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CRíTICA cine

«La influencia» Sola y con dos hijos

Mikel INTXAUSTI

La situación que vive el grupo familiar de «La influencia» no está muy lejos de la que presentaba el cineasta japonés Hirokazu Koreeda en «Nadie Sabe», con la diferencia de que allí la historia de los cuatro niños abandonados por su madre estaba basada en hechos reales. Al debutante Pedro Aguilera no le interesa tanto comprobar si unos menores son capaces de sobrevivir sin la protección de los adultos, porque la suya es una mirada que observa el fenómeno de la descomposición familiar desde dentro. Me imagino que el título se refiere a la presión externa, que es lo que somete a los tres únicos protagonistas a una especie de encierro no buscado pero forzado por el estrecho cerco social. El ritmo de vida que impone el consumismo no deja espacio para la libertad personal, desde el momento en que no hay opción a bajarse de este tren en marcha lanzado a tumba abierta. Si una mujer no es capaz de aguantar tan pesada carga sobre sus frágiles hombros a los ojos de los demás se convierte en una mala madre, sin que nadie se pare a pensar sobre la excesiva responsabilidad que supone sacar adelante a dos hijos de catorce y cinco años en solitario.

La sensación que me dio al ver la opera prima del cineasta donostiarra en un pase previo a su presentación en Cannes dentro de La Quincena de Realizadores, donde ha sido recibida con aplausos, es que la madre ya estaba muerta desde la primera secuencia en que aparece abriendo su tienda en el pueblo de Arganda del Rey, el mismo en que Buñuel rodó «Viridiana». Quiero decir, conexiones mexicana con su colega Carlos Reygadas a un lado, que a la mujer se la ve como enterrada en vida al modo de una verdadera zombi existencial. Hay solamente una imagen de figuración en la que aparece el resto de la gente y, curiosamente, los movimientos de los viandantes están ralentizados adquiriendo una dimensión casi espectral. No dejan de ser extraños que pasan de largo, puesto que ninguno de ellos se va a detener a comprar en ese comercio habitado por una dependienta solitaria que permanece en completo silencio mientras fuma ausente, con la mirada perdida en el vacío.

Ella esta desempeñando en el mundo de los vivos un papel que no es el suyo, tratando de seguir el rumbo trazado como una autómata. Pero en realidad está ya fuera del sistema, habida cuenta de que el negocio no funciona y se lo van a embargar tarde o temprano. Todo su comportamiento sigue un guión preestablecido aunque carente de sentido, pues de nada sirve ir a la compra cuando la tarjeta ha agotado su crédito. Sus dos hijos siguen yendo a un colegio privado, por más que la directora la aconseja que los lleve a un centro de enseñanza pública antes de mandarlos a casa con la baja definitiva. En lugar de escuchar tales advertencias se deja llevar de forma inconsciente y gasta el poco dinero que le queda en regalos absurdos para tener contentos a los niños, mientras reserva sus últimas fuerzas para robar algún artículo de lujo con el que no va a poder darles de comer. Postrada en la cama apura los antidepresivos y deja que su cuerpo se vaya extinguiendo poco a poco por pura inanición. La hija adolescente y el pequeño deberán entonces superar su dependencia materna, algo para lo que no están suficientemente preparados, o así se desprende al menos de la secuencia final en que intentan conducir el coche familiar como si se tratara de un juego o una travesura infantil, ante la incapacidad manifiesta para medir las consecuencias de sus actos instintivos fuera de control.

Ficha

Director: Pedro Aguilera.

Guión: Pedro Aguilera.

Intérpretes: Paloma Morales Aguado, Jimena Jiménez, Romeo Manzanedo

Fotografía: Arnau Valls.

País: Estado español, 2007.

Duración: 95 m.

Género: Drama familiar.

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