Memoria del campo de concentración
Gurs, muy cerca de euskal herria, pero en el infierno
En abril de 1939, al tiempo que Franco daba por concluida la guerra, 6.000 refugiados vascos eran llevados a Gurs, a un campo que se llamaba de acogida y terminó siendo de concentración. Soñaban con el cielo de Euskal Herria, pero fue- ron a caer en un infierno.
El sacerdote Iñaki Azpiazu viajaba cada domingo desde Oloron a Gurs para impartir misa, y contó en una carta a otro canónigo qué es lo que vio allí: «Si entraras en el campo, sentirías romperse tu corazón. Verías caras anémicas y miradas tristes; vestidos rotos y pies desnudos; oirías quejas y no pocas protestas. Esta es la verdad. Creo que no pasarán del dos por ciento los que tienen muda interior. La inmensa mayoría cubre sus carnes con un mal pantalón y una chaqueta vieja o una guerrera (...) Es horroroso ver ancianos que padecen enfermedad, enfermos con paludismo, reuma, fiebres, etcétera, y constatar que junto a la buena voluntad de los médicos no existe ningún medicamento. Ni una sencilla purga, ni un bote de linimento. Ayer mismo tuve que hacer un esfuerzo para no llorar al ver tendido en una barranca, sin colchón ni manta, a un joven que sufría terriblemente con ataques de reumatismo articular. Ya que te hablo con toda franqueza, no puedo ocultarte que me parece bárbaramente inhumano ver a enfermos nuestros en esa situación. Cinco mil vascos, encerrados entre alambradas y en barracas, sin colchón todos, sin mantas gran número, sin medicamentos, sin vestidos».
El de Azpiazu es uno de los testimonios incluidos en ``Gurs, el campo vasco'', del historiador Josu Chueca, presentado ayer en la Feria del Libro de Iruñea. La de Gurs, como la de Ezkaba o la de Ondarreta o la de Saturraran, es otra de las epopeyas recuperadas a contrarreloj del olvido impuesto oficialmente. Y eso que el campo se situaba a muy pocos kilómetros de la muga con Zuberoa, y que allí fueron llevados 6.000 vascos en 1939, desde los campos ubicados en playas del norte de Catalunya a los que habían ido a parar huyendo de la represión franquista.
Gurs se convirtió en un recuerdo muy incómodo. Quien vaya allí sólo encontrará un cementerio con 1.171 tumbas, reflejo del elevado grado de mortandad del campo. Por lo demás, un bosque artificial cubrió pronto el doloroso rastro de los 400 barracones por los que pasaron unos 18.000 republicanos en muy pocos años. Muchos abrazarían la muerte en Mathausen o en Auschwitz, adonde fueron llevados tras 1942, después de que los nazis asumieran el control del campo a través del gobierno colaboracionista de Vichy. Y es que los refugiados vascos saltaron de la sartén para caer en el fuego. La II Guerra Mundial les estalló sin apenas compás de espera tras la victoria franquista, y su cruel estela llegó hasta Gurs, a las puertas de Euskal Herria.
Los electos vascos no los quisieron
El libro se centra en los primeros años del campo, que han sido los menos estudiados hasta la fecha. Para entender sus orígenes hay que citar que el masivo exilio provocado por la represión franquista había saturado los campos de refugiados en zonas como Catalunya Nord, en los que en 1939 podía haber en torno a 226.000 internados.
Muchos miles, lógicamente, eran vascos, de modo que en campos como el de Argelés no tardaron en agruparse en auténticos poblados como el denominado Gernika Berri. Todos ellos no pudieron acoger sino con satisfacción la idea de ser llevados cerca de casa, a Euskal Herria, soñar con las playas de Lapurdi o con alguna de las numerosas instalaciones del Ejército francés en la zona de Baiona. Sin embargo, el destino elegido sería Gurs, fuera de territorio vasco. Chueca reseña cómo los diputados de Baiona y Maule se opusieron a instalar el campo en sus circunscripciones. El primero, René Delzangles, había pedido por carta al ministro de Exteriores francés «la repatriación general» de los refugiados argumentando que «Francia no debe convertirse en el vertedero de toda Europa». Y el alcalde de Uharte-Garazi, Jean Ybarnegaray, consideraba «intolerable la amenaza que constituye la presencia de cuatro millones de extranjeros y, en particular, de 250.000 milicianos españoles».
A los vascos les bastó ver la alambrada de Gurs para constatar que aquello estaba más cerca de la prisión que de la libertad. El libro aporta detalles significativos. Por ejemplo, el subprefecto de Oloron rechazó la petición del presidente de la Coral Olonesa para que en ella pudieran participar los ingresados en Gurs. Y los gendarmes encargados de custodiar el campo se enfrentarían a ellos por salir al paso del Tour de Francia con carteles de «Los combatientes de la libertad saludan a los forzados de la carretera» y por saludar puño en alto. Pronto conocerían el hambre, la sarna que afectaba al 40% de los encerrados, el estreñimiento del que habla un poema de Nicolás Ormaetxea, Orixe, el dormir sobre el suelo, el comer en latas viejas, y luego, en 1942, los «convoyes de destino desconocido»: Gurs-Oloron-París-Auschwitz.
Ramón SOLA
Gurs-eko gunearen inguruko liburuan, 1939. urtean han barruan zeuden 6.000 euskal hiritarren izen eta abizenak bildu ditu Josu Chuecak, Arteako artxiboetan miatu ostean. Bakoitzak bere jaioterria eta bere alderdia edo erakundea ondoan ditu. PCE, UGT, PNV, PSOE, CNT, JSU, ANV, STV eta IR ziren, esaterako, Francoren jazarpenak jopuntuan zituen siglak. Jatorria ere askotarikoa da. Lau herrialdeetatik zetozen iheslariak: 710 bilbotar, 166 barakaldar, 138 sestaoar, 417 donostiar, 362 irundar, 60 eibartar, 93 iruindar eta Nafarroako Erriberako 23 lagun aurkitu ditu Chuecak, besteren artean. Adin aldetiko mugarik ere ez zen: hamairu urte zituen Victor Gutierrez Peñalbak; 72, aldiz, Manuel Revuelta Cubasek. Euskal hiri handi bilakatu zen Gurs urte hauetan.
Josu Chueca historialaria, Jose Mari Esparza Txalapartako argitaratzailearen ondoan, atzo liburuaren aurkezpenean.
La obra de Josu Chueca (Lerín, 1956) arroja luz sobre la historia de un campo desconocido en Euskal Herria, aunque miles de vascos lo padecieran.
Se ha comentado a veces que fue una gestión de Telesforo de Monzón, entonces consejero del Gobierno Vasco, la que reagrupó a los vascos en Gurs. ¿Está acreditado?
Sí. Se combinan dos cosas. Por un lado, hay muchos vascos en campos de Catalunya, como el Gernika Berri, y la Administración francesa dice que hay que sacarlos de allí. Entonces, Monzón y otros cargos del Gobierno Vasco plantean: ¿Por qué no se pone otro campo en Euskal Herria? El problema es que los electos vascos se oponen a ello, de modo que se ubica fuera. Pero Monzón fue incluso a Maule para hacer seguimiento del tema. Sin embargo, los franceses le reclamaron enseguida que se fuera, que no «incordiara».
¿En calidad de qué iban allí los vascos: eran refugiados o eran presos?
Iban como refugiados, o eso pensaban, porque enseguida se dieron cuenta de que no era así, para nada. Enseguida ven que están en condiciones de hacinamiento y que aquél era un campo de concentración, aunque los franceses, en uno de sus habituales eufemismos, lo definieran como «campo de acogida».
¿Es cierto que llegaron a crear una especie de universidad, como han contado algunos supervivientes?
Los vascos y todos los colectivos organizaron sus actividades culturales: periódicos murales, representaciones teatrales, incluso un festival del 14 de julio con un discurso de los vascos, también cursos de matemáticas y de lengua... La vida cultural ayudaba a sobrevivir.
R.S.