En esta oportunidad, y pese a que la trama transcurre en tiempo actual, la película retoma una excusa argumental que no nos resulta ajena porque gracias a Dickens o Saw descubrimos que la doble moral y las diferencias sociales cohabitan en Londres desde tiempo inmemorial.

Ahora, los modernos Oliver Twist y demás desclasados forman parte de una masa social que, a excepción de autores como Ken Loach y Stephen Frears, se convierten en presa fácil de los estereotipos. Concretando un poco más, Martha Fiennes retoma las más que discutibles intenciones expuestas en sus últimas realizaciones por Mike Leigh y que tienen mucho que ver con la arquetípica imagen de corte progre-ursulino que se le otorga a los pobres: eternos luchadores, salvaguardas de la moral social y, por supuesto, siempre bondadosos.

Desglosada a través de un reparto coral en el cual quedan convenientemente diferenciadas las dos clases de un Londres que copia los cánones consumistas, amorales y superficiales de los Estados Unidos, «Alta sociedad» aglutina un buen puñado de personajes perfectamente reconocibles cuyo monótono desarrollo goza de un tratamiento inmaduro. Mujeres acaudalas y voraces consumistas, cabezas de familia bien situados que se preguntan, día tras día, qué demonios pintan en este mundo, prostitutas terminales que perseveran en ganar un segundo de vida, policías con derecho a redención, un pasante de arte con tendencias pederastas, etc... Todo ello tiene cabida en este cóctel relamido en el que sobran las intenciones azucaradas y pide a gritos un decidido golpe de timón que le habría guiado por derroteros mucho más arriesgados y menos aptos para todos los públicos.