CRÓNICA Festival de músicas sacras del mundo
Sufíes en las noches de Fez
n año más, con la entrada del verano, Fez, la joya del Magreb árabe, se inunda con los sonidos de la más profunda espiritualidad. Entre los días 1 y 10 de junio, y bajo el título «Aliento del tiempo, espíritu de los lugares», se está celebrando en la ciudad marroquí la decimotercera edición del que probablemente sea el festival más importante del norte de África, el Festival de Músicas Sacras del Mundo. U
Decenas de alfombras rojas cubren el patio del palacio Dar' al Basa Tazi. Sentados en el suelo, rodeados por la noche y acogidos en ella tras un atardecer cálido y ocre entre los arriates de la medina, esperamos que comience nuestro encuentro con las notas antiguas del Islam místico. Puntuales, media hora antes de que acabe el día y como si de una transición iniciática se tratara, una voz masculina comienza el sama y ahoga el murmullo de los congregados, una voz que a través del dikhr, la repetición de los atributos de Alá, nos invita al recogimiento, aún más, al trance espiritual, a la comunión con la divinidad. Esta noche es el turno de la tariqa Aliuia de Tánger, representante del gharnati argelino, un estilo que nace en Marruecos pero que hunde sus raíces en la Granada musulmana, de donde procede su nombre.
Cada noche, las tariqa, cofradías sufÍes, nos proponen el encuentro con el tasawwuf, las virtudes del amor, el respeto, la paciencia y la humildad a través de la música.
En esta edición, la rama mística fundada en el siglo VIII por la mujer santa Rabia al-Adawiyya cobra una especial importancia ya que el festival ha sido dedicado a la figura de Jalal al-Din Mu- hammad Rumi, gran poeta sufí del siglo XII padre de la orden mevleví de los derviches giróvagos y autor del «Matnawi», obra maestra de la literatura persa.
Junto a los sufíes, se dan cita músicas sagradas de otras partes del mundo, de otras culturas, de otras religiones. Dentro del propio orbe musulmán destaca Parissa, la gran dama de la canción tradicional farsi quien, desde su Irán natal y acompañada del grupo Dastan, nos sobrecogió con su voz sincera y elegante bajo la cobertura del roble inmenso que preside el patio andalusí del museo Batha. En este mismo marco y en otros cercanos se oyen las plegarias del Coro Gregoriano de Lisboa, los cantos sefardíes de Claire Zalamansky, los guembri, tbel y qraqeb de la agrupación gnawa Ouled Kamar, «Los hijos de la luna», el canto carnático de la India meridional de la mano de Vasumathi Badrinathan o las notas maqam de la uzbeko-tayika Nadira Pirmatova.
Variedad y eclecticismo
Aunque la esencia del festival fassi sigue fiel a su objetivo original de servir como punto de encuentro entre las músicas religiosas del planeta, lo cierto es que, actualmente, se trata de un compendio ecléctico de géneros y estilos musicales donde se da cabida a una pléyade de artistas nacionales y foráneos. De hecho, puede hablarse de al menos tres festivales en uno.
En primer lugar el festival de las figuras internacionales, representados este año por nombres como el de la soprano Bárbara Hendricks, Johnny Clegg con su banda de rock zulú, Bartabas y su espectáculo hípico, la brasileña Tania María o Angélique Kidjo, la beninesa capaz de aunar el sabor de su país con el funk, el jazz, el rythm and blues y aún con aires europeos y sudamericanos.
En segundo lugar tenemos el festival popular, denominado por la organización como Le Festival dans la ville -El Festival en la ciudad-. Se trata de conciertos gratuitos en espacios urbanos como la inmensa plaza Buglud o el complejo deportivo Tagemouati a Bensuda. En ellos actúan figuras nacionales como Majda Yahyaui, intérprete de malhun, el estilo ligero cantado en dialecto marroquí, Latifa Raefat, una de las más conocidas solistas del país o Amarg Fusion, grupo berebere de jóvenes músicos que conjugan la modernidad con la tradición amazigh.
Finalmente está el espacio propiamente dedicado a la música sagrada en el que, además de los citados, intervienen la griot o azawan mauritana Aicha Mint Chighaly, el qawwal pakistaní Akhtar Sharif Arup o la ceremonia Ayin-I Djem con los derviches de las hermandades Kadiria y Mawlawiya de Turquía.
Otras actividades paralelas
Paralelamente a los espectáculos musicales, el programa se enriquece con una serie de actividades que, en algunos casos, más que un complemento suponen en sí mismas una justificación del propio festival. Es el caso de Les journées du patrimoine, las Jornadas Sobre Patrimonio, punto de reunión casi académico donde reflexionar y debatir sobre la conservación y promoción de los valores culturales, la riqueza de la variedad, el diálogo interreligioso e intercultural y la complementariedad o el enfrentamiento entre lo antiguo y lo moderno.
Los retos del nuevo milenio se ven reflejados en esta ocasión por la confrontación de tres aparentes dicotomías en torno a la cultura, el patrimonio urbano y la fe.
Así, en sesiones matutinas de tres horas y media se ha discutido por ejemplo, sobre las amenazas a las que se enfrentan las identidades culturales en un mundo que, por impulso de una globalización cada vez más intensa y acelerada, parece apostar por la uniformidad; pero también se han intentado vislumbrar las ventajas que puede suponer para un mestizaje enriquecedor generador a su vez de nuevas realidades culturales sin que necesariamente tenga que suponer la desaparición de la diversidad existente en la actualidad.
La reflexión sobre la ciudad y los tesoros de su herencia histórica ha versado sobre la necesidad de reinventar el concepto de la conservación planteándola no ya sólo como el mantenimiento de lo existente por su valor histórico o artístico intrínseco sino porque, además, supone una inagotable e inestimable fuente de creatividad para proyectar, crear y vivir nuestro futuro.
Para finalizar el ciclo, ha sido el dilema clásico entre fe y razón el que, una vez más, se ha situado frente a la modernidad de un siglo XXI plagado de multitud de incógnitas y muy pocas certezas pero que, en cualquier caso, avanza a velocidad de crucero.
Xabier BAÑUELOS
Las más de 9.000 calles, callejuelas y callejones que conforman el inmenso laberinto vivo de la medina de Fez son uno de los principales atractivos que anualmente atrae a miles de visitantes a la capital espiritual de Marruecos. Y no es de extrañar, porque pasear por sus rincones nos revuelve el imaginario de tal manera que ni siquiera hace falta cerrar los ojos para poblar de sueños nuestro inconsciente y dejarnos llevar al pasado acompañados de multitud de sensaciones.
Hay muchas cosas que han cambiado, que están cambiando: también Fez camina hacia la modernidad; pero la esencia netamente árabe de una ínsula urbana en un mar berebere aún se mantiene.
Fundada en 789 por Idris I, su hijo, el segundo Idrís la convirtió en la primera de las capitales imperiales marroquíes. Berebere en sus orígenes, pronto fue reconvertido su carácter con la llegada masiva de emigrantes de Al-Andalus y la posterior venida de expatriados árabes tunecinos.
Los primeros formaron el barrio Andalusí; los segundos el Kairauine; y entre ambos dieron la impronta que le es característica y que se refleja en sus patios y ryads (jardines), en sus palacios, madrasas y mezquitas, entre la que destaca la más bella, la mezquita andaluza. A ellos se sumó una numerosa comunidad judía que se instaló en la mellah, en el actual barrio de Al Mariniyine. Con todas ellas, cuando la ciudad perdió la capitalidad política en la época almorávide, todavía continuó ostentando durante siglos la autoridad moral y cultural
Al igual que su festival, Fez son tres ciudades en una. Fes el Bali, la vieja, Fes el Jdid, la nueva, nueva pero del s. XIII, y la Fez colonial, la Fez moderna de las avenidas que conforma el ensanche extramuros nacido en el XIX, crecido en el XX y cuya diferencia es escasa a una ciudad europea si obviamos los carteles en árabe.
Las dos primeras forman la medina más grande del Magreb y una de las ciudades medievales habitadas más antiguas del mundo. Desde hace varias décadas Fez es Patrimonio de la Humanidad.
X. B.