Como si de un guión previamente escrito se tratara, la fiesta fue completa para el equipo del trébol, ya que además de del torneo, el alma del equipo, Dimitris Diamantidis, fue nombrado el MVP de la final, tras guiar con maestría al equipo verde en una final vibrante.

Pese a su juventud, el base griego es la prolongación de Obradovic en la cancha y bajo su batuta el trofeo se quedó donde estaba previsto.

No fue el jugador más valorado ni siquiera de su equipo, ya que Siskaukas, pese a los nervios mostrados en alguna parte del partido, le superó en anotación, pero el MVP de una Final Four es algo más simbólico y que se otorga por sensaciones, por lo que el galardón no podía haber caído en mejores manos.

Dando una demostración de lo que es, un base completísimo capaz de hacer prácticamente de todo desde sus 196 centímetros, anotó 15 puntos con una carta de tiro prácticamente inmaculada en la que sólo marró un tiro libre, capturó tres rebotes, recibió seis faltas personales, repartió tres asistencias e hizo bueno su galardón de mejor defensor del campeonato con dos robos.

El galardón tuvo el añadido de que se produjo tras salir airoso de su duelo particular contra Theo Papaloukas, su rival pero amigo a la hora de llevar el timón de la selección griega. En el plano individual, en los números, el conductor del CSKA terminó con mejor valoración, pero Diamantidis no necesitó lucirse tanto él, sino que se encargó de hacer funcionar, con la ayuda de un gran Vujanic, a un equipo campeón en el que precisamente esa rotación tan amplia fue el secreto. Por eso rugió tanto con él el OAKA.