La muerte de una mujer de 62 años, Liliane Hérault, en Baiona se suma a la de Asun Villalba, la mujer de 35 años muerta en Gasteiz. Ambas fueron acuchilladas y los presuntos autores de su muerte se entregaron a la Policía tras cometer el crimen. Como ocurre cada vez que se produce la muerte violenta de una mujer, también en este caso se han encendido esas luces de alarma que hasta que ocurre una tragedia irremediable no terminan de funcionar del todo.

En el Estado francés la violencia de género ha sido escondida tradicionalmente bajo la alfombra de los delitos comunes, con lo que se ha tratado de borrar las connotaciones ideológicas, culturales, sociales, económicas... que concurren en la violencia contra las mujeres. La candidata a la Presidencia francesa, Ségolène Royal, prometió durante la campaña que, si era elegida, una de sus primeras medidas sería crear una ley para proteger a las mujeres. No explicó por qué no la impulsó durante su etapa de ministra, lo que, en todo caso, no resta un ápice de oportunidad a su propuesta. Royal puso como ejemplo la Ley Integral contra la Violencia de Género impulsada por el gobierno de su admirado José Luis Rodríguez Zapatero.

A raíz de la muerte de Asun Villalba se ha esgrimido la ineficacia de esa ley. Evidentemente, algo falla y debe incidirse en la investigación y depuración de los eventuales errores cometidos en la actuación judicial y policial. No obstante, en algún momento habrá que preguntarse por qué tantas mujeres no corroboran denuncias o simplemente rechazan la protección. Cuando se reclama que se levante una fortaleza en torno a cada mujer amenazada, ¿alguien piensa en cómo y hasta cuándo se puede vivir así? Quizás es cuestión de preguntarse por qué si el compañero de Asun Villalba tenía antecedentes de violencia no funcionó la actitud preventiva -y no sólo punitiva- con respecto a su persona. Es preciso exigir que se invierta más y mejor en planes integrales para avanzar en la igualdad, pues ése es el único modo de combatir la violencia sexista.