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Elena Martínez Rubio Doctora en Filosofía

La risa en medio de la nieve

Mientras el paisaje arde, se seca, se agrieta y se hace viejo, los mismos que llevan adelante su destrucción utilizan a la vez de modo perverso la imagen de lo intacto, su cara más bella, la que aún sobrevive a pesar de ellos y perseguida por ellos, para no dejar un solo aspecto sin explotar y seguir vendiéndolo igualmente, pieza a pieza y desguazado.

Este paisaje desdichado en que estamos ha envejecido, no porque hayan pasado los años, ni porque se le haya hecho tarde, sino porque aquí -¡cuidado!- dedos ásperos y violentos envuelven al recién nacido en arena y grava, y éste tira hacia adelante con los ojos arañados y la cabeza ciega. Porque aquí los niños pronto pisan la tierra con desprecio y pie pesado. Porque aquí, como en todas partes, antes de pensar, se imita y copia. Y los rasgos de los padres son mueca estereotipada en los descendientes. Pisotear, menospreciar, ignorar, resolver las cosas a la ligera, irresponsablemente o, como decía Rilke, tomárselas del lado más fácil de lo fácil, eso hace tiempo que creó escuela. Nos hemos acostumbrado a todo.

«Touyé papa moé, ma touyé quenna toué», «mata a mi padre y yo mataré al tuyo», cantaban esclavos y esclavas rebelados en Santo Domingo. Pues los padres no eran otros que los mismos amos, colonizadores extranjeros y violadores. Zambos, pardos, morenos, prietos, cuarterones, cuatratuas, mulatos, mestizos... el lenguaje no daba abasto para expresar tanta discriminación, insensatez y maltrato. Por ello Bug-Jargal, el amotinado antillano de la primera novela de Víctor Hugo, les habla así: «vuestros padres están entre sus filas, pero vuestras madres están entre las nuestras». Como dice asimismo este escritor en una poesía: «vosotros creéis civilizar un mundo/ mientras lo hacéis enfermar de una fiebre inmunda.../ y expulsando al Adán inútil.../ pobláis el desierto de un hombre más reptil.../ ...idólatra del dios dólar, un loco que palpita/ no ya por un sol, sino por una pepita...».

Nuestro paisaje se agota. Sólo que ha resultado que también los de casa lo violan. No hay nada más triste.

Porque se sabían inseparables del entorno, o acaso porque se sentían culpables desde que aprendieron a matar sin necesidad, los humanos habían temido cataclismos que acabarían por hacer inhabitable la tierra. Poco queda de aquel temor colectivo a que la vida y la naturaleza se gastaran y dejaran de renovarse, a que el sol no regresara de su pausa nocturna. Ahora, quienes tienen ya los medios técnicos de desencadenarlos, no pierden el tiempo asustándose de sí mismos. Practican la maldad y la devastación del medio, sin más.

A lo que los usurpadores, con todo, tienen miedo, es a que se emplee con ellos la misma brutalidad y mezquindad con la que han querido amedrentar y han masacrado a quienes les han salido al paso. Se entiende así también, entre otras cosas, el aumento de las agresiones contra las mujeres que predijo Simone de Beauvoir hace décadas, como inseguridad y desazón de quien no quiere perder un poder robado y largamente parasitado.

Vivimos, sí, en un mundo lejano, a la vuelta de la esquina. Un vaho invisible es nuestro cristal blindado. Ninguna cosa es verdad, y cada cual es inconsistente: confuso, variable, colérico, aunque moldeable. Conciencia o bondad no aparecen en ningún vocabulario. Vivir es vivir al día, sumergirse sin preguntar, ni demandar, ¡ni tampoco asombrarse! Y qué hermoso y dulce es nuestro país, tanto más dulzón cuanto más arrodillado.

Mas no se puede tirar la toalla. Ni siquiera habría alrededor una fuerza de gravedad para empujarla hacia abajo, para atraerla al suelo luego. Quedaría en suspenso, flotando. Como una bandera de feria con la que nadie se ha dignado a llevar adelante su pelea, ni a caer muerto al menos.

Ya llegará la risa. Esa a la que las penas pasadas disputan el aire, pero que cuando vence, es brillante e iluminada. Será la risa en medio de la nieve, y tomará el cuerpo de un encanto, mostrando fuera una luz intensa y plácida semejante a una visión. Y el paisaje nevado en que se escuche la risa será blando, de un silencio apacible y suave que acunará el alma.

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