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Martin Garitano Periodista

Los cautivadores y la pomadita guay

Serán cosas de la edad o, tal vez, efecto de lo visto y oído a lo largo de muchos años, pero la triste realidad es que uno ha terminado por perder la capacidad de sorpresa -y con ella, la de indignarse por lo indignante- para acceder a un estadio de relativo cinismo y entender que las cosas son como son porque, seguramente, nunca han sido de otro modo. Aunque la ilusión de los tiempos nos llamara a engaño.

En pleno siglo XXI -tan cambalache como el XX que cantara Santos Diescépolo- los vascos que sólo quieren ser vascos, ejercer como tales en el concierto de las naciones, determinar su rumbo y adoptar sus propias decisiones, son proscritos en su tierra. Sólo ellos; los otros, los que quieren cautivar el corazón de los que imponen su patria, corona y hacienda, son libres para seguir en la pulcra gestión de la autonomía concedida. Con las multimillonarias excepciones que se desvían de las arcas públicas hacia sus particularísimos bolsillos, por supuesto. Cautivos, ellos, del dinerillo y el gobiernillo.

También los que han descubierto ahora las virtudes de aliarse con el federalismo republicano que ni sostiene la autodeterminación que debiera legitimar la federación ni cuestiona la monarquía borbónica -absoluta en tanto que monarquía-, son libres para actuar en la birriosa democracia española. Vacunados de la contaminación, gozan del mimo de gentes a las que cualquier demócrata de verdad aborrecería. Repasen la prensa más sórdida de Madrid, escuchen las más infectas tertulias... y juzguen luego. La pomadita guay les llaman: el efecto placebo.

Y los afectos a Ibarretxe, el paladín del indeterminado derecho a decidir, los que pasan por ir un paso más allá que sus comilitones de Sabin Etxea, claman por boca de su portavoz, Azkarate, contra los machacados, no contra los que machacan. Sus porras parecen de papel y los carteles de quienes denuncian el atropello, bates de béisbol; los que pisotean las firmas de casi cien mil ciudadanos son demócratas sin tacha y los pisoteados que alzan su voz -y sólo su voz- aparecen como agresores violentos; los que tienen que escuchar la legítima denuncia, aparecen como víctimas y los proscritos, como delincuentes. Pero no se extrañen: es la particular visión de las cosas de quienes homenajearon, por ejemplo, a Carrero Blanco... hace sólo un mes.

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