CRíTICA teatro
Festival de los sentidos
Carlos GIL
Desde el primer instante, en que hacen al público atravesar el escenario, o sea, profanar el altar, hasta el último acorde musical, un oscuro lírico, esta propuesta de una de las compañías más importantes de Europa, la Schabühne, se convierte en una constante convulsión física y emocional. Nos han convocado a ver una adaptación de una de las obras más lúbricas de Shakespeare, pero lo que hacen es ofrecernos un festival de los sentidos, una tormenta de sensaciones escénicas, un derroche de energía, talento, una combinación de géneros, disciplinas, que todas confluyen en algo primordial: contar a los públicos una historia de amor con los lenguajes del siglo XXI, una aproximación a un clásico desde la profunda convicción de estar ante un contemporáneo y, por lo tanto, manteniendo todo el respeto a sus intenciones, pero ninguno a sus formas.
No es un detalle baladí este «pase» de los espectadores por el escenario, incluso con una copa de cóctel, música en directo bailable, sino una declaración de principios. Estamos ante una ceremonia teatral en donde intérpretes y público forman durante las dos horas de espectáculo una unidad de destino en lo artístico, lo sensorial, lo intelectual y lo físico. Se comparte espacio, y en ese inicio se invita a una fiesta que es el preludio de la obra.
Cuando termina la fiesta, comienza el festín, aparece el teatro en estado puro, empieza la danza, nos encontramos ante un lenguaje actual, de hoy, reconocible dentro de la vanguardia. El texto es importante y activo, dicho en diversos idiomas y con traducción simultánea, es de hoy, es decir escrito para ser comprendido hoy, con guiños a la actualidad, pero los personajes se mantienen, la anécdota de la trama se aprovecha, pero todo para los públicos de hoy, para que se entienda y se disfrute hoy por públicos jóvenes, maduros o ancianos, siempre que estén dispuestos a dejarse llevar por una propuesta realmente magmática, teatralmente torrencial.
Y nos encontramos con excelentes actrices, buenísimos actores, unos músicos polivalentes, un cantante absolutamente divino y con unas capacidades vocales sorprendentes. La escenografía es un espacio palpable, con estética de clase media de hoy, pero de gran formato, dos pisos, el vestuario demencial- mente bueno, la iluminación tan imperceptible como soberbia y la dirección una diablura, el juego entre el caos y el orden, la deconstrucción y un nuevo realismo, sucio, tangible, para hoy.
Ha sido una grandísima suerte haber presenciado esta obra, por lo que significa el encontrar la fuente en la que han bebido algunos de los directores peninsulares. Thomas Ostermeier es un joven director que está marcando época. Con esta obra se demuestra que el teatro es algo de hoy y que tiene un futuro espléndido porque llega, revuelca, provoca, entra por la cabeza, el corazón, el estómago o los genitales. Y utiliza texto, música, interpretación, canto y baile. Un espectáculo total con estética actual. Un maravilla.
Obra: «Sueño de una noche de verano».
Autor: William Shakespeare.
Versión: Frank Günther.
Intérpretes: Sabih Amaraoui, Robert Beber, Lars Eidinger, etc.
Dramaturgia: Marius von Mayenburg.
Coreografía: Constanza Macras.
Dirección: Thomas Ostermeier.
Lugar y fecha: Auditorio CAEM, Salamanca. Festivales de las Artes de Castilla y León. 07.06.07