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Alvaro Reizabal Abogado

Treinta años es mucho

Se cumplen treinta años de las elecciones de 1977 y se repiten las celebraciones de la pomposamente llamada transición a la española, que los voceros, encabezados por su máximo y coronado exponente, no dudan en calificar de modélica, digna de orgullo y exportable. Se trata de un método patentado para pasar de la dictadura a la democracia, siguiendo las sabias disposiciones testamentarias del dictador difunto, que deja pergeñada la estructura del nuevo Estado democrático designando, incluso, a su sucesor y a los futuros a través de la línea sucesoria de la artificialmente reinstaurada monarquía. El nuevo equipo dirigente proviene de los cuadros de camisas azules surgidos a lo largo de cuarenta años de paz. Tras el «agiornamento» el régimen surgido de una rebelión militar contra el gobierno legítimamente elegido, que costó un millón de muertos en una guerra del fascio europeo contra el pueblo, se convierte, por arte de birlibirloque, en una democracia homologable política y económicamente a nivel europeo y mundial. Y no sólo eso, sino que quienes mantienen sus posiciones ideológicas anteriores a la sangrienta rebelión y se oponen a los postulados del nuevo régimen se convierten, automáticamente, en enemigos de la democracia, la modernidad, el progreso... y no queda más remedio que acabar con ellos machacándolos con las armas del Estado de Derecho, que son más sofisticadas y eficaces que las de la Democracia Orgánica, que así se hacía llamar la de Franco. Por cierto, que según acaba de revelar uno de los componentes del «equipo médico habitual», que tanta notoriedad alcanzó dando diariamente las últimas noticias de la agonía, el pequeño pescador de cachalotes murió a consecuencia de una negligencia médica que, sin lugar a dudas, no costó a los galenos su fulminante fusilamiento, porque el Caudillo la palmó sin enterarse del error, que si no, iban dados.

En estos días de conmemoraciones, de discursos grandilocuentes, de exaltación del espíritu de la transición y de auto bombo, se pone de manifiesto que sigue irresoluto uno de los problemas más graves que el tirano dejó en su herencia: el conflicto vasco. El Generalísimo ensayó para resolverlo su método preferido, para obtener la derrota de los rojoseparatistas: la represión pura y dura. Hasta sus últimos suspiros se tiñeron de la sangre de abertzales fusilados, pero el embrollo quedó para los siguientes. Treinta años después el núcleo del discurso oficial pasa por reconocer que el problema sigue sin resolver y se propone como solución la unidad de España y acabar con la lacra, fórmulas ya experimentadas y fracasadas. Se elimina de la con- tienda electoral a miles de ciudadanos, se encarcela a sus dirigentes políticos, se anuncia más represión... Miente el tango. Treinta años es mucho para seguir sin resolver este problema. ¿No habrá llegado la hora de aplicar otras soluciones?

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