CRÓNICA | ROMERÍA EN ABADIÑO
Siete vueltas a la tradición en el Santuario de Urkiola
Manda la costumbre dar siete vueltas cada 13 de junio a «tximistarri», la gran roca que abre paso hacia el santuario que Urkiola consagra a San Antonio. A cambio de tamaña muestra de fe, el defensor de las cosas y causas perdidas garantiza encontrar -o mantener- novio, novia o lo que el romero reclame. Miles de personas renovaron ayer su compromiso con esta mezcla de tradición, creencia y sano ambiente festivo.
Anjel ORDÓÑEZ
El imponente perfil del santuario de Urkiola apenas podía adivinarse entre la espesa y húmeda niebla que se adueñó en la mañana de ayer de las inmediaciones de Urkiola. Mala suerte para los vendedores de helados.
Pero ni los escasos quince grados en el termómetro impidieron que miles de personas atendieran a la llamada anual de la tradición para acercarse hasta este idílico paraje abadiñarra, centro geográfico de las tierras de Gipuzkoa, Araba y Bizkaia, divisoria natural que por igual reparte el agua de lluvia entre Cantábrico y Mediterráneo.
Muchos a pie, no menos en autobús y demasiados en coche, los devotos de San Antonio alcanzaban los 750 metros de altura del puerto cargados, sobre todo, de buen humor. «Encontrar novio no es la cuestión, lo realmente importante es poder pasar por la piedra», sentenciaba una veterana -al menos por la edad- a escasos metros de la imponente roca.
Nada de lo que rodea a este mágico mineral está demasiado claro. Los religiosos de Urkiola mantienen una prudente distancia y niegan que tenga que ver con precepto religioso alguno. Contra la creencia popular, los científicos desmienten categóricamente que se trate de un meteorito con propiedades sobrenaturales y lo definen con el lacónico nombre de «pudinga», término que define a un conglomerado de minerales sedimentarios. Y los historiadores apuntan como teoría más plausible a que este «pedrusco del amor» se cayera de una carreta que lo transportaba a cierta ferrería de Otxandio. En realidad, toda esta polémica poco importa. «Venimos todos los años a dar vueltas a la roca porque creemos y porque es lo que nos han enseñado nuestros padres». Son Maite y Begoña, de Durango, que han subido a las alturas en el autobús de las 9.30 «rodeadas de jubilados» y con la intención de pedir lo que ellas llaman una «prórroga». Es decir, que la piedra, San Antonio o quien sea, les conserven los maridos.
No tienen muy claro cuántas vueltas hay que dar. «Creo que tres -aventura Maite entre risas-; pero nosotras hemos dado bastantes más porque muchos amigos nos ha dicho que las diéramos por ellos».
Más seguro se muestra Germán, de Basauri: «Hay que dar siete vueltas, en el sentido de las agujas del reloj». Ha venido, como todos los años, con su mujer, Beni, para pedir «salud y que las cosas les vayan bien a los de la familia».
Claro que el sentido de las vueltas no es cosa baladí. «Mira, ése está dando las vueltas al revés; en vez de encontrar novia igual encuentra novio», acertaba a decir entre las carcajadas de sus acompañantes un romero calzado con botas de monte y larga vara.
Entre tanta duda, lo que sí parece cierto es que junto a esta piedra, hace ya siglo y medio, se entonó por primera vez el «Gernikako Arbola» del bardo Iparragirre.
Oficios religiosos
Entre la niebla, acaso bajo la perpleja mirada de la Dama de Anboto, Urkiola rebosa contrastes. Extramuros, el referido buen humor, bullicio, sones de trikitixa y ruido de feria; puestos con pan y queso, tartas y botas de vino, rosquillas y talo. Entre los árboles, orgullo ganadero de vacuno y equino; encuentros y saludos, animadas conversaciones y todo lo que se le puede pedir a un buen día de feria.
En el interior del santuario, el respetuoso silencio que imponen los muros de un templo con muchos siglos de recogimiento. A cada hora en punto, desde las 9.00, misa abarrotada. Y a las 12.00, oficio mayor con obispo auxiliar, palabras de paz y bertsolaris a la salida.
En la romería de ayer, el conjunto natural y monumental de Urkiola estuvo de estreno. Junto al santuario funciona ya a pleno rendimiento la hospedería «Lagunetxea». Muchos pudieron visitar parte de sus instalaciones, hospiciadas por los religiosos del lugar y gestionadas por Sebe Urien. Un lugar de recogimiento y descanso que, por precios que oscilan entre los 50 y los 130 euros, oferta siete habitaciones y cuatro apartamentos, todos ellos con teléfono, televisión, conexión a internet y, sobre la mesilla, una biblia en euskara y castellano. Que una cosa no quita la otra.