¿Tiene sexo el IRPF?
Entre tanta campaña, la presidencial en Iparralde y la de acoso y derribo en Hegoalde, ha empezado la de la renta. Ha llegado el momento de liquidar el IRPF, que mes a mes engorda las arcas de Hacienda a cuenta de quienes tienen un empleo por cuenta ajena y se liquida una vez al año. Este impuesto, que es criticable por activa y pasiva porque se nutre sólo de los salarios de las y los trabajadores y ahonda en las desigualdades sociales, tiene, además, un trato para los matrimonios donde el sesgo de género es patente y potente.
Si se hace la declaración conjunta -en la mayoría de los casos cuando la mujer no tiene un empleo porque trabaja en casa- el marido se desgrava el «mínimo personal» de ella, mayor cuanto mayor es su nivel de renta. Por ejemplo, según datos de 2003, un hombre que gana 7.500 euros se desgrava 20 euros por el hecho de que la mujer no tenga ingresos, mientras que uno que gana 66.000 euros se desgrava 1.530 euros por el mismo concepto.
¿Cuál es la utilidad social de este modo de liquidación? ¿Es justo que vayan a cargo del presupuesto general -con el que deberían financiarse los gastos sociales- los 1.530 euros de un señor que gana 66.000 euros, cuando ese señor no paga ningún salario a la mujer por su trabajo ni, por supuesto, impuestos ni cotizaciones a la Seguridad Social? Aparte de las consecuencias que tiene para esa mujer el que el marido pueda desgravar porque ella no tenga ingresos. Puede parecer a simple vista que ella también se beneficia de una desgravación que es para la familia, pero a la mujer eso le cuesta muy caro a lo largo de su vida: Primero, porque la mete en la trampa de la dependencia económica y segundo, porque la condena a la pobreza en caso de que el marido desaparezca.
Cuando la mujer trabaja fuera de casa y gana su propio salario pueden liquidar separadamente, pero si lo hacen así el marido no podrá desgravar por la mujer, ya que ella debe restárselo de su propio salario. Como su salario suele ser menor, la desgravación será también menor o incluso nula. Estos mecanismos dan como resultado que una mujer casada pueda llegar a tributar, por un sueldo mínimo, hasta el 48% entre IRPF y cotizaciones a la Seguridad Social. Total, que entre los bajos salarios y los impuestos que tiene que pagar -además de hacer malabarismos para conciliar la vida personal con la laboral y familiar dado el escaso nivel de corresponsabilidad de los hombres y la falta de servicios públicos para las personas dependientes- nos encontramos con que, teóricamente, a muchas mujeres no les sale a cuenta trabajar fuera de casa. Trampa saducea donde las haya.
Es hora de que las y los políticos se dejen de discursos sobre el acceso de las mujeres al empleo, bla, bla, bla... y se pongan a modificar, entre otras, normas como la del IRPF, que lo que hace es desincentivar que las mujeres salgan al mercado laboral, logrando la independencia económica, básica para la independencia personal.