Una visita a los embalses de Esa e Itoitz fue el cierre elegido ayer para las «jornadas técnicas sobre estabilidad de laderas de embalses» que se han celebrado en Zaragoza. El simposium ha evidenciado el agotamiento del discurso de la Confederación Hidrográfica del Ebro (CHE). Aunque su presidente arremetiera contra «esos que se apartan de los conocimientos científicos» para oponerse a ambos proyectos, lo cierto es que lo que lleva a la CHE y a sus expertos a deslizarse por la ladera de las contradicciones son los muchos problemas que acusan las presas de Esa e Itoitz.

De hecho, si a alguien se le puede reprochar ir por detrás de los criterios técnico-científicos no es a la Coordinadora de Itoiz o a la Asociación Río Aragón, sino a las instituciones que secundan proyectos cuya vulnerabilidad se demuestra en una cadena de incidentes que no son menores. En Esa se produjo el verano pasado un deslizamiento de 3,5 millones de metros cúbicos de rocas y tierras. ¿Por qué los sofisticados medios de que dice disponer la CHE no lo detectaron? ¿Por qué se ocultó durante ocho meses lo ocurrido? Una pregunta más a la CHE: ¿podría decir la Confederación qué ocurriría si se produjera un desplazamiento del conjunto de la ladera, que tiene más de 50 hectómetros cúbicos?

Tanto en Itoitz como en Esa la zona más inestable de la ladera está sobre la presa. En caso de deslizamiento y rotura, la catástrofe sería inevitable. La CHE y el Ministerio español de Medio Ambiente negaron, de manera claramente acientífica, la amenaza de deslizamiento, que hoy es una realidad. Luego minimizaron la sismicidad inducida, pero ahora que en Itoitz se ha contabilizado un millar de temblores, hablan de colocar más medidores; y también mencionan, aunque lo minimicen, el riesgo de una «pequeña ola», que antes descartaron por imposible. Ante tantas contradicciones, cabe preguntarse hasta cuándo las imposiciones políticas y los intereses económicos van a seguir primando sobre el derecho a la seguridad de los vecinos.