En un mundo donde se trafica con las «víctimas» para obtener réditos políticos, electorales o mercantiles, el ejemplo de entereza, serenidad y persistencia de la familia del militante vasco Joxe Miel Etxeberria, Naparra, nos conmueve. Porque son necesarias altas dosis de paciencia, amor y valor para afrontar sin desfallecimiento durante 27 años ese vía crucis pasional que representa la lucha denodada de unos padres para conocer la verdad del secuestro, asesinato y desaparición de su hijo.

¡Qué sabrán algunos del significado de palabras tan manoseadas como dolor y sufrimiento! ¿Serán capaces de aproximarse, aunque sea un poco, a los sentimientos padecidos ante las insinuaciones malévolas acerca de la autoría de su muerte, el abandono sufrido durante muchos años por parte de personas y organizaciones afines, la indiferencia de autoridades y partidos, el desprecio o la burla de funcionarios policiales, la ceguera intencionada y ruin de la denominada justicia oficial?. Y, sobre todo, el silencio, ese insoportable silencio cómplice de los estados francés y español, que mata más cruelmente que una muerte real. ¿Es capaz alguien de colocarse en la piel de los allegados en la angustia sufrida ante la noticia de la violenta desaparición y asesinato de Naparra? ¿Y qué decir de los sentimientos de desolación inducidos al saber que no se confirmaban las informaciones recibidas sobre el lugar en que se encontraban enterrados sus restos, la indignación experimentada por el cierre o sobreseimiento del caso y la amargura y tristeza continua, omnipresente, torturante, ante la ausencia de investigaciones, noticias o signos sobre lo acontecido al militante?

Hace poco tiempo se nos fue Patxi, el padre, que, cansado de tanta busca infructuosa en la tierra, se dirigió recto al encuentro del hijo en ese espacio misterioso y atemporal donde las almas se encuentran definitivamente. Aquí, erguida, nos queda Celes, su madre, la deliciosa mujer de suave sonrisa, ojos tiernos y voz delicada que expresa por todo su cuerpo su amor infinito a Joxe Miel y su sed insaciable de Justicia. Y también Eneko, su hermano, eterno organizador de los sentidos homenajes a un fallecido siempre presente.

Un año más, en el vigésimo séptimo aniversario de su pérdida física, queremos mostraros nuestro cariño y seguimos reafirmando nuestro compromiso a la hora de colaborar en la búsqueda de esa verdad y justicia que tanto anheláis. Sabed que el delito de lesa humanidad nunca prescribe, o, mejor, apostemos porque el pueblo no lo deje prescribir.