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Javier Ramos Sánchez Jurista

Acumulando fuerzas, desgastando al sistema

Aunque resulte paradójico, la brutal acometida del Estado es el más palmario reconocimiento de su impotencia para evitar lo inevitable: que Euskal Herria se les va, ya se ha ido, y no hay fuerza ni amenaza que lo pueda impedir

Quién nos iba a decir que un siglo después de la denodada lucha de las sufragistas, íbamos a tener que reivindicar, de nuevo, el sufragio universal, el más básico de los derechos políticos junto con la libertad de expresión de un ciudadano en el sentido rousseauniano del término. Pues sí, en estas estamos luego de la enésima tropelía del aparato jurídico-político del Gobierno español, esa judicatura de guiñol cuyos hilos maneja a la perfección el ministro de turno.

Sin el menor pudor, y con la impetuosidad del converso, lo mismo da el Tribunal Supremo que el supremo constitucional político, el engranaje jurídico ha vestido con la fraseología que le caracteriza la previa decisión política del gobierno de impedir que cientos de miles de ciudadanos vascos puedan votar a sus candidatos. El más acabado apartheid político, el último Guantánamo en Europa. Ya ni se toman la molestia de comprobar si una previa sentencia penal conlleva la pena accesoria de inhabilitación para el sufragio pasivo del candidato inscrito en la lista; mucho menos en averiguar si de ese brutal modo, de hecho, se impide el derecho al sufragio activo de los demás ciudadanos. El más difícil todavía: un partido político que tiene dos direcciones sin que sepa cada una de ellas lo que hace la otra. Ver para creer.

Y sin embargo, bien mirado, la operación no deja de aportar interesantes consecuencias políticas. Porque un gobierno que se presta a semejante exabrupto democrático y unos jueces que le siguen en el empeño, lo que han conseguido es mostrar al mundo la desnudez, la endeblez del sistema político español. O es que alguien cree en serio que la potencialidad política de la izquierda abertzale sale debilitada y no, precisamente, fortalecida y revitalizada ante semejante abuso antidemocrático o, lo que es lo mismo, no se dan cuenta que es el Estado español quien deja en el empeño cualquier resto de credibilidad democrática que pudiera quedarle en Euskal Herria.

El aparato de elecciones del PSOE seguramente ha querido mantener una centralidad política -en España- golpeando a la izquierda abertzale pero sin caer del todo en las inacabables peticiones del PP. Alejado de ambos extremos, habrá pensado en los réditos de un Jesucristo entre los dos ladrones. Pero olvida que la situación política prerrevolucionaria en Euskal Herria ya no está para medias tintas. O, dicho de otro modo, es que hay dos sociedades tan separadas y tan divergentes ya, la española y la vasca, que lo que contente a una va a disgustar profundamente a la otra. Se trata, por así decirlo, de una ruptura psicológica y cultural total la que ya existe entre una sociedad colonialista y profundamente nacionalista, la española, y otra sociedad que ya ha roto el último cabo de subyugación ideológica con la metrópoli. Hoy Euskal Herria es, políticamente, una sociedad madura para seguir sin ataduras su destino en libertad y no hay subterfugio legal que lo pueda impedir. Una sociedad económi- camente autosuficiente, socialmente integrada y políticamente madura, es un Pueblo que se encamina, imparable, hacia su manumisión para integrarse con el resto de naciones en la comunidad internacional.

De ahí que, aunque resulte paradójico, la brutal acometida del Estado en los pilares del propio sistema de representación burgués, las elecciones periódicas, es el más palmario reconocimiento de su impoten- cia para evitar lo inevitable: que Euskal Herria se va, ya se ha ido, y no hay fuerza ni amenaza que lo pueda impedir. Es la imagen de esa esposa que ha tomado plena conciencia de si misma y acude al Juzgado a pedir el divorcio. Va tranquila y segura porque sabe que hace lo correcto y no hay vuelta atrás. Y nada le inquieta, ni siquiera las terribles amenazas -comerás berzas, te mandaré el GAL, puedo llevar a efecto el artículo 8 de la Constitución- de un marido despechado y rencoroso. Por eso el odio de una parte importante de la sociedad española. Porque barrunta que no hay vuelta atrás. Que, finalmente, Euskal Herria, el porte erguido y la mirada firme, ha dicho alto y claro: Agur Espainia!

Cierto también que no habrá sido, precisamente, gracias al apoyo jeltzale. Todo lo contrario, si algo ha hecho el PNV durante estos últimos treinta años ha sido engordar la faldriquera haciendo sucios negocios con la burguesía española. Ha sido el capataz violento al servicio miserable de un amo ajeno. Tendrá que depurar responsabilidades a su tiempo.

Las mismas responsabilidades que han contraído los últimos pseudopacifistas de salón. Esas finas damas de rosáceos vestidos y fingido sufrimiento por las consecuencias de una de las violencias, la de respuesta. No parecen inmutarse, empero, por la grave y constante violación de otros derechos, individuales -la permanente lacra de la tortura, juicios sin garantías, condenas sin límites- y colectivos -reuniones prohibidas, partidos ilegalizados, periódicos cerrados, electores sin voto-. Son la quinta columna del sistema y también ellos deberán rendir cuentas de tan innoble comportamiento político. En su momento.

Así que, ahora que se ha vuelto a instalar el sufragio censitario, y que cientos de miles de vascos hemos de portar la estrella amarilla de contaminados, mañana volveremos a decir alto y claro que aquí estamos y que no vamos a renunciar a nuestros principios. Si otros lo han hecho, allá ellos con sus conciencias. Noso- tros seguiremos empuñando nuestras democráticas convicciones: la independencia y el socialismo.

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