La cumbre del G-8 lleva a Alemania al Estado policial del siglo XXI
El Gobierno alemán quiere saber cómo huele la resistencia contra la cumbre de los ocho estados más industrializados del planeta, el G-8. Su última idea para reprimir las protestas antes de que tengan lugar ha sido la de tomar pruebas de olor de los que considera sospechosos. Con ello, perros policiales deben detectar a posibles malhechores. La vetada técnica no es nueva: ya la aplicó la Seguridad del Estado (MfS) de Alemania oriental y ahora vive su renacimiento.
Ingo NIEBEL
La película alemana «La vida de los otros» escenificó, desde la óptica de un director occidental, la supuesta maldad de la desaparecida República Democrática Alemana (RDA). Una de las escenas, que sostiene su mala imagen, es aquella en la que el oficial del MfS abre la silla en la que ha estado sentado un sospechoso y saca del escondite un trapo que ha cogido el olor de aquel detenido.
Gracias a la amplia información que en su día dieron los medios de Alemania occidental sobre este tema, gran parte de la sociedad alemana sabe que el MfS conservaba una abundante cantidad de estos trapos en vasos de cristal y, por supuesto, debidamente registrados. En un momento dado, aquellas pruebas deberían servir a los perros de la Policía a localizar a los fugitivos «disidentes».
Lo que los siempre bien informados alemanes occidentales no han sabido hasta hace pocos días es que aquel extraño método policial no era una práctica que pasó a la Historia, sino que ha resurgido en su tan ejemplar Estado de Derecho. Es más, ha recibido el beneplácito del ministro federal de Interior, el cristianodemócrata Wolfgang Schäuble, ferviente anticomunista. El hombre duro de la canciller Angela Merkel ha justificado los proyectos de la Policía de tomar pruebas a los manifestantes que van a protestar contra la cumbre del G-8 que se celebrará a principios de junio en el norte de Alemania.
Seguridad extrema
Siguiendo otro ejemplo de la RDA, las autoridades federales ya han erigido una valla metálica de doce kilómetros de longitud y de 2,5 metros de altura, cuyos gastos han alcanzado los doce millones de euros -cámaras y otros sofisticados equipos de control incluidos-, para proteger la denominada zona II, que comprende todo el pueblo costero de Heiligendamm. La zona I la integra el hotel en el que se alojarán los líderes del G-8 para deliberar sobre el «crecimiento y responsabilidad», según el lema de la cumbre.
En la parte exterior de la valla habrá una zona de seguridad de 200 metros. La Policía regional quiere ampliarla hasta cuatro kilómetros para evitar que los manifestantes lleguen hasta los barrotes. Desde el mar, tanto la Armada alemana como la US Navy vigilarán la costa, mientras que las respectivas Fuerzas aéreas mantendrán «libre» el cielo. La seguridad del presidente estadounidense, George W. Bush, quiere, incluso, que en sus inmediaciones no funcione la telefonía móvil.
Al no poder asegurar las autoridades que los activistas no consigan superar esos obstáculos, el aparato policial está apostando por medidas preventivas. La primera que aplicó fue una amplia redada dirigida contra la organización de la contracumbre hace dos semanas, durante la que la Policía tomó las primeras cinco pruebas de olor. Schäuble y la Fiscalía Federal del Estado dijeron que no las utilizarían de forma preventiva, sino «sólo para llevar a cabo la persecución criminal».
El ministro del Interior ha planteado también la posibilidad de decretar cárcel preventiva contra personas «sospechosos» de cometer acciones ilegales contra la cumbre.
De paso, Schäuble ha vuelto a recordar que él cambiaría la Ley Fundamental para que las Fuerzas Armadas pudieran asumir competencias policiales. De cara a hipotéticos atentados «terroristas», propuso también liquidar la presunción de inocencia. La cumbre del G-8 acelera el viaje de Alemania hacia el estado policial del siglo XXI.
Las autoridades han sugerido también la prisión preventiva para «sospechosos», el cambio de la ley para que las Fuerzas Armadas asuman competencias policiales y la liquidación de la presunción de inocencia.
El «Tercer Reich» (1933-45) fue el Estado policial por excelencia. En 1944 las SS habían conseguido reunir todo el control sobre policías, servicios secretos y prisiones bajo el mando de su jefe, Heinrich Himmler. Desde la toma del poder en 1933, el aparato policial sólo conoció un objetivo: perseguir y eliminar al enemigo interior para abrir camino a la dictadura del partido nazi.
A partir de 1945 los mismos especialistas actuaban contra la oriental RDA para acabar con el sistema socialista. He aquí la diferencia entre un aparato policial y otro. Hoy en día los proyectos de Schäuble sirven para proteger a un sistema económico y político injusto y en declive, tanto a nivel global como nacional.
Así se explica la crispación entre los críticos de Schäuble y sus defensores. El vicepresidente del Parlamento alemán, el socialdemócrata y ex ciudadano de la RDA Wolfgang Thierse (SPD), manifestó: «aquellos métodos me recuerdan a la Stasi». La Stasi era la Seguridad del Estado de la RDA.
El presidente del partido liberal FDP, Guido Westerwelle, contraatacó pidiendo la dimisión de Thierse por haber comparado la Policía alemana con la Stasi. El político verde Christian Ströbele calificó las pruebas de olor como «la perversión del Estado».
Ante el Bundestag, la canciller Angela Merkel defendió la política de Schäuble. «Aquellos, que hoy están criticando las medidas de seguridad, serían los primeros en acusar a las instituciones de seguridad de una falta de precaución si se produjesen brotes de violencia», aseguró.