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Josebe EGIA

No es garantía pero... es un derecho

La cuestión de la paridad «amenizó» la cena del viernes y, tras un acalorado debate, por lo menos llegamos al consenso de que la paridad en las listas electorales es un derecho, basado en que las mujeres somos algo más que el 50% de la población y, sin embargo, sistemáticamente nuestro porcentaje es mucho menor en los puestos de responsabilidad política. En el aire quedaron varias cuestiones ¿La entrada de mujeres en las instituciones políticas es una garantía de la conquista de la igualdad efectiva de las mujeres? ¿Es suficiente que exista el 40 o 50% de mujeres en el poder político para que la igualdad se lleve a cabo de manera efectiva en la sociedad? ¿Ser mujer es garantía de hacer otra forma de política?

Pues me temo que no podemos cantar victoria. La paridad puede ser un cebo si es puramente formal: la paridad cuantitativa, la del número, no es la garante de la paridad en la división del poder, es decir, de la ocupación por uno y otro sexo de posiciones determinantes y de puestos clave. No será todo lo eficaz que se pretende si a las mujeres se les sigue relegando a puestos «femeninos». Es más, esta paridad cuantitativa será inoperante si las que se benefician de ella no se incorporan a la política con perspectiva de género y no la tienen en cuenta en su práctica. A falta de ello, la paridad en las instancias representativas podría ser una victoria puramente formal: las mujeres políticas corren el riesgo de ser simplemente «hombres como los otros» y, algunas veces, incluso más que los otros ya que constantemente «están a prueba».

Esto nos llevaría a que puede seguir haciéndose la misma política «añadiendo mujeres» que sean consciente o inconscientemente quienes ejecuten políticas discriminatorias. Además, las mujeres que acceden a alguna forma de poder lo hacen en el seno de partidos políticos con ideología y programas determinados por otros criterios que los de una sociedad más justa e igualitaria. Por tanto, y aún reivindicando su presencia, hemos de ser conscientes de que la sola cualidad de ser mujer no va a llevarle a ejercer el poder desde una visión de género. Más, el cambio social en materia de relaciones de sexos -de género- no es necesariamente el objetivo de mujeres que temerían, por otro lado, que al asumirlo perdieran su credibilidad como políticas.

Por desgracia tenemos ejemplos de mujeres elegidas por sumisas, que siguen la senda del burro ciego y se niegan a reconocer lo que conviene a sus congéneres. Y, aunque hay quien lamenta haber batallado tanto para que alguna de ellas llegue a ocupar una alcaldía, una presidencia, una concejalía... creo que es inadmisible ir contra ellas con descalificaciones y términos que aludan a su condición de mujeres, lo que habrá que hacer es combatir su actuación como políticas.

Y... felicitarnos porque, aunque queda mucho camino, estamos en la senda de conseguir que un mundo de mujeres y hombres sea representado por un poder constituido por mujeres y hombres.

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