Ciertamente, la policía tiene que evitar delitos y detener delincuentes. Dos cosas, sin embargo, caracterizan a la policía de una democracia: por una parte, no persigue los mismos delitos ni a los mismos delincuentes que la de un régimen no democrático, sencillamente porque en democracia las opiniones son libres, y su manifestación, pacífica; por otra, esta policía también tiene que usar medios y métodos que se correspondan con su misión, que no es la represión del ciudadano, sino su protección. De hecho, solo tiene que reprimir si es necesario para proteger a quienes, de otro modo, quedarían desamparados.

Hoy los gobiernos -y muchos gobernados- tienen una preocupación enfermiza por la seguridad, y un gran deseo de resultados inmediatos. Quieren que no pase nunca nada, lo quieren evitar todo, y miran con desconfianza y sospecha cualquier disidencia, cualquier discrepancia. Algunos son tan ingenuos que creen que serán más felices si la vida tiene más leyes y más controles, si hay más policía, mucha policía, muchas policías.

(...) Me alarma, por ejemplo, que últimamente los okupas sean objeto de persecución total. Ciertamente, sorprende la reacción rápida de jueces y policías que se apresuran a defender a los propietarios de edificios abandonados durante décadas, en lugar de pedirles cuentas por ese abandono. El propietario que no tiene ningún tipo de sentido ni de sensibilidad sociales, ¿cómo puede reclamar que la sociedad le ampare y que proteja su insensibilidad?

Las leyes, los jueces, la policía ¿a favor de qué están, de quién? El problema grave de los punzones que usó la policía contra los okupas el otro día no es que hagan daño, sino que sean «reglamentarios». ¿No debe haber ninguna diferencia de sensibilidad entre los políticos de derechas y de izquierdas cuando hablamos de libertades, de protección o de represión? Porque, si es así, ¿cómo lo haremos para saber a quién tenemos que votar?