Tal y como cabría esperar, la tercera entrega de «Piratas del Caribe» es la coherente prolongación cronológica de aquellos puntos suspensivos que nos legó la estupenda «El cofre del muerto». Lo cual quiere decir que el filme amplifica su homenaje al universo de Julio Verne.

Quizás éste sea el gran acierto de la pareja de guionistas Ted Elliot y Terry Rossio, quienes, y salvo aislados guiños a la referencial «La isla del tesoro» de Robert L. Stevenson, se han decantado por el espíritu romántico, trágico y aventurero que siempre acompañó al capitán Nemo en su singladura submarina.

Este original guiño al espíritu libertario y atormentado del capitán del «Nautilus» quedó patente en el diseño del temible capitán tentacular Davy Jones y su barco «El holandés errante» y ahora, en este tercer episodio, este mimetismo con el universo verniano alcanza su plenitud creativa con el espectacular duelo marino que enfrentará -en mitad de un maelstrom (torbellino) muy similar al de «20.000 leguas submarinas»- al navío de Davy Jones con el fantasmal barco de Jack Sparrow, «La perla negra».

El coqueteo con Verne no acaba aquí, ya que «El rayo verde» se convierte en la llave fantástica que separa lo real de lo irreal.

En «El fin del mundo» desaparece casi por completo el aspecto cómico; el drama romántico de corte folletinesco acapara buena parte de la función. Este aspecto puede contrariar a un público espectante ante las nuevas locuras de Johnny Depp y su genial creación. Afortunadamente, el esperado encuentro paternofilial protagonizado por Depp-Sparrow y el viejo rockero Keith Richard simboliza el espíritu filibustero que impregna esta notable trilogía que, en ésta, su presunta despedida, ha pecado de longitud, lo cual debilita su ritmo, y de una excesiva reiteración en los diálogos.

Pero, a pesar de estos lastres, el filme es toda una invitación a seguir oteando el horizonte, aguardar el brillo fugaz del rayo verde y descubrir entre la bruma la silueta de «El holandés errante».