Iñaki Soto Licenciado en filosofía
Otegi, Argala y la España que no existe
En este artículo pretendo recordar algunos elementos básicos sobre procesos de negociación y resolución, por un lado, y procesos de transición política, por otro lado. Una vez expuestas esas ideas básicas, planteo un contraste entre esas ideas y nuestra realidad. Finalmente, establezco un recorrido histórico de nuestro conflicto partiendo de la biografía política de Otegi y del caso de Argala.
Respecto a los procesos de resolución, existen diferentes modelos para solucionar conflictos políticos. Me refiero a conflictos políticos con raíces históricas y con diferentes grados de enfrentamiento armado. No todos ellos son conflictos entre estados y naciones, pero todos ellos enfrentan de diferentes y complejas maneras a comunidades o grupos sociales, afectan a fronteras, generan víctimas en mayor o menor grado por ambas partes y tienen, además de la política, vertientes culturales, morales, económicas y religiosas que se conjugan en diferente grado y de diferente manera.
Como he dicho, existen modelos, pero todos los expertos coinciden en señalar que cada conflicto es particular y que esos modelos no son mecánicamente aplicables a todos y cada uno de los conflictos. Por ello conviene no mezclar los procesos -el irlandés, el kosovar...- con los modelos -paz por territorios, paz por derecho a decidir, paz por territorios y derecho a retornar...-.
Los expertos también coinciden en señalar que, en la medida en que son conflictos de naturaleza política y que comparten los elementos comunes mencionados, aunque la resolución de esos conflictos no se rija por modelos, sí que comparten un principio general: la resolución estable y definitiva vendrá de un acuerdo político entre las partes enfrentadas. Ese acuerdo deberá ser inclusivo y deberá ser refrendado por los habitantes del territorio -o territorios- en los que ese conflicto está abierto.
Creo que es importante que tengamos en mente no sólo los modelos de resolución, sino también los modelos de transición política, especialmente aquellos que promueven un cambio de un sistema autoritario a otro de democracia formal. En todos los procesos de transición, con todos los matices que conviene considerar pero que no podemos analizar aquí, la resistencia política al régimen anterior ha jugado un papel central tanto en el acuerdo político como en la implementación del mismo. Esa es, y no la repetición hasta la extenuación de un relato pseudo-épico, idealista y personalista, la garantía del éxito de una transición política. En Rumanía y aquí.
Si comparamos los principios básicos de los procesos de resolución y nuestra esperiencia reciente, no hay un sólo elemento práctico en eso que hemos denominado «el proceso» que indique que el Gobierno español hubiese asumido esos principios básicos. Las fuerzas políticas vascas tampoco han hecho nada por reivindicarlos.
Atendiendo a esos principios básicos de resolución y, por ende, de negociación, es importante recordar que aquéllos que utilizan Anoeta para atacar a la izquierda abertzale olvidan que con Otegi son dos los interlocutores detenidos en el proceso. Según ha transcendido en prensa, antes de detener al interlocutor de la mesa de partidos ya se había detenido a uno de los interlocutores de la mesa entre ETA y el Gobierno. Ese dato, sin más, debería servir para poner en duda la voluntad de Zapatero y para reivindicar el modelo de Anoeta desde unos parametros más sinceros, menos maquiavélicos.
Este conflicto acabará con un acuerdo político entre las diferentes partes, incluida ETA. Lo he dicho anteriormente, pero creo que es el momento de repetirlo una y otra vez: los términos generales de ese acuerdo, se dé ahora o en un futuro, están recogidos en la propuesta del Anaitasuna. Esa propuesta garantiza la superación de la fase armada, además de ser realista, posible y aceptable por todas las partes.
No sólo eso. En otras condiciones, sin ir más lejos, con un verdadero bloque nacionalista y democrático pivotando en torno a un acuerdo estratégico por la soberanía, el Gobierno español de turno suplicará por mantener esas condiciones.
Respecto a los procesos de transición, de todos los casos que conozco el caso Español es el único en el que la parte más activa e importante de la resistencia contra el régimen anterior ha sido marginada y apartada de las negociaciones sobre el nuevo estatus. Y, además, se la ha perseguido hasta puntos extremos.
Basta recordar que pocas personas han sido tan relevantes como Argala en la resistencia contra el régimen franquista. Sin embargo, no sólo se excluyó a Argala y a su organización de las negociaciones sobre el nuevo sistema, sino que, en su caso y en el de muchos otros, se les asesinó impunemente. No sólo se le asesinó, sino después se prohibió que nadie mencionara su ejemplo. Hasta el punto de llevar a la cárcel a Arnaldo Otegi bajo el pretexto de haber reivindicado la lucha de Argala, 25 años después.
Atzo, gaur eta bihar, Euskal Herria. No pretendo hacer un panegírico ni de Arnaldo Otegi ni de Argala. Entre otras cosas porque nuestra cultura política no nos lo permite. A diferencia de las élites que nos acusan de vanguardismo, nosotros creemos en la fuerza del colectivo; en la importancia del trabajo diario, a pie de calle; en el esfuerzo de muchos, no en el trabajo de unos pocos.
Sin menospreciar la aportación de todas y todos los militantes de la izquierda abertzale que han dado lo mejor de sí mismos a lo largo de su historia y también durante este proceso, pero sin ceder a un colectivismo vacío que no aporta ni políticamente ni moralmente nada, pienso que hay que reconocer que una parte importante del esfuerzo hecho en la propuesta política actual de la izquierda abertzale recae sobre Arnaldo Otegi. En el libro «Bihar Euskal Herria» ya aparecen las líneas maestras de la oferta política de la izquierda abertzale, desde Anoeta hasta Anaitasuna.
Otegi es un líder nato, una persona inteligente, disciplinada, honesta y comprometida. Alguien de quien incluso sus contrincantes aceptan una gran capacidad de interlocución y una capacidad política excepcional. Sólo conozco dos excepciones: Acebes e Imaz.
Su biografía política, además, ejemplifica los argumentos planteados aquí. Otegi nace en Elgoibar en 1958, año en el que nace ETA. Hoy mismo se rememora en Errenteria la semana de la amnistía del 77. Pues bien, según dicen, Otegi abandonó su pueblo ese mismo año para evitar ser detenido por su militancia en ETA político-militar. Otro dato para concluir que aquella amnistía no había resuelto nada.
Como militante, vivió el proceso de desmantelamiento de aquella organización en 1982. Aquello sí fue «paz por presos», pero desde la perspectiva que da la historia difícilmente se puede considerar que fuese un modelo de resolución de nada. Según parece, junto con otros miembros de aquella organización, Otegi decidió que no había condiciones suficientes para integrarse en un sistema que no había cambiado en lo substancial.
Diez años después de la pseudoamnistía, en 1987, Otegi es detenido en Ipar Euskal Herria y entregado a España. Tras cumplir condena, se reintegra a la militancia, esta vez en organizaciones estrictamente políticas y, por aquel entonces, todavía legales.
Diez años después de ser encarcelado por primera vez y 20 años después de los sucesos del 77, la Mesa Nacional de HB es enviada a prisión por trasladar a la opinión pública una propuesta de paz. Otegi asume nuevas responsabilidades en HB y eso lo convierte en líder de unos y enemigo público número uno para otros.
Así, hasta anteayer, 8 de junio de 2007, a treinta años de los sucesos de Errenteria y día en el que es de nuevo encarcelado, por qué y por ensalzar la figura de Argala. De quién y precisamente de Argala, aquel militante de ETA que participó en el atentado contra Carrero Blanco en 1973, acción que daría la puntilla al régimen franquista. Argala, aquél que en la España que Zapatero dice representar, la España que el PNV dice que Zapatero representa, la España que Rajoy dice que Zapatero representa, debería ser considerado un héroe de la resistencia anti-franquista y una víctima del fascismo.
Vista la teoría y vista la práctica, honestamente, sólo cabe inferir que por mucho que se empeñen unos y otros, esa España no existe. Esa es también la pregunta a la que se enfrenta nuestra sociedad y los políticos que dicen representar sus intereses: ¿Existe esa España o no existe? ¿Es ese Estado, ese sistema, legítimo o no lo es? ETA ha sido y, desgraciadamente para todos, hasta que se resuelva el conflicto en los parametros aquí expuestos, seguirá siendo la señal visible de que esa España no sólo no existe, sino que no quiere existir.