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Presidenciales francesas: perfiles

Hijo de inmigrantes y azote de la «chusma» en la «nueva Francia»

D.L.

Si vence hoy, Nicolas Sarkozy, 52 años de edad, realizará el sueño de su vida: convertirse en presidente de Francia, un Estado que, asegura, él es el único que puede «cambiar profundamente».

Sarkozy fascina, irrita o da simplemente miedo: su propuesta de «ruptura» para «inventar un nuevo modelo francés» basado en el «valor del trabajo», no deja indiferente a nadie.

Sus partidarios alaban su energía, su determinación y están convencidos de que sabrá «sacar al país del atolladero». Sus detractores le juzgan brutal y peligroso y le comparan con un «pequeño César».

La trayectoria política de Nicolas Sarkozy, hijo de un inmigrante húngaro, Pál Sarkozy Nágy Bocsa, y de una abogada parisina, Andrée Mallah, es la de un hombre marcado por la prisa. Por la urgencia.

Tras entrar en política con 19 años, se alineó con rapidez tras Jacques Chirac. Con 28 años fue elegido alcalde de Neuilly, un barrio de alto postín de París. Con 34 años se convirtió en diputado y con 38 recibió la primera cartera ministerial.

En 2004, cuando este abogado de formación tomó las riendas de la UMP -que reemplazó al RPR fundado por Chirac-, él declaró: «Hace 25 años que me conocen y ha llegado el momento en el que han pensado que estaba llegando mi hora. Yo lo he pensado siempre, cuando nadie lo hacía. ¿Mi objetivo? La Presidencia de la República.

Sarkozy quiere pasar página de la era Chirac, con quien ha tenido una relación difícil después de su traición de 1995, cuando decidió sostener a Édouard Balladur contra su antiguo mentor.

Tras aquel episodio, su travesía del desierto no duró prácticamente nada: rápidamente se convirtió en un actor incontestable de una derecha que quiere «sin complejos».

Es, sobre todo, en el Ministerio del Interior, entre 2002 y 2005, donde se labrará su imagen de «presidenciable».

Sarkozy utiliza entonces los medios de comunicación en su acción focalizada sobre la lucha contra la llamada inseguridad y la inmigración clandestina y pone el acento en su lema de «hablar claro». lo que alimenta las acusaciones de populismo.

Una frase sobre su voluntad de limpiar con Kärcher (máquina que lanza agua caliente a presión) para limpiar la banlieue y el empleo del término racaille (gentuza) para designar a la juventud de estos barrios fue la mecha que terminó por encender la ira de esta vapuleada juventud, que se sublevó en otoño de 2005.

La fe del converso

Sorprende esta virulencia contra los inmigrantes en el hijo de un hombre, Pál Sarkozy, que huyó de Hungría para no ir a la guerra y llegó a dormir en el metro de París porque no tenía dónde caerse muerto.

Fe del converso, esta vez personificada por el hijo, que se completa con el odio hacia su padre, quien les abandonó para casarse con la hija del embajador de Hungría en la capital francesa y alardeó toda su vida de que era un inmigrado, pero que seguía siendo húngaro.

Por contraste, su hijo se reclama poco menos que heredero de las esencias francesas más puras. Eso sí, heredó de los Sarkozy su furibundo anticomunismo -la mayoría huyeron de Hungría- y antiislamismo -su escudo familiar se remonta a un antepasado que luchó contra los turcos otomanos.

Incombustible, este descendiente por parte de madre de sefardíes (judíos) huidos de las persecuciones españolas, ha alimentado durante la campaña su imagen de hombre enérgico al retomar temas sensibles para la extrema derecha. Criticado por sus adversarios cuando propone un «Ministerio de la Inmigración y la Identidad Nacional», responde que es posible hablar de la inmigración «sin ser un racista» y reivindica abiertamente la reconquista del electorado del Frente Nacional, de Le Pen.

La primera y única vez que Nicolas Sarkozy evidenció cierta fragilidad fue cuando confesó en televisión «problemas conyugales» con su esposa Cecilia, con la que tiene un niño (tiene otros dos hijos de un matrimonio anterior). Aquella le abandonó por otro durante un tiempo antes de reaparecer a su lado.

En un intento de limar su imagen férrea, Sarkozy trata de vender su «humanidad» y le gusta prometer que ha «cambiado». En una entrevista que concedió antes de la primera ronda, aseguró tener «cicatrices por doquier», para asegurar inmediatamente: Es normal en el combate político cuando quieres llegar alto», sentencia.

 

25%
de más

para las horas extras. Sarkozy defiende la demolición del sistema de las 35 horas promoviendo el concepto de «trabajar más para ganar más».

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