discurso clásico de izquierda -revalorización del trabajo y prioridad a la educación-, ella ha hecho apología de la bandera tricolor y del himno «nacional». Suya ha sido la propuesta de sustituir en los actos del partido el canto de la Internacional por el de la Marsellesa.

No acaba ahí su «especificidad». Insiste en sus mensajes una y otra vez sobre la «moral» y los «valores familiares». Herencia indudable de una infancia católica y marcada por un padre amante del autoritarismo típicamente castrense.

Uno de sus hermanos está acusado de participar en la voladura mortal del Rainbow Warrior -el 10 de julio de 1985 los servicios secretos hundieron el barco de Greenpeace, que protestaba por las pruebas nucleares en Mururoa, matando a una persona-.

De casta le viene al galgo y su propuesta para el reclutamiento militar de los jóvenes reincidentes y sus apelaciones a la mano dura completan un cuadro de posiciones iconoclastas que le han valido las críticas desde la izquierda y desde sectores de su propio partido, que le acusan de deriva hacia posiciones de la derecha y de populismo.

Sin obviar en ningún momento el desprecio que ha despertado en sectores misóginos del partido, lo cierto es que su plan de «quitar el polvo» de la izquierda y sus libertades respecto a los «dogmas socialistas» se han dado la mano con críticas a su parco bagaje ideológico, patente en materia de política exterior. Unas carencias reales que trata sin duda de suplir con sus propuestas altisonantes.

«No escucha a nadie», aseguran sus críticos, y en la segunda vuelta ha propiciado, contra algunas instancias del partido, un acercamiento al centro llegando a ofrecer ministerios a la UDF de Bayrou.

Una propuesta que tiene, esta vez, su razón de ser, en un cálculo de simple aritmética electoral. Consciente del odio anti-Sarkozy desde la izquierda, confía así en acortar los puntos que en las encuestas le separan del candidato de la derecha.

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